Un peregrinaje. Por Dorotea Fulde

UN PEREGRINAJE

Un peregrinaje

 

El viaje en avión entre Alemania y España es hoy un salto en el tiempo de dos horas y media. Sin embargo allá en el ’72, mi llegada a este país fue una odisea en tren y autobús de dos días y medio…

Cuarenta años más tarde y con muchos sueños incumplidos en mi mochila, mi hijo me regaló los billetes para un peregrinaje de vuelta: Málaga – Múnich, 36 horas ¡¡EN TREN!!

Emocionada me subí a media tarde a mi vagón, llevando una pequeña maleta, bocatas y agua, y empecé el viaje disfrutando de viñas y olivos cuyas formaciones geométricas perseguían la vía igual que antaño. Apenas presté atención a los demás viajeros cuyo concierto de llamadas al móvil fue dominado por la fuga de Bach y Elton John.

El nocturno de Madrid a París sin embargo no me decepcionó: compartí banco y luego literas con dos princesas Masaí embarazadas a punto de romper aguas lo cual impidió que yo -acostada en la litera más inferior-  pegara ojo en toda la noche. Cuando una de ellas finalmente rompió, por suerte solo fue a llorar porque echaba en falta a su grueso príncipe oscuro que el revisor no dejaba viajar en el compartimento femenino…

Llegué de madrugada a la Gare du Nord donde se hizo inevitable una visita al excusado público regentado por un personaje amorfo que repartía el papel higiénico según superficie a limpiar. Justo delante de mí una señora se lo tomó a mal, y en su enfado llamó a la policía, pero quienes llegaron a paso ligero fueron seis soldados de color en traje de camuflaje, fusil en ristre y totalmente anónimos tras sus gafas de sol. Como por arte de magia, todos los de la cola se calmaron, también la señora rebelde, y aceptaron sin rechistar el reparto papelero…

Tuve que esperar hasta pasado mediodía (ya llevaba 24 horas de viaje) a la salida de un tren que tenía miles de paradas previstas pero cuya locomotora se rompió nada más salir de París; todavía se veía a lo lejos la Torre Eiffel… Parados en el andén de un poblacho minúsculo, pasamos 3 horas a 30° grados, se agotó el agua y todo tipo de refrescos, hasta que llegó la máquina de repuesto.

Con un retraso descomunal el tren se arrastraba entre campos y bosques. El hambre y la sed iluminaban el paisaje con fogonazos de tormenta. Cuando empezó a llover bajamos las ventanillas y sacamos lenguas y pañuelos.  Por falta de batería ya no había móviles funcionando y nos contábamos nuestras vidas o unas historias de miedo sin que hubiera mucha diferencia entre unas y otras.

La llegada a Múnich hizo chirriar los frenos y la falsa proximidad de los viajeros saltó por los aires. Pero, ¡qué viaje tan fantástico, estrambótico, absurdo y satisfactorio! El libro de apuntes lleno de dibujos y notas, ¡los recuerdos, imborrables hasta ahora!

Repetiría mañana mismo si alguien me regalase los billetes.

Dorotea Fulde Benke

Blog de la autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *