El cuerpo de John Keats descansa en el cementerio protestante de Roma, detrás de la pirámide de Cayo Cestio. Un lugar que Lord Houghton define así en su libro Vida y cartas de John Keats: «… uno de los más hermosos lugares donde pueda reposarse la mirada y el corazón de los hombres. Es un declive lleno de césped, entre las ruinas de las murallas de Honorio correspondientes a la ciudad reducida, y dominada por la tumba piramidal que Petrarca atribuyó a Remo, pero que la verdad arqueológica ha adscrito al nombre más humilde de Cayo Cestio, tribuno del pueblo, sólo recordado por su sepulcro».
Pero no queda ahí la nómina de ilustres que le dedicaron un póstumo reconocimiento, ya que Shelley también lo hizo en el poemario Adonais: “Ve a Roma… a la vez el Paraíso,/ la tumba, la ciudad y el desierto;/ donde sus ruinas como destruidas montañas se alzan…”, e incluso describió la sensación que le transmitió el camposanto: «el cementerio es un espacio abierto entre las ruinas, y en invierno lo cubren violetas y margaritas que se mezclan con las frescas hierbas. Es un lugar tan hermoso que lo hacen a uno enamorarse de la muerte, al pensar que podría estar enterrado en sitio tan hermoso». Un deseo que el poeta vio cumplido apenas un año más tarde cuando falleció víctima de un naufragio, y que, según cuenta la leyenda, llevaba un libro de poemas de Keats en el bolsillo. Ahora descansa al lado de Keats y de Severn, que tampoco pudo evitar describir las sensaciones que le producía ese lugar, y así lo hace en una carta que escribió a Mr. Haslam diez semanas después del óbito de Keats: “anduve por allí hace pocos días, y vi que las margaritas la han cubierto ya enteramente. Es uno de los lugares retirados más hermosos de Roma. No se encontraría un sitio semejante en Inglaterra. Lo visito con una deliciosa melancolía, que alivia mi tristeza. Cuando me acuerdo del largo tiempo en que ni un solo día estuvo Keats libre de agitación y tormento tanto del alma como del cuerpo, y que ahora yace en reposo con las flores que tanto deseaba sobre él, sin otro sonido en el aire que el de las esquilas de unas pocas ovejas y cabras, me siento realmente agradecido de que esté aquí, y me acuerdo de cuán ardientemente rogaba porque sus sufrimientos llegaran a su fin y pudiera alejarse de un mundo donde ya ni un solo ápice de alivio quedaba para él”.
Sin embargo, su deseo de pasar desapercibido incluso después de su muerte sólo fue cumplido a medias por sus amigos, ya que tanto Joseph Severn como Charles Brown, en contra de su voluntad, pero con la firmeza que les daba la lealtad hacia un amigo, hicieron esculpir una lira griega con cuatro de sus ocho cuerdas, como símbolo del genio poético que la muerte truncó antes de antes de haber llegado a su madurez. Debajo de ella, está la siguiente inscripción: “Esta tumba / contiene todo cuanto era mortal / de un / JOVEN POETA INGLÉS, / quien, / en su lecho de muerte, / en la amargura de su corazón, / a merced de sus enemigos, / quiso / que se grabaran en su lápida estas palabras: / Aquí yace Uno / cuyo Nombre estaba escrito en el Agua / 24 de febrero de 1821”.
Ángel Silvelo Gabriel