Mar es mi nombre, una parte más pequeña del consabido e inevitable ‘María del’. Solana no es mi primer apellido, es el segundo de mi padre y el primero de una abuela a la que admiro profundamente sin haberla conocido, murió mucho antes de que yo llegara a este mundo. Mi profesión, o sea a lo que dedico gran parte de mi tiempo, se dice en una sola y sencilla palabra, pero prefiero hablaros de mi trabajo como mejor se hacer, con metáforas… Soy una especie de ‘violín’ porque las personas tristes me ‘usan’ para encontrar la melodía que falta en sus pentagramas, o como una domadora de caballos salvajes en un mundo donde los caballos son las emociones de la gente… intento ayudarles con sus riendas.
Nací hace algo más de cuatro décadas, un lunes de una fría mañana de noviembre, en el otoño de un Madrid aún incierto y convulso. Mi padre me contó que cuando me paseaba en el cochecito, en lugar de dormir con los ángeles de los bebés, abría los ojos como platos soperos para ver como bailaban las letras de colores en los enormes carteles de mi barrio… Empecé a escribir a los once años, la misma época en la que descubrí que los Reyes Magos eran los padres de cada uno y las ilusiones como los castillos de naipes de aquel país mágico de Carroll… Mi primer cuento y mi profusa relación sentimental con las palabras nació entre cubos, trapos, rollos de papel y demás enseres domésticos, en un minúsculo aseo donde mi madre guardaba todos sus aperos de limpieza y en donde yo (todavía no sé muy bien por qué) me dedicaba a capturar las fantasías de mis juegos… Creo que mi madre fue la principal responsable de poner en marcha los engranajes de mi imaginación, nunca dejó de inventarse extrañas, curiosas y caóticas historias que me conducían, de forma infalible, a seguir tirando del hilo de mis amadas palabras. Mi padre se encargó de inculcarme la curiosidad por el papel, la tinta y las letras de ciertos maestros… Durante mi adolescencia no fui muy original y me comunicaba con un diario que era como mi amigo invisible, ¡cuántos secretos me guardó! Solo un poco más tarde comencé a escribir algunos versos y excursos (insoportables), lo normal para el que, sin instrucción alguna, comienza a plasmar su vehemencia emocional en el papel… Creo que fue en aquella época cuando recordé que yo había descubierto mi propia Luna (existe una para cada mujer), ella vela nuestros ciclos, nuestra pasión y nos ayuda con la belleza de las cosas. Y allí dejé mis palabras cuando, por otros requerimientos de la vida, tuve que hacerlo; les busqué un cajoncito secreto en un precioso jardín de letras de plata y ellas prometieron esperarme siempre. Cuando regresé para despertarlas, hace cinco años, me llevé la sorpresa de que se habían cultivado ellas solas y había muchas, muchas letras y palabras que volvieron a unirse a mi con una condición inexorable: que las tratara como si fueran barro virgen por moldear y creara un taller especial para ellas, echara a escobazos a doña vanidad y me quedara con la ilusión como principal maestra… Por eso me gusta pensar que soy escritora, no porque quiera ganarme la vida con ello, sino porque me imagino como un alfarero, artesano de los de antaño, dueña de un inmenso taller de letras y que en lugar de barro, moldeo y pulo palabras, ánforas de todas mis historias… Y con aquellas palabras recién cosechadas en mi Luna, me embarqué en el delicado, inspirador y sorprendente proyecto de escribir un libro sin otro objetivo que ayudar a cerrar una honda herida familiar: recuperar la memoria de un hermano de mi padre al que fusilaron en los prolegómenos de la guerra… Podéis obtener más información sobre «Un poeta en tiempos de guerra» en mi blog. Colaboro en la sección infantil de cuentos con una revista digital y tengo publicados algunos de mis relatos y microcuentos en varias antologías literarias y algunas revistas.
Creo que escribir es un oficio como los de antaño, donde más que el currículo y los logros, lo importante es aprender a tallar, pulir y moldear desde el principio. Y a escribir se aprende escribiendo, de forma profusa, cometiendo errores y todos los días; nadie aprende de las cosechas de éxitos, lo hacemos en solitario, sintiéndonos mediocres, rechazados y pasándolo mal. Escribir es un autobús que te lleva a la calle «catarsis», con muchas paradas, pero directo…
Y en este apasionante camino de la escritura, donde uno se encuentra a diario sometido a las preguntas del «espejito mágico» de la autoestima y a las insufribles glotonerías de un ego (casi siempre) insatisfecho de lectores que nos inflen la vanidad como a globos de parques temáticos, he descubierto, no hace mucho, la importancia de escribir solo por el placer de hacerlo y porque necesito compartir con vosotros todo lo que bulle mar adentro, pero se gesta en mi Luna…
¡No olvides venir a leer la marea de mis palabras cuando la luna resplandece!
Mar Solana
Blog de la autora