El azar y viceversa
¿Qué puedo añadir a lo que ya se ha escrito sobre este libro? Mucho me lo habían recomendado, y alabado; pero, como se suele decir, verlo (o leerlo) para creerlo.
Yo, que reconozco mi debilidad por los personajes desgraciados (aunque en su descargo diré que el protagonista de El azar y viceversa nunca se queja de su suerte); que disfruto sobremanera con la prosa de trazo largo entreverada de filosofía doméstica (y, si es posible, de poesía), ironía sutil y anécdotas inteligentemente chuscas, he recorrido cada una de estas páginas segura de encontrarme con la reinvención de la novela picaresca mucho más allá de lo intentado por Eduardo Mendoza o por el Luis Landero de Juegos de la edad tardía. A ello ayuda el desfile de personajes tragicómicos con los que el protagonista va tropezando, donde se representa buena parte de la sociedad española o, al menos, de esta esquina nuestra tan especial que es Andalucía, de la que no faltan los americanos de la base de Rota (un enclave peculiar aquel del que parte este Riquelme muy venido a menos), los inventores-falsificadores de arte, los cantaores de flamenco, los aspirantes a toreros y hasta la figura del diputado autonómico recién llegado al escaño, retratado, para mí, con doloroso acierto.
Escrito en primera persona, dividido en tramos (o tratados) y dirigido a un usted (ya se descubrirá al final quién es) como hiciera el autor anónimo del Lazarillo de Tormes, el joven huérfano nos cuenta su paso por distintos trabajos, que no son ni mucho menos los de Hércules, y así nos pone en contacto con versiones modernas de esas cofradías monipodianas donde ejercieron los mismísimos Rinconete y Cortadillo, de igual modo que su llegada fraudulenta a la Universidad como pseudo-Fiti nos puede recordar a aquel Buscón llamado don Pablos o el recorrido con el ciego Escapachini, sabio especialista en Tartessos, al personaje valleinclanesco de Max Estrella, aunque (yo sigo defendiendo a Tony) sus robos de poca monta y sus trapicheos farloperos no están reñidos con su deseo de ser honrado.
No menos importancia para la historia tienen sus escarceos amorosos, sus pinitos poéticos (con pequeño homenaje al grupo gaditano Marejada), su estancia en una comuna a lo Bakunin y su posterior encuentro en plena sierra de Cádiz con la comunidad jipi de Ripaldi, siempre, como en las obras clásicas nombradas anteriormente, acompañados del resquemor del hambre.
Pero, por encima de todo, me gustaría destacar algo que hacía tiempo que no me ocurría. Primero, que me he visto incapaz de intentar suprimir ninguno de sus párrafos, pues en todos ellos utiliza Felipe Benítez Reyes la palabra adecuada, el juego lingüístico necesario a la historia y al momento, el rasgo definitorio de personajes que no son tales, sino hombres y mujeres reales, si es que esa distinción existe y no somos todos una invención de nosotros mismos y nos dedicamos, como el mismo autor dice al principio de todo, a disfrutar de la facultad de narrarnos.
Y segundo, que, al llegar al final, tal como me ocurriera con don Quijote, Cyrano de Bergerac o el último de los Buendía sobre la tierra, he sentido que me abandonaba alguien conocido, e incluso me ha saltado la lágrima ante un desenlace que ni por asomo (así lo pienso yo) el protagonista se merecía. Quizás porque el título ha terminado imponiéndose con su cruel impiedad.
Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) es autor de una extensa obra que abarca la poesía (Paraíso manuscrito), la novela (El novio del mundo), el relato (Oficios estelares), el ensayo (Rafael del Paula) y el artículo de opinión (Papel de envoltorio). Ha obtenido el premio Nadal, el Julio Camba de periodismo, el premio Ateneo de Sevilla de novela, el premio Loewe de poesía, el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura. Sus libros están traducidos a distintos idiomas
Elena Marqués