La primera chispa de vida que surgió en este planeta azul fue una célula solitaria en el inmenso océano hace millones de años. Lo primero que hizo este ser vivo sobre la tierra fue extender sus sensores o tentáculos para comprobar si tenía compañía, si había alguien más con quien contactar a su alrededor. El deseo de comunicarse parte, pues, de la misma raíz de la vida desde que ésta apareció como tal.
Durante milenios de evolución esta necesidad ha sido una constante en todas las especies: interaccionar con el medio, aprender de él y de las dificultades, adaptarse y superarlas; en principio, por pura supervivencia.
En un momento crucial de esta evolución, aparece el homo sapiens, un homínido bípedo con un cerebro más evolucionado capaz de procesar más y mejor la información que recibe, y, por tanto, de perfeccionar sus competencias en comunicación, en organización, en generar armas, soluciones y estrategias de supervivencia. Por entonces todavía no existía el lenguaje articulado. Probablemente lo primero que aprendió el hombre fue a leer el mundo y sus señales y a comunicarse con sus semejantes a través de gestos, gruñidos, indicaciones manuales y expresiones corporales, tal y como hace un bebé en la actualidad.
Entre las dos especies más importantes consideradas precursoras del hombre actual, los neandertales y los cromañones, los científicos discuten aún sobre cuál pudo ser el factor determinante que decidió que los cromañones consiguieran sobrevivir y los neandertales se extinguieran definitivamente, a pesar de que, desde el punto de vista físico, tenían una complexión más fuerte y sólida.
Y aquí seguimos encontrándonos con la misma clave que venimos apuntando desde el principio: la comunicación.
Los cromañones, gracias a su capacidad de adaptación, consiguieron alcanzar una supervivencia por encima de los treinta años. Este dato aparentemente insignificante permitió a la especie algo inédito hasta entonces: que las nuevas generaciones pudieran coincidir con sus abuelos y que éstos les trasmitieran su conocimiento y experiencia, sus lecturas del mundo y las alternativas de cómo enfrentarse a él. Ese trasvase de información generacional fue la nueva chispa que permitió al ser humano aumentar su nivel de conocimiento exponencialmente y de nuevo asegurar su conservación.
Poco a poco el hombre fue estructurando el lenguaje y haciéndolo más sofisticado hasta que desembocó en su faceta creativa, y hace tan sólo unos cinco mil años que se tiene constancia de algo escrito en distintos formatos y con diferentes códigos. Durante muchísimo tiempo la oralidad fue la única forma de trasmitir historias, y aún hoy mucho de lo escrito se basa en esa tradición oral. Luego llegaría la escritura, y después la lectura, tal y como la entendemos ahora. La lectura de textos escritos es, pues, la última fase en este proceso comunicativo de nuestra especie, y, hasta hace apenas ochenta años, un conocimiento reservado a la élites.
No os tengo que contar lo que significó el nacimiento de la imprenta en el siglo xv, y tampoco lo que está suponiendo Internet en ese camino de expresión que nos ha permitido llegar hasta aquí: todo ese proceso ya está en el conocimiento colectivo de las nuevas generaciones, que lo están viviendo en primera persona. Lo que sí es seguro es que estos avances tecnológicos trasformarán de forma definitiva nuestra manera de relacionarnos con el mundo y entre nosotros.
Y si la comunicación oral nos permite establecer ese vínculo con personas cercanas o coetáneas, imaginaos la magia de un texto escrito, de un libro, que nos permite recibir la experiencia, la creatividad y los conocimientos de otros seres humanos que vivieron en otros tiempos lejanos o que viven en otras latitudes y que ya pasaron, se plantearon, imaginaron o resolvieron los mismos dilemas con los que todos alguna vez nos encontramos.
Quiero trasmitiros la idea de que escuchar a los otros, aprender a leer a las personas y a leer el mundo, y, sobre todo, lo que sus habitantes nos dejan en cualquier formato, es lo que nos permitirá procesar ideas o soluciones nuevas y contárselas a las generaciones venideras.
Formar parte de la cadena informativa de la especie, ser parte de un universo de comunicación del que dependen, de alguna manera, las nuevas formas de supervivencia a que puede enfrentarse el ser humano, ¿no os parece un cometido maravilloso?
Hoy he presentado un libro de cuentos, y he querido empezar contando éste para que comprendáis la importancia que la trasmisión de historias, habladas, escritas o en cualquier formato, supone para todos. Para que las recibáis con amor, como un legado maravilloso que viene de la experiencia, de la creatividad o de la imaginación de otro ser humano que, como aquella primera célula solitaria, buscaba y busca a su alrededor con quién comunicarse y aprender a sobrevivir y perdurar.
Murcia, 18 de enero de 2014.
Luisa Núñez
CEO del Portal Canal Literatura.
Especialista Universitario en Sistemas Interactivos de Comunicación.
Anoche nos dejaron en casa a mis sobrinos. Mi esposa y yo decidimos entretenerlos en primera persona. Habían muchas otras formas alternativas, como ver la televisión, poner una película, o dejarles simplemente jugar con sus artefactos electrónicos. Pero no, decidimos apagar todas las luces de la casa, encender una vela y ponernos a contarles historias improvisadas que dieron paso a la lectura de alguno de mis relatos, como El Alacrán o La Niña del Aserradero (publicados en Canal Literatura). La verdad sea dicha, nunca había sentido la necesidad, hasta ayer, de teatralizar mis relatos, pero al ver a mis sobrinos con la boca abierta y pidiendo más, me he dado cuenta de la fuerza de la narración y la vida que cobran estos pequeños cuentos. Creo que el ratito que compartimos anoche los cuatro lo recordaremos toda la vida.
Merece la pena escribir.
Cuando has dicho lo de la vela me he acordado también de esos fuegos de campamento alrededor de la hoguera para contar historias de miedo.
Es verdad que el escenario contribuye a crear ese halo de misterio que nos transporta a otro mundo, que nos introduce en la historia, aunque la imaginación pone siempre lo que falta.
Deberíamos tomar ejemplo de ti y tu afición cuentista para jugar con los niños, como hicieron con nosotros. Hay cosas que nunca cambian.
El fuego junto a la oscuridad parecen crear el ambiente ideal donde contar historias. Sin embargo, mi abuela encontró la forma de sentarnos a su alrededor en torno a una mesa repleta de bollos y una taza de chocolate caliente y, mientras nos convertía en zampabollos,nos delitaba con cuentos tradicionales e historias familiares remontandose varias generaciones.
Mi abuela no dejo nada escrito, pero nosotros lo escribiremos desde nuestra memoria. Como dice José, hay que cosas que no se olvidan y como apunta Elena otras que nunca cambian o no deberían cambiar.:)
Mª Luisa: gracias a ti y a todos los tuyos (familia y amigos del Canal) por vuestro apoyo y vuestra asistencia a la presentación. Precioso discurso el que nos regalaste. Un abrazo por siempre
Me hubiera gustado estar más despejada,todavía ando estornudando con los pañuelos en ristre, pero fue un placer compartir vuestra presentación teatralizada e ingeniosa, como a mi me gustan 🙂
Los amigos del canal supieron apreciar la innovación.Enhorabuena.
Un beso para todos vosotros y para ti especialmente.
BUENAS TARDES, HERMOSO CONTENIDO, YO SOY UN PELUQUERO Y ESTE POSTEO QUE DEJAN UDS ME SIRVE UN MONTON PARA MOSTRARSELO A MI HIJO, MIENTRAS NOS TAPAMOS CON LA SABANA Y HACEMOS CASTILLO CON UNA LINTERNA, ABAJO DE LAS FRAZADAS.