Respuesta (algo tardía) al Caballero Sextavoce. Por Elena Marqués

Tacones rojos

«Nunca fuera caballero de damas mejor servido.»

(Cap. II de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha)

Así inicia el hidalgo sus andanzas. Recién salido de su tierra, se siente agradecido y reconfortado por la acogida de sus vapuleados lomos entre los blancos muros de una venta.

Yo también, como el buen Alonso Quijano, salí de mis áridos dominios y atravesé, con mi general como escudero y un abrigo innecesario en ristre, la extensa Andalucía. Ilusionada por el Premio del Público que iba a recibir y por reencontrarme con mis incondicionales amigos de las letras (y por presentar a mi infeliz antihéroe, por qué no, a quien tuviera el valor de conocerlo), no reparé en cansancios. Murcia se abría soleada y acogedora, como la gente que en ella tiene la suerte de haber nacido.

Es verdad, mi buen caballero, que siempre peco de puntual, pero en mis cuarenta y tantos años no he podido arreglar el tal defecto. Aun así, esa cualidad británica que tan poco casa con el carácter andaluz me ofrece siempre un sinfín de oportunidades. En esta ocasión, la de charlar con los compañeros, saludar a Lorenzo Silva, intentar tranquilizar el nervioso movimiento de mi melena, cuya inquietud no te pasó desapercibida.

Fue maravilloso escuchar a Mati y Alberto leer el cuento de María (confieso que lloré, y espero que eso no dé pie a nuevos sonetos), y a Manuel y Ramón revolviendo entre ollas, y a Yolanda con esa alegría tan suya y tan contagiosa. Y fue maravillosa la cena, en buena compañía, entre bromas y brindis y con miles de anécdotas para el recuerdo y quién sabe si para nuevos relatos.

Sé que de ello ya hablé en mi crónica, pero entonces daba por cierto que a las doce (en nuestro caso un poco más, así de generosas se mostraron las hadas) se acababa mi sueño, uno de los mejores días de mi vida, y que el siguiente, al remontar Puerto Lumbreras y vislumbrar de lejos el fulgor de la nieve en la Sierra, me haría volver a la cruda realidad.

Por eso, cuando todo un caballero me dirigió aquellas palabras, no daba crédito. Que me convirtiera en Dama, a pesar de la ausencia irremediable de tacones, y se ofreciera a acompañarme en futuras andaduras… Me sentí tan halagada que no supe qué decir.

Ahora, reposadas las emociones, buscados los zapatos sobre los que quizás un día me levante, solo quiero decirle a Sextavoce que, como mi buen caballero, soy yo la que se pone a su servicio, pues rendida me tiene a sus palabras y a su generoso reconocimiento.

Mayor premio que ese no me cabe.

Elena Marqués

Dama Literatura 2013

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