Elena Medel, «Un día negro en una casa de mentira (1998-2014)» rebuscando en las inhóspitas paredes del alma. Por Ángel Silvelo

 

Elena Medel

 

Un día negro en una casa de mentira

Allá donde no crecen las pelusas, en los confines del infinito que atrapa a nuestra imaginación y a nuestros sentimientos, en ese lugar que nadie conoce porque nadie se atreve a asomarse a él, la voz poética de Medel va rebuscando en las inhóspitas paredes del alma, de su alma, esos porqués para los que nadie tiene respuesta. Hay muchas formas de viajar a lo largo de la vida, y una de ellas es creando poemas, prosa poética o haikus igual que trazos sobre un cristal transparente que deja al descubierto las razones del alma y de nuestra existencia. Esta recopilación de poemas y contrapoemas que abarca el largo período de dieciséis años en la vida de Elena Medel son el espacio de la creación, pero también de la redención y la culpa, y de la expiación de ese letargo que nos adormece, y del éxtasis que nos obliga a saltar los muros que encontramos a nuestro paso. Subir y tirarse. Caer y dar mil vueltas. Pararse para volver a levantarse en la letanía de esa música que nos produce la incomprensión de un mundo que nunca es como lo habíamos soñado. De ese duro enfrentamiento entre lo vivido y lo soñado es de donde parten los días negros de la voz poética de la cordobesa. De ahí que sea de ese punto de inflexión de donde nace la necesidad de búsqueda, de la interrogación que nuestros ojos reclaman al otro, de la aventura que resulta de conquistar ese otro espacio que al principio de nuestro viaje no sabíamos que existiera. Hay mucha indagación en los poemas de Medel, pero también ternura y muerte, y, sobre todo, anhelo de certezas, de querer salir de ese mar de nubes que nos confunde y nos hace dudar. La duda, esa gran compañera en la exploración propia y ajena, se instala en los dedos que dibujan los versos de esta poeta que no tiene miedo a tardar ocho años en dejar cerrado un poema, quizá, porque los versos son como la propia vida, que necesitan sus etapas y el íntimo momento de darles carpetazo. Carpetazo lírico y existencial, abominable y mágico, cortante y único.

 

Elena Medel se ha mostrado firme a la hora de afrontar esta antología de su obra hasta el año 2014, pues, como ella misma confiesa, sólo ha hecho pequeños cambios en algunos poemas, sobre todo, los del inicio. Por ejemplo, en Mi primer bikini (1998-2001) los poemas son como los sueños de una princesa-niña en los que la zozobra del amor, del culto al cuerpo perfecto, o el miedo a ser una misma, transita entre líneas, como si la autora quisiera que jugásemos con anhelos más profundos; anhelos que sólo se producen tras la puerta de su habitación, bajo la íntima oscuridad de las sábanas de su cama. Versos que son como sueños húmedos de lluvia, azules de cielo, inciertos como la última miga solitaria del plato. Poemas que en Piercing son recuerdos que se tiran y estallan cual vasija que luego vierte todo su contenido al suelo mientras que nosotros lo miramos todo desde arriba, a una cierta distancia en el tiempo. Esa destrucción se transforma en autodestrucción en Monokini, donde la voz poética aborda la ruptura con la adolescencia, con las tartas de cumpleaños, con Heidi y Espinete. Hay en estos versos una necesidad de romperse el pecho para instalarse un corazón nuevo en el que quepan nuevas emociones que, al principio, no sean como el rasguño de una cuchilla de sacapuntas, y que apunten más allá de los pósters de la habitación donde reposan los recuerdos antiguos, como esa rebeldía autoimpuesta ante la vida, el amor y la desidia a olvidar lo ya vivido como naufragios sin tabla de salvación. «Parece que mi Heidi también duerme/ Pero no,/ Ella es cruel como las institutrices políglotas./ Heidi, mientras rezo, se masturba al oeste de mi pecho.»

En Vacaciones (2002-2004) asistimos al desgarro del primer intento de amor real, amor de carne y hueso que va más allá de las malditas y traicioneras hojas de papel. Tránsito entre el antes y el ahora, entre la primavera y el otoño, la posibilidad y el sueño. En este caso, la voz poética indaga en la proximidad del tacto, en la lejanía del hueco, en el azul de un cielo imaginario sin luna ni estrellas. Versos premonitorios como este que cierra este poemario estacional: «Con las muñecas rotas/ te estoy diciendo adiós». Algo que en Un soplo en el corazón (2002-2004) se traduce en la fugacidad del deseo, del amor, de un soplo en la nuca. Aquí, la temporalidad de los gestos, de la primavera, de un poema o de la geografía de la traición que nos acecha se hacen verbo y carne.

Las encrucijadas del tiempo y la vida se dan cita en Tara (2001-2006), donde la muerte de la abuela primero y de otros seres queridos después reflejan una voz poética más queda y silenciosa, que indaga en los recuerdos y ausencias forzadas por el óbito de aquel a quien queríamos. Los poemas tienen forma de número de la no suerte (en concreto siete) que, como acróbatas del dolor, devienen en poemas de la no vida. En este avance hacia el otro lado del abismo se produce un punto de inflexión que huye de los primeros miedos y rezos, de los funerales y las iglesias, de la niñez y sus virginales cuadernos de dos rayas. Hay un camino lleno de piedras a las que la poeta va dando patadas hasta dejarlo todo despejado. Después nada más que nos quedan las nubes que no saben de nuestra rebeldía y transformación en alguien que ya no se reconoce en lo de antes, y que ha calmado su furia pero no su temperamento perverso a pesar de todo, sólo adormilado por la dosis suficiente de serotonina que nos impide visualizar el abismo. Poemario, éste, más cercano en muchas ocasiones a los poemas narrativos, que son como una vida y muchas, pues hay muchas formas de vivir y revivir las ausencias, aunque ninguna de ellas como la propia, pues ésta está impregnada de las líneas que nos trazamos en las muñecas con nuestra propia escuadra y cartabón. «En esta tercera vida escribo poemas, duermo en hoteles, me embarco en relaciones sin futuro. Una persona normal, eso me dicen./ Mi corazón perverso se ha calmado.»

En La caída del imperio romano (2003-2010) se encriptan los sentimientos, se contraponen los anhelos y la percepción de la realidad, y se exponen los grandes retos que nos presenta la vida, como el título de uno de los poemas de este conjunto inédito: «el corredor de fondo pierde el aliento», pues la voz poética necesita pararse para avanzar. Se avistan los obstáculos a lo lejos, y esta vez hay una íntima necesidad de esquivarlos, aunque sea tan imposible como eludir la lluvia para los naranjos. Disparos inmisericordes que nos perforan la memoria. Isola delle femine (2011) nos sugiere el aliento con el que se consumen las palabras, los gestos, las piel y los recuerdos. Aquí, el énfasis está en las sensaciones del tacto y el gusto, que definen minúsculas líneas en busca del silencio.

Como ya definí en una reseña anterior, Chatterton (2014) es un poemario que ha sido calificado como de «generacional», y es el fruto de ocho años de trabajo, donde Elena Medel arranca espinas a la realidad y las clava cual chinchetas en sus versos. Ahí, donde se juntan esos pedacitos de realidad, gravitan la mirada de una JASP que nos inculca como nadie las ínfulas de que lo imposible es posible; hasta, incluso, de que las mujeres que hay dentro de sí misma, y a las que éstas a su vez representan, son las heroínas de una intrahistoria llamada Chatterton que, a diferencia de la ópera en tres actos de la que toma el nombre y que recoge libremente la vida del poeta maldito inglés Thomas Chatterton, no necesita reivindicar únicamente la estética del fracaso para salir airosa de ese encuentro. Elena Medel, igual que si fuera un profesor que ha escrito un manual de Geometría Descriptiva en el que nos muestra la realidad tridimensional en sólo dos dimensiones, nos descompone la realidad y contrapone la luz al fracaso, la esperanza a la melancolía, y algunas certezas a la duda. «Nadie se posa en el alféizar —son veintiocho años/ de espacio adolescente—,/ pero qué ocurriría si el pájaro sobre el que he leído/ en todos los poemas/ se colara por el patio de luces y asomara/ por el alféizar de mis veintiocho años…» En esa rendija de luz que se cuela por la poderosa superficie del fracaso es donde nos quedamos. La melancolía de la pérdida se convierte así en una fe que no conoce límites, porque la redención del fracaso siempre es un pozo rico en hallazgos, igual que las heridas de nuestros errores nos recorren el interior de nuestra piel.

El resto del volumen lo componen unos poemas que la autora ha titulado como Poemas de un libro en preparación (a los que no ha fechado), y otro conjunto de poemas bajo el nombre de Poemas dispersos. En el primero de ellos se habla del amor, del amor futuro, quizá inesperado, adormecido en el frío de la noche y la dureza del golpe en las miles de preguntas sin respuesta que nos rodean cada día, a cada instante… Y en el segundo se reclama el desorden; el desorden que recorre nuestra piel, el desorden que rebusca las inhóspitas paredes del alma.

Ángel Silvelo Gabriel

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