Hacia un calor pegajoso y asfixiante. Un día en el que no apetecía demasiado pasear.
Al salir de casa decidió tomar el autobús. Iría más fresquita y después seguiría a pie hasta el punto de cita evitándose un buen trecho bajo el sol. Tenía alergia al sol desde hacia años y huía de él como drácula de la cruz y los ajos.
Más de 38 ºC marcaba el termómetro cuando el bus pasó por la Plaza de España.
– Venga muévete, esta es tu parada se dijo.
Se levantó con tiempo suficiente y se aproximó a las puertas preparándose para descender en cuanto abriesen.
– Voy bien de tiempo. Con este calor que hace, me lo tomaré con calma.
Iba ensimismada en sus pensamientos, pero el olor rancio de un sobaco sucio la devolvió a la realidad.
-Ya llegamos, se dijo, aguanta un poco más, ya respiraras profundamente cuando bajes.
Las puertas se abrieron de par en par y la calle la recibió con una bofetada de calor.
-¡Que día de bochorno! como calienta el suelo. Sale fuego del asfalto.
Oteando a su alrededor comprobó que la calle estaba atestada de gente.
– Que poco nos gusta estar en casa, parece que nos echan en cuanto comemos.
Muchos eran jóvenes que sentados en las escaleras de la Diputación, esperaban expectantes a sus citas. Este era un punto de encuentro desde hacia muchos años.
En la Plaza paraban autobuses de muchas líneas distintas que recorrían toda la ciudad. Era el sitio idóneo, el más popular.
A la izquierda, situadas de forma provisional, las taquillas de los transportes urbanos. Un pequeño garito con dos ventanillas que atendían cada día a decenas y decenas de personas que hacían fila para sacar los bonos del bus. Esa tarde habia cuatro gatos.
Las terrazas atestadas, todas sus sillas ocupadas, mesas llenas de horchatas, granizados, cafés con hielo, helados, cervezas, refrescos, etc., lo que fuese para combatir y hacer soportable el calor y la espera.
Pero como sucede en las grandes ciudades, el contraste se encontraba unos pasos mas adelante: en una papelera habia un indigente que revolvía la basura que habia dentro y de la que saco un cucurucho de helado a medio comer. Lo sopló y le paso la mano para quitarle la primera capa de suciedad y se marcho lamiendo los restos.
Un escalofrío la recorrió de arriba hasta abajo.
Solo hacia unos segundos que había tomado tierra cuando se le acercaron dos gitanas que le ofrecieron romero y le dijeron que le leerían la mano.
-No, gracias. No necesitó volverse para saber la cara con la que le estaban lanzando todos los “piropos” que siempre eran los mismos.
Dos pasos más adelante una portuguesa vendiendo pañuelos de papel. Otros dos pasos y otra extranjera con un niño de pocos días pidiendo limosna.
Al ir a cruzar el semáforo del Coso mientras esperaba el color verde, en la acera de enfrente un mendigo totalmente ebrio toreaba con la camisa hecha jirones a los coches que pasaban y después a alguna de las personas que cruzaban. De vez en cuando se tiraba al suelo y levantaba la camisa por encima de su cabeza a modo de capote. Por el propio impulso caía de nuevo y dejaba al descubierto llagas infectadas en las piernas cubiertas por harapos.
Por un momento no pudo evitar el pensamiento de cómo podrían curarse esas heridas.
No habia dado la vuelta a la esquina y delante del escaparate de una tienda estaba una mujer sentada con un pasaporte mostrando una numerosa familia y un cartel de cartón en el que se leía “una alluda pa comida. Soy biuda y tengo 8 hijos. Gracias.”
La reconoció al instante.
– Pero si esta es la misma mujer que trajo a su pareja al hospital en coma de una borrachera. Y que no se quedó con él porque decía que tenía que ir a la plaza de toros para que no le quitaran el sitio en el que tenia colocados sus cartones, donde dormían durante todo el año…y no tenían hijos. Hiciese frío o calor. Allí tenían sus escasas pertenencias.
Se habían conocido en los alrededores del comedor municipal y se habían hecho pareja…los dos eran alcohólicos.
Y así uno tras otro: un senegalés con la maleta llena de relojes y otros objetos diversos; un sudamericano con las prendas tejidas a mano en un pañuelo en el suelo; varios africanos con discos pirateados…
Camino unos metros y allí estaban los abuelos charlando en una esquina a la sombra del toldo de un bar. Otros sentados en los bancos de alrededor en animada compañía.
– Menos mal que hemos quedado en un punto concreto porque sino estaría complicado vernos con tanta gente.
Una mujer joven que podría ser rumana con un bebe en brazos y extendiendo la mano del brazo que le dejaba libre la sujeción
– “Me da pa comprar leche pa mi niño… anda dame algo…”
Eran una tras otra las personas que se acercaban ofreciendo o mendigando.
Por un momento la calle se estrechaba cada vez más.
Era habitual ver como las calles, plazas, puertas de iglesias o cualquier otro rincón de la ciudad se llenaba de mendigos, estatuas vivientes, titiriteros y músicos tocando los mas diversos instrumentos y situados en los lugares con mejor acústica y visibilidad.
El contraste racial y social era cada vez mayor y más visible.
Ella misma recordaba cuando subía con su madre con la cartilla de racionamiento a por leche y vales para obtener alimentos que solo dispensaban en un economato.
– En aquella situación se sentía pobre. No por no tener suficiente para comer o vestir; que así era, sino por los demás, que establecían una barrera entre ellos y su familia.
Miraban por encima del hombro. Sus ojos se clavaban en sus rostros expectantes que no podían hacer nada que no fuera esperar el turno en silencio y agradecer la ayuda.
Se sentía impotente cuando tenía que decir que no, recordaba aquellos días, pero no podía ayudar a todos los que se acercaban cada día y día tras día.
En segundos el café en el que habia quedado con su amigo se veía más lejos y la calle mas estrecha.
Le estallaba la cabeza y le faltaba el aire. Sacó el abanico del bolso pero no conseguía su objetivo… quería seguir pero le faltaba el aire.
De repente todo se oscureció…
Abrió los ojos, no sabía donde estaba.
Escuchaba gritos pidiendo auxilio. Ella volaba y notaba como tocaban su cuerpo y su cara…pero era incapaz de defenderse.
¿Qué pasaba?
¿Dónde la llevaban?
Sintió que el aire fresco que le daba en la cara le hacia recuperar el aliento.
Noto un picotazo en un brazo y una corriente que recorría su brazo.
Cerró los ojos, le molestaba la luz y se dejo ir.
Despues cuando los abrió vio un rostro que esbozaba una sonrisa con gesto de preocupación cerca muy cerca…
-Tranquila estás en el hospital…era un médico amigo suyo.
Reaccionó, estaba acostada y rodeada de personal sanitario.
Intento hablar y en su palabras solo escuchaba sonidos sin sentido.
No podía moverse y no podía hacerse entender.
Comprendía cada una de las frases que le decían e intentaba realizar las órdenes médicas pero…no podía.
Escuchaba una y otra vez: tranquila, tranquila, no te muevas que ahora no puedes…
Poco antes de llegar al punto de la cita, su amigo la vio caer redonda y llamó a una ambulancia.
Este amigo era el primer rostro que vio al abrir los ojos.
Habia sufrido un infarto cerebral y con la caída un traumatismo craneal y cervical.
Lentamente fue recordando todo con nitidez y a los pocos minutos de recuperar por completo la consciencia se dio cuenta de que se encontraba en una situación delicada.
Sufrió complicadas intervenciones que la mantuvieron inmovilizada.
Tardó días en poder hablar y muchos meses en volver a caminar con dolorosos ejercicios.
Atrás se quedaban los años de estudio y esfuerzo por ejercer un trabajo vocacional, al que habia dedicado 35 años y que ahora no podría realizar nunca más.
Todavía no esta recuperada, ni física ni psicológicamente, pero lo intenta cada día, con coraje con la esperanza de no ser por mucho tiempo una carga y volver a ser útil.
Es muy afortunada aunque no pase por su mejor momento porque a su alrededor todo es amor y apoyo.
Por ellos a los que nunca podrá compensar y agradecer suficiente todo lo que recibe…por ellos hoy…ha querido contaros en primera persona, aquella tarde de verano.
©Escrito por Camelia