Lazos de sangre. Por Rubén Castillo

Encontrar un buen cuento es una alegría para la inteligencia. Encontrar un buen libro de cuentos es, más bien, un milagro. Y Lola López Mondéjar ha logrado, en Lazos de sangre, ese milagro. Uno abre su tapa y le salta a los ojos el primer bombón, lleno de licores venecianos (“Las invitadas”), y la boca se le convierte en un palacio de Versalles, inundada de magia y de belleza. Y cuando uno extrae el último bombón (“Sospecha”) comprueba con felicidad, con asombro, con gratitud, que la escritora ha actuado como ese anfitrión bíblico que no dejaba para el final el vino mediocre, sino que homenajeaba a sus invitados ofreciéndoles de principio a fin las mismas excelencias etílicas.
Esta circunstancia, por otro lado, no nos debería sorprender, porque la escritora murciana lleva años construyendo una biografía literaria de lo más sólida, donde a los primores estilísticos se les une un ingrediente que yo valoro muchísimo en sus obras: el afán de introducirse en la mente humana, para explorarla e intentar entenderla. Ella sabe, como profesional de la psicología, que somos pozos, laberintos, enredaderas y ciénagas, pero también que experimentamos secuencias de luz, alborotos de risa e instantes de reconciliación. El chileno Pablo Neruda lo dijo sintéticamente en un verso memorable: «Todo fue para mí noche o relámpago»; es decir, mares de oscuridad y algunas estrellas en lo alto. Lola López Mondéjar, buceadora, minera, cirujana de lo abstracto (tan concreto a veces), topógrafa del alma, mira a sus personajes por dentro y nos relata lo que ve, lo que intuye, lo que puede deducir. Estudia sus comportamientos para saber quiénes son. Porque, quizá, no establece una frontera nítida entre personas y personajes, y ha comprendido que si describir tu aldea es describir el mundo, analizar seres ficticios puede servir para entender algo mejor a los reales.
En esta selección de piezas de diversos tamaños que nos ofrece ahora nos encontraremos con una mujer que se embriaga con una ciudad hasta el punto de convertirla en excusa para actuar de un modo abusivo con una amiga (es el caso de Clara en “Las invitadas”); con un ingeniero que trabaja como guía turístico en la ciudad de Roma y que termina comprendiendo antiguas y dolorosas tragedias familiares, que han empañado su forma de relacionarse consigo mismo y con los demás (Renzo, en la magnífica narración “Vicolo d’Orfeo”), con una señora que, golpeada por la enfermedad y por una imagen obsesiva, decide tomar una importante decisión después de viajar a Noruega (“El hermano gemelo”); con una anciana que, a lo largo de los años, va convirtiendo su hogar en un sitio cada vez más autárquico (cultivando un huerto, criando animales, instalando fuentes de energía propias, etc) hasta desembocar en un final profético o metafórico que logra estremecer en su último párrafo a los lectores (“El huerto”); con el humor o con la incomodidad que se generan en el protagonista de un registro, que vacía la casa de sus difuntos padres para proceder a su venta (“La herencia”); o con el singular narrador que nos va contando la vida de Aurelia y Marcial, un matrimonio que ha ido envejeciendo de forma desigual y sobre el que acechan como buitres las tristes sombras de la decrepitud… Y si acudimos a la segunda sección del volumen (que lleva por título Petits fours) nos deleitaremos con pequeñas, tibias historias de celos (“Viola de gamba”), con metáforas de atinada factura (“Migraciones”), con reflexiones ingeniosas sobre el misterio tonal del amor (“Insatisfacción”) o con un relato equilibrístico que sólo a su término nos entrega la llave interpretativa exacta (“Sospecha”).
Lola López Mondéjar, en fin, ya no tiene que buscarse: se ha encontrado. Libro tras libro, con férrea voluntad, ha ido aquilatando sus técnicas narrativas (que eran notables desde el principio) y ha consolidado eso tan difícil de definir pero tan fácil de apreciar por parte de los lectores a lo que llamamos estilo. De ahí que recomendar la adquisición y lectura de este libro no sea una decisión derivada de la amistad, sino un acto de pura justicia. Lazos de sangre es una colección de hermosas historias que hará disfrutar y pensar durante estas Navidades a quien decida hacerse con ella.

Rubén Castillo

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