Es muy difícil escribir un buen cuento. Empiezo con esta afirmación porque la primera sorpresa con la que se encontrarán ustedes al leer este libro es que los cuentos que lo forman tienen una alta calidad literaria. Lo cierto es que, aunque parezca difícil de creer, no es fácil encontrar un buen relato incluso entre escritores consagrados. Tal vez porque, como dice mi gran amigo el profesor Belmonte, la gente confunde el cuento con otro tipo de escritos. Lo confunde con un texto periodístico, con una anécdota más o menos curiosa; incluso, según él, lo confunden con un capítulo suelto. Un cuento en cambio es algo muy distinto. Un cuento es una sorpresa, es una historia redonda, es, como decía Hemingway, un puñetazo en el estómago. Huelga decir que lo del puñetazo no tiene nada que ver con que lo que en él se relata sea cruel o tortuoso sino con que sea contundente, sintético. A diferencia de una novela, en la que el autor se puede permitir el irse por las ramas, divagar e incluso impacientar al lector con descripciones prolíficas, en un cuento no puede faltar ni sobrar nada. Cortázar decía que una novela es como una película mientras que un cuento se asemeja más a una fotografía. El símil me parece acertado porque permite explicar algo que a mi modo de ver resulta paradójico. Una novela vale por lo que cuenta, por lo que revela. Un cuento, en cambio, vale por lo que no-cuenta, por lo que oculta. Igual que cuando uno mira una fotografía es fácil fantasear con lo que sugiere e imaginar lo que no muestra, un buen cuento comienza precisamente cuando uno termina de leerlo. Porque es entonces, provocada por la magia del relato, cuando se pone en marcha la imaginación del lector. Por eso un cuento ha de tener lo que podríamos llamar vida propia. Tiene que tener la capacidad de crear, en muy poco espacio, unos personajes, una situación, un ambiente, una voz. Hay que fabricar todo un mundo completo y cerrarlo en pocas páginas. He ahí su dificultad y la razón por la que naufragan en el intento no pocos escritores. Como dije en la ceremonia de entrega de premios(por cierto, qué bien lo pasamos) mi más grata sorpresa fue descubrir la alta calidad de los cuentos que se presentaban esa noche. Por mi trabajo, soy jurado de muchos concursos y no me importa decir que en ninguno he encontrado la calidad literaria que tiene el vuestro. El cuento ganador, por ejemplo, es un maravilloso relato en el que la autora logra el difícil prodigio de impostar no solo la voz sino también la forma de sentir de un niño que va con su madre a servir a la gran ciudad. Es un cuento lleno de ternura y de sensibilidad que sin embargo no cae nunca en la sensiblería ni en el lugar común. A través de los ojos de su protagonista tenemos la oportunidad de observar el mundo de los mayores con sus mezquindades o sus pequeñeces. Por su parte, el cuento que quedó en segundo lugar, y que nosotros los del jurado llamábamos “el del taxista”, es de un tono muy diferente y en él se cumple muy bien eso del puñetazo que decía Hemingway. El narrador no es un niño como el del primer cuento, al contrario, es muy adulto. Y sus preocupaciones también son adultas. La situación es muy original, el lenguaje perfectamente adecuado al personaje, y la forma en la que está narrado (nosotros solo llegamos a conocer las palabras del protagonista, las del otro personaje las tenemos que imaginar) denota una gran maestría. En él se cumple también lo que antes señalaba: invita al lector a rellenar con su imaginación todo lo que no se cuenta, lo que se sugiere. El tercer premio no desmerece en absoluto frente a los anteriores. Cuenta una historia urbana de amores casi inexistentes entre dos personas que coinciden por la noche en una calle cualquiera, una fumando, la otra tirando la basura. Una vez más, el cuento vale por lo que sugiere, por lo que no-cuenta. La maestría en este caso consiste en contar una historia que todos hemos vivido alguna vez: la de la atracción por una persona de la que desconocemos todo, su nombre, su historia y que, sin embargo, llega a representar algo muy importante en nuestra vida. Está escrita sin grandes pretensiones estilísticas pero precisamente ahí reside su encanto: en la eficacia de una prosa neutra que retrata a la perfección la soledad y el desvalimiento de sus protagonistas.
El volumen se completa con los relatos de los finalistas y que tienen en común con los ganadores un rasgo que para mí es primordial: no caer nunca en la facilidad, tampoco en lo políticamente correcto ni en el hoy tan común “buenismo” Y es que últimamente es muy habitual confundir la literatura de calidad con la literatura que habla de cosas buenas, de buenos sentimientos, de historias “edificantes”. Yo, en cambio, creo, como Gide, que con buenos sentimientos no se hace precisamente buena literatura, al contrario, muchas veces se hace pésima. Por eso me congratulo tanto de haber sido testigo del despuntar de tan variados talentos como hay en este libro. Enhorabuena también a todos los que hacen posible eso que María Luisa modestamente llama el “milagro” del Canal Literatura. Gracias por haberme invitado a participar en vuestro maravilloso proyecto, gracias por dejarme ser vuestra amiga y desde ahora también vuestra admiradora.