El médico de Sidi-Dris. Por Lorenzo Silva

Hace ahora quince años escribí una novela. Se publicaría tres años después, es decir, hace doce. Desde entonces ha tenido, por fortuna, unas cuantas reediciones. Bajo estas líneas, la cubierta de la edición original y la de una de las posteriores, para quiosco.

El nombre de los nuestros

Aprecio especialmente las colecciones de quiosco. De ellas se nutrió buena parte de mi juventud lectora, y me parecen fundamentales para el fomento y la difusión de la lectura. Siempre que me han pedido permiso para meter un libro mío en una colección de quiosco, lo he dado con entusiasmo. Prefería los tiempos en los que en los quioscos había más libros, y no todos esos coleccionables absurdos (cuando no son vajillas o cuberterías) con los que ahora se trata de vender periódicos.

Pero éste no es el tema. El tema es que hace unos días un personaje de mi novela ha venido a buscarme y a pedirme cuentas. Así, como lo oyen.

Estas cosas son raras, pero pasan.

La novela, entre otros escenarios, sucede en un lugar al que ya me he referido en este blog: Sidi-Dris, un cerro perdido entre Alhucemas y Melilla, con una impresionante vista sobre el Mediterráneo, y donde en 1921 hubo una atroz batalla que costó la vida a la mayor parte de los 300 españoles que lo defendían.

 

Para que se vea que no exagero con la vista, es ésta:

Sidi Dris

En el capítulo 10 de la novela se narra la llegada de algunos de sus protagonistas a Sidi-Dris, huyendo desde Talilit, otra posición que cayó en aquellos días, y con cuyos supervivientes se incrementó la sitiada guarnición. Uno de ellos viene enfermo, y lo llevan a la enfermería. Y esto es lo que cuenta el libro:

En Sidi Dris reinaban a partes iguales la inquietud y el desaliento. Amador arrastró a Andreu hacia la enfermería, donde se amontonaban los heridos. El oficial médico vino a examinarlo al cabo de media hora. Le bajó el pantalón y se inclinó con gesto impasible sobre la herida. Le volteó para verla por atrás.

-Entrada y salida y sin tocar el hueso ni la arteria -concluyó-. ¿Tú juegas mucho a la lotería, chaval?

-No precisamente -respondió Andreu.

-Pues deberías. Voy a limpiarte la herida y a vendarla. Y no hay mucho más que hacer, hasta que venga el barco a sacarte.

En un catre cercano había un soldado con la cabeza vendada. Estaba inmóvil, mirando al techo. Canturreaba, en voz queda:

 

Los suspiros de Melilla

no llegan a mi ventana,

porque pasa el mar por medio

y se quedan en el agua.

 

-Es una condenación -dijo el médico, mientras desinfectaba a Andreu-. No hace más que cantar esa copla. Parece que se la decían a los quintos las mozas de su pueblo. Es lo malo de los tiros en la cabeza. A unos les da por cantar y a otros por gritar como si los estuvieran desollando.

-Mejor será que cante, entonces -masculló Andreu, aguantándose el dolor.

-Mejor sería que le hubieran dejado en el sitio -opinó el médico, brutal.

 

Mis tres personajes eran de ficción, aunque inspirados en los mártires reales de aquella aciaga batalla. Traté de hacerlos verosímiles, quise que, aun inventados, lo que dijeran y cómo lo dijeran fuera congruente con quiénes eran y lo que vivieron.

Pues bien, en efecto había un médico en Sidi-Dris. Luis Hermida Pérez, se llamaba. Hace unos días recibí un correo electrónico. Mi corresponsal, Isabel, oriunda de Galicia, me decía que sus bisabuelos, que habían tenido amistad con él, guardaban una foto de aquel hombre, muerto en plena juventud y cabe presumir que sin descendencia, como la mayoría de aquellos soldados infortunados. Me la adjuntaba al correo. Aquí está:

 

Luis Hermida Pérez,

 

Confieso que sentí un escalofrío al ver esos ojos mirándome, y que en seguida busqué el libro y en él, el pasaje que acabo de transcribir. Confieso, también, que respiré aliviado al ver que no había puesto en labios del personaje literario que le representa nada deshonroso, ni lo había mostrado como alguien negligente en su oficio. Que tan sólo le había atribuido una desesperanza comprensible y en absoluto censurable, en quien por lo demás seguía al pie del cañón, tratando de salvar las vidas que se le encomendaban.

No quiero ni imaginar qué habría sentido si hubiera sido de otro modo. Porque en esa mirada hay un hombre limpio y de honor. Viéndolo ante mí, me alegra haber escrito aquel libro para reivindicar su nombre y el de todos aquellos soldados perdidos. Y me conmueve que haya venido a través del tiempo a buscarme. Quiero pensar que donde quiera que esté, después de todo lo sufrido, encontró la paz que merecía.

Lorenzo Silva

Fuente: La Mirilla – Msn Noticias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *