Un Moisés en la basura
Resuena aún la cantinela de los villancicos y ya se preparan las uvas al son del ¡Próspero año y Felicidad! ¿Felicidad? ¿Para quién? ¿Para cuántos? Aún no ha pasado el camión de la basura con su estridente ruido. Hace rato que paseo por los arrabales de la ciudad; allá por donde no alumbran las farolas ni el sonido de una alegría impostada llega a mis vecinos ni la lujosa macroeconomía da para el pan ni la sal. El O2 es gratis, aún, pero duele respirar el humo de miles de chimeneas y coches de gran cilindrada que el viento del norte trae hasta aquí procedente del progreso. ¿He dicho progreso? Curioso calificativo, teniendo en cuenta que cuanto más se acelera el desarrollo tecnológico más se hunde la grieta entre las familias de los «don unos pocos» y los «muchos nadie», como yo. Lo digo sin acritud, ¿eh?
Por aquí, por donde yo paseo, es decir, por la avenida de la Cruda Realidad, puedes encontrar a ancianos con «buena pinta» rebuscando presurosos – antes de que se acerque el camión que ya se oye– en los contenedores, peleando por un trozo de… algo. No llega su pensión para entrar, al híper…, para comprar alimentos. Esperan que, de éste, salgan (ya caducados) camino de los contenedores: el gran almacén de referencia para su supervivencia.
Por aquí, por donde Vida se escribe con minúscula, sustituyendo Sobrevivir por Durar, puedes encontrar de todo: niños inservibles de color azul grisáceo envueltos en bolsas de plástico; maletas pesadas, que no me atrevo ni a mirar; fotografías de excónyuges cortadas por la mitad, cubiertas de pinchacitos en ojos, boca y… genitales ¡Qué daño!
Hoy he descubierto, entre la basura, una bolsa móvil. Pensé que era alguna travesura de mi presbicia, pero no: la bolsa se movía e incluso emitía débiles sonidos. Me he armado de valor y, abrazando la bolsa, he corrido sin aliento hasta mi humilde casa. Aquí la tengo. Abro la bolsa sonora y… descubro a una criatura que nunca supo que ser feliz, en Navidad, era una obligación cultural… ¡Un niño! Una criatura frágil, diminuta, con un hilillo de vida, pendiente del cordón umbilical, aún, colgando. Me ha mirado de una manera, de una manera…, bueno, de una manera que no puedo explicar con palabras. No pienso llevarlo a ninguna institución. Nadie lo cuidará mejor que yo. Me lo quedo. Le llamaré Moisés. Sobrevivirá feliz acunado entre mis brazos: lo juro… ¡Por ésta, muack!
Catalina Ortega Diaz