El sexto cumpleaños de mi hijo cayó en sábado, por lo cual se encontraba conmigo. Me levanté bien temprano para prepararle una sorpresa. Cuando se despertó, la sala se hallaba decorada con globos; más bien estaba repleta de ellos. Sus diferentes tonalidades sumadas a los rayos de sol, que entraban por la ventana, recreaban un mundo de fantasía.Por lo menos a mí me lo pareció. Al conocer su devoción por la película Cars y su amor por el personaje central, la tarta que le compré tenía la forma y colores de Rayo Mcqueen. Se puso muy contento con la fiesta mañanera que le había organizado; reía y se tiraba sobre las montañas de globos. Yo lo observaba, seguramente con una sonrisa boba en mi cara, y comencé a tomarle fotografías.
Después de nuestra pequeña parranda en pijama nos duchamos y nos vestimos apropiadamente para salir de paseo. No le expliqué a dónde íbamos. A medida que nos acercábamos a la tienda de pájaros el corazón me latía con mayor rapidez. Seguro que a mi hijo le gustaría más ese regalo que cualquier artefacto con control remoto; además, él mismo me había dicho que lo deseaba. No debía competir con su madre. Estaba mal hacerlo y tampoco podía: ella contaba con mayores recursos económicos. Cuando Santiago vio el escaparate del comercio, su rostro era la estampa de la alegría. Con la voz llena de esperanza preguntó: “¿Me lo vas a comprar papi? ¿Verdad que sí?” Mi cara debió teñirse de granate, pues me ardía de pura felicidad. Le contesté que tendría el que más le gustara. Todas las aves eran bellas y sus colores brindaban una fiesta para los ojos, pero Santiago se entristeció hasta llegar al llanto. Me dijo que nunca se había dado cuenta de que los pájaros estaban presos. Yo traté de consolarlo explicándole que eran de criadero y que no podían sobrevivir en libertad. Rogaba porque mis palabras coincidieran con los hechos. Entonces se nos acercó un vendedor y ratificó lo expresado por mí. Di gracias al cielo por ello. Le contamos que deseábamos un perico y nos convenció de que lo mejor era llevar una pareja. Al estar un macho y una hembra juntos se sentían felices y la jaula se convertía en su nido. No supe si estaba hablando en serio o sólo lo decía por aplacar los llantos de un niño, que vio una realidad en la que pocas veces se piensa.
Entramos a nuestro hogar y pusimos la nueva casa de los pericos sobre un mueble. Nos sentamos a observar a la pareja. Se hacían caricias frotando las cabezas y juntaban los picos. Santiago saltó del asiento diciendo que se daban besos de lengua. Y es que en verdad la lengua de uno penetraba en la boca del otro. Yo pensé que buscaban restos de comida, pero callé y seguí disfrutando de la alegría de mi hijo. De pronto se trenzaron en dura pelea. Gritaban y se daban sendos picotazos. Santiago comenzó a llorar con desconsuelo; lo tomé en brazos y lo acuné como a un bebé. Los pájaros se calmaron y volvieron a acariciarse. Le dije que ya se les había pasado el enfado. Al ver que tenía razón, el llanto fue a menos. Después me miró y sentí que me juzgaba. “Son igual que mamá y tú peleando”, afirmó aún entre sollozos. Lo abracé con fuerza y le prometí que no volvería a discutir con su madre. Cuando se le pasó el disgusto se quedó dormido. Entonces lo recosté sobre la cama cubriéndolo con una manta y me armé de coraje para cumplir con mi palabra.
Llamé a mi ex esposa para contarle lo que había sucedido con Santiago y juntos reflexionamos sobre nuestro comportamiento. No podíamos provocar un solo malestar más en él. Reconocí mis errores y le pedí perdón. Ella, después de unos segundos, me dijo que la culpa radicaba en ambos. Sabíamos que como pareja no había vuelta atrás, pero sería necesario encontrar una nueva manera de vincularnos para hacer feliz a Santiago y coincidimos en que la amistad era la reina de las relaciones. De ahí en adelante tomamos ese camino.
Los periquitos de la tía Julia también se daban besos con lengua antes de arrancarse las plumas a picotazos. Aunque nunca logró que hablasen, creo que no necesitaban palabras de reconciliación. Claro, que tampoco llegaron nunca al divorcio…
Linda metáfora para un cuento con moraleja. Un saludo.
Una historia familiar y cercana que hace de la naturalidad un estilo de escritura. Personajes creíbles en una anécdota intimista.
Felicidades.
Gorrión:
Agradezco tu visita y tus palabras.
Abrazo.
Deucalión:
Gracias por tu bienvenida y tus palabras hacia mi relato.
Pronto te haré una visita.
Efectivamente ha sido un error en el traslado la web. Ya esta corregido. Saludos.
Administración:
Gracias y saludos.
Estimados:
Al subir el texto se cometió un error que sé que es involuntario, pero hace que el relato pierda su armonía.
“…recreaban un mundo de fantasía.” Después va punto y seguido, quedando así: “…recreaban un mundo de fantasía. Por lo menos a mí…”
No debe haber ningún salto en la hoja. Por favor les ruego que revisen el cuento y lo suban tal cual lo envié.
Desde ya muchísimas gracias.
Necesaria historia de reconciliación en los días que corren; cuando una pareja rompe suele olvidarse de lo que su comportamiento puede afectar a los hijos de ambos… ¡Benditos pericos!
Bienvenido, Frater y mucha suerte 🙂