El juez Di. Por Francisco Giménez Gracia

La historia china guarda noticias de Di Renjie (c. 630-c. 700), quien ocupara puestos de alto funcionario y juez durante la dinastía Tang (618 – 907). La dinastía Tang es, como si dijéramos, nuestro Renacimiento, pero a lo bestia, en todo, en la pintura, en la Filosofía, en la organización de los regadíos y del Estado… Y ya está bien de contexto.

     La fama de Di como estadista, filósofo, administrador y magistrado se mantuvo viva a lo largo de los siglos; sabemos que durante el período Ming (1368–1644) circularon unas novelillas de andar por casa con este funcionario como protagonista; el siglo XVIII reúne un volumen de mucha mayor calidad titulado Los casos del juez Di, en el que un magistrado desvela varios misterios en los que concurren asesinos, ladrones, demonios y fantasmas.

Imagen del Emperador Sui Yangdi, de la dinastía Tang

Imagen del Emperador Sui Yangdi, de la dinastía Tang

 

Occidente conoció al juez Di por la gracia de Robert van Gulik (1910-1967), Didiplomático, musicólogo, escritor, sinólogo y un sinfín de virtudes singulares. El azar, aunque yo no creo en el azar, hizo que van Gulik se topara con un ejemplar de Los casos del juez Di en una librería polvorienta de Tokyo, muy poco antes de que el Japón invadiera Birmania. Como primera provisión, tradujo y publicó el ejemplar (ya pasada la contingencia de la guerra) y, posteriormente, se le ocurrió inventar y publicar otras historias del juez Di, bajo las siguientes condiciones: se permitiría las libertades precisas en la invención de la trama (los crímenes y el desarrollo de la investigación); pero en todo lo demás guardaba fidelidad de novia antigua al juez Di; y esa fidelidad comprendía los detalles biográficos, estéticos y, sobre todo, el universo filosófico y moral. Van Gulik quiso siempre que bajo sus novelas, aparentemente triviales, latiera el pulso firme del confucianismo que practicara con tanto escrúpulo y provecho el Di Renjie de carne y hueso. Dicho de otro modo, Van Gulik recreó con sentido poético y sensibilidad filosófica las historias del juez Di, para su gozo y el nuestro.

De nuevo el azar (en el que sigo sin creer) nos ha permitido conocer estas obras a los lectores hispanos, de la mano de la Ediciones Edhasa y del traductor David León Gómez. No son, en absoluto, novedad editorial: El Misterio del Pabellón Rojo, que cierra la serie, aparece en 2005. Si me permito rescatar estas referencias del olvido es porque se trata de literatura playera en grado mayor, de la que te permite abstraerte de esas muchachas que se pasean por la orilla peor que desnudas, como si no se fueran a morir nunca, olvidadas de ese infierno concebido para los que pecan con el pensamiento; pero yo les aseguro que podrán ustedes olvidarse del mundo y del transmundo, porque las aventuras del juez Di son delicias literarias, elegantes, risueñas, eróticas (un erotismo suave, alimentado de sombras, de olores, o, como mucho, de pies diminutos, como flores de loto), misteriosas, emotivas, exóticas, enigmáticas, eruditas… y, en su conjunto (porque hay que leerlas todas), constituyen un buen manual para introducirse en esa eticidad ceremoniosa, antigua y sólida que ha permitido a China mantenerse ahí, contra el viento de la Historia, ayer, hoy y siempre.

El funcionario Di es un hombre humilde en lo personal, pero no consiente la menor falta de respeto hacia su rango. Su condición de magistrado la ha adquirido tras superar una serie de exámenes de elevadísima exigencia, en los que tuvo que demostrar su alto conocimiento de la Caligrafía, la Poesía, la Legislación y la Jurisprudencia, la Geografía, la Historia de los Siete Reinos, y la cronología de la Dinastía del Hijo del Dragón. El magistrado Di no debe su cargo a nadie, ni humano ni divino: su rango y su poder derivan de su conocimiento, de su mérito y de su capacidad, y no deja de recordar esto a todos cuantos se inclinan ante su estrado. El juez Di no da tregua a los criminales, para que los espíritus de las víctimas puedan encontrar reposo. El juez Di guerrea infatigablemente contra el crimen, para que la paz reine en el Imperio. El juez Di busca a los asesinos, para que no los tenga que encontrar el pueblo. El juez Di castiga con mano firme a los culpables, para que los súbditos puedan ser misericordiosos.

Lean ustedes al juez Di, cuya es la justicia y la venganza, para que el perdón y el placer de la lectura sean nuestros, de los amables lectores de verano.

Francisco Giménez Gracia

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Artículo publicado en el diario «La Opinión» de Murcia, el día 25 de junio de 2016

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