Tío Vania de Antón Chéjov.
LA INFELICIDAD COMPARTIDA.
El tiempo y la posibilidad de rememorar el presente a través del pasado. Ese presente pluscuamperfecto que, al atraerlo hacia nosotros mucho tiempo después, se nos muestra más benigno y menos belicoso. ¡Ay, los recuerdos y su matiz caprichoso! ¿Para qué amargarnos con lo que fuimos si no hemos sido capaces de llegar a ser todo lo que deseamos? La distancia entre pensamiento y realidad siempre es trágica, por imperfecta e inabarcable. Sin embargo, en manos de Chéjov es tragicómica. Y en la versión de Juan Pastor iluminada por un rayo de esperanza. Tío Vania representa la lucha diaria contra uno mismo. Contra sus ideales. Y contra la apatía de vivir. Quizá, Fernando Pessoa fue quién mejor representó esa sima entre el ser y el no ser, o entre el ser querido y el yo manifestado cuando expresó: «Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir: es recordar hoy lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida». Palabras que, como las buenas intenciones, se las lleva el viento del olvido. Este sentido trágico de la vida que nos expone el dramaturgo ruso Antón Chéjov en su obra, Tío Vania, nos plantea las consecuencias que tiene toda vida perdida y la insatisfacción e infelicidad que ésta provoca en el espíritu de las personas. Todos los personajes de esta obra, en mayor o medida, deambulan por ese espacio esponjoso en el que han perdido el ímpetu a la hora de luchar por sus sueños. Anhelos que, el día a día y la falta de coraje, no les han permitido realizar. Una cualidad que, en términos generales, el pueblo ruso ha experimentado a lo largo del tiempo, y a la que Chéjov y su benevolencia han matizado con la melancolía y la cercanía al ser humano. Todo ello, en contraposición con su esfuerzo vital, porque Chéjov nació en el seno de una familia pobre en Taganrog. Obligado a trabajar desde niño, él se rebeló contra su destino y la tiranía de su padre refugiándose en la literatura, aunque siempre sobrepuso su labor científica como médico a la literaria como escritor. De sus contratiempos, enfermedades y su carácter retraído, extrajo esa cercanía y bondad hacia el otro, más si cabe, cuando supo en primera persona del deterioro al que te condena la vida y los sentimientos de hastío y tedio que éste conlleva.
La versión de Tío Vania que nos ofrece Juan Pastor en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid explora, por su parte, la concepción de la infelicidad compartida, a la que eliminando sus actitudes crueles e injustas, hace que parezcan circunstancias felices que antes permanecían escondidas. Esta revisión amable del pasado el director nos la proyecta desde un espacio estrellado a modo de cúpula protectora, y en un juego de doble escenario que surge como una membrana de lo que se ve y lo que se oye. Además, Pastor le dota de un carácter tragicómico a la obra con tintes ecologistas en sus referencias a los bosques y la destrucción de la naturaleza por parte del Hombre. Ese desgaste alude, también, a la capacidad que tenemos de olvidar todo aquello que hicimos, sin ser consecuentes de las repercusiones que nuestras acciones tendrán sobre los demás. Un plano ecológico que se traslada al actoral y a las actitudes y planteamientos de unos personajes que divagan ajenos a su pasado hasta que la pérdida de la esencia de cada uno de ellos se ve amenazada. Una visualización de la infelicidad más absoluta a la que Pastor le regala un último rayo de esperanza, lo que nos hace pensar que, de todas formas, nada está perdido, salvo que renunciemos a nuestra propia dignidad.
Esta puesta en escena de Tío Vania por pate del Teatro Guindalera nos retrotrae a las múltiples obras que representaron desde el año 2000 en la sala del mismo nombre situada en la calle Martínez Izquierdo de Madrid. El gran conocimiento de la obra de Chéjov por parte de Juan Pastor nos reconcilia con el buen teatro. Un matiz que se apoya en el magnífico elenco de actores del propio Teatro Guindalera, y de ajenos al mismo que conforma esta obra. Luis Flor, Alejandro Tous, María Pastor, Gemma Pina, Aurora Herrero y José Maya dan buena muestra y ejemplo de ello.
Ángel Silvelo Gabriel.