La mujer invisible. Por Amelia Pérez de Villar

The Frozen Deep

The Frozen Deep, obra teatral poco conocida de Wilkie Collins sobre la expedición de John Franklin al ártico en 1845 y preludio tal vez de la del capitán Scott, se representó en la que era entonces la vivienda de la familia Dickens, Tavistock House —en lo que fue en realidad un ensayo con vestuario y donde los actores eran amigos o familiares el 5 de enero de 1857— ante un público “informal” compuesto por amigos, sirvientes y comerciantes. Después siguieron algunas representaciones semipúblicas y, tras la muerte de su amigo el periodista, dramaturgo y actor Douglas William Jerrold, Dickens decidió representarla para reunir fondos para la viuda. Tras organizar una representación en la Royal Gallery of Illustration con la presencia de la Reina Victoria y el Príncipe Alberto entre el público, entre otras personalidades, Dickens se dio cuenta de que los fondos recaudados no eran suficientes y planeó una representación más ambiciosa, fuera de Londres y con actores profesionales.

Así fue como conoció a Ellen Ternan, hija de una familia de actores, cuando él tenía 45 años y ella 18. Cuántas veces he contado esta historia. Dickens, sin embargo, no la contó: como reza un letrero del trailer de la película The invisible woman, “la más grande de sus historias fue la que nunca pudo contar”. Se fijó en ella cuando actuaba en una obra en el Haymarket Theatre y la contrató, junto a su madre y a otra de sus dos hermanas, para la representación de Manchester.

El viaje de Manchester fue el que prendió la mecha, sin duda, aunque el terreno estaba ya abonado. En la correspondencia que Dickens intercambió con Foster, amigo y biógrafo, le había manifestado en numerosas ocasiones su desilusión con su esposa Catherine, amén de sus cuitas tras toda una vida formando parte de una maquinaria que le obsesionaba: producir, cobrar, cuidar. Leyendo esas cartas y sus biografías, sobre todo las más recientes, uno tiene la sensación de que al ver a sus hijos ya mayores él necesita dedicarse un poco a sí mismo. No es que no lo hubiera hecho, en rigor. Aparte de su ingente producción literaria tenía una vida social plena y participaba en numerosos proyectos humanitarios, viajaba, daba conferencias. Pero sí da la impresión de que necesita escucharse, detenerse y ser él, sin levita ni chistera, él en batín, como cuando estaba en su estudio de Londres. Nelly aparecía en su vida como su segunda oportunidad, la ocasión para empezar de nuevo, o tal vez de continuar lo que había aparcado con su matrimonio, su carrera literaria y sus diez hijos.

Pocos meses después del encuentro en Manchester, con el que se inició una historia clandestina de encuentros secretos y discretos, al domicilio de los Dickens llegó por error un paquete, enviado desde una exclusiva joyería londinense y que abrió Catherine: una pulsera de oro que iba dirigida a Nelly, Ellen Ternan. En mayo de 1858, apenas estrenada la casa de Gad’s Hill y tras 22 años de matrimonio, los Dickens se separaban.

La mujer invisible.Sin embargo, Nelly nunca fue la segunda señora Dickens en los papeles. Vivió, como reza el título de la biografía de Claire Tomalin y ahora el de la película que está a punto de estrenarse, como mujer invisible. Dickens se enamoró perdidamente, y sólo le importó que la historia no trascendiera para no perjudicar su carrera, su imagen y, en contra de lo que la gente piensa, para no faltar al respeto a su anterior esposa y a sus hijos. Yo sigo pensando y defendiendo que lo que le impulsó a obrar así fue más respeto y pudor que hipocresía, aunque sé que esta opinión no es la más extendida. Y otra cosa le preocupaba, además: él se sabía un hombre de edad avanzada, lo era, para la época, y ella era una criatura de la edad de su hija Kate. Seguramente le preocupaba, no, rectifico: sin duda le preocupaba el futuro de Nelly, que habría vivido como mantenida de un hombre mayor y famoso cuando él faltase y tendría dificultades para rehacer su vida. Su madre, figura que tampoco gustará a las mentes puritanas, ejerció de intermediaria (las mentes puritanas lo llamarán “alcahueta”) al negociar con enorme sensatez con Dickens la situación de su hija. En una escena de la película se puede ver un baile dialéctico de Kristin Scott Thomas en el papel de Fanny Jarman y Ralph Fiennes haciendo de espléndido Dickens maduro, donde ella se interesa por la situación en la que va a vivir su hija. A mi modo de ver, la interpretación de la enorme Scott Thomas deja donde merece el papel que Fanny Jarman tuvo en la relación Dickens-Ternan: protegió, apoyó y defendió en todo momento a su hija, aceptando incluso un trato que, por ventajoso que fuera desde el punto de vista económico, la hizo probablemente apretar los dientes y cerrar los ojos. Ella volvía de París con la pareja tras la muerte del hijo que tuvieron en común y que sólo vivió unos pocos meses, del que no se tuvo noticia hasta casi los años 30 del siglo XX. Regresaban los tres en el tren que descarriló en Staplehurst el 9 de junio de 1865 y en el que Nelly resultó gravemente herida. Tras encargarse de que recibiera la atención necesaria el escritor se quedó asistiendo al resto de los pasajeros hasta que se dio cuenta de que se había dejado dentro un manuscrito y corrió a recuperarlo, arriesgando la vida. Era el embrión de Nuestro común amigo.

Tras este episodio Nelly y Dickens siguieron viviendo separados, ella en una casa alquilada con nombre falso, él en Gad’s Hill con sus hijas y su cuñada hasta el día de su muerte. Nelly había sido su segunda oportunidad en el amor y en la vida, y la historia de la literatura debe agradecer su presencia. Porque si fueron sus obras más populistas, como es natural, las que resultaron más populares y las que le dieron más fama y dinero, tras el advenimiento de Ternan su elenco se hace más profesional, alcanzando la excelencia literaria —que había comenzado en Casa desolada— más allá de la creación de tipos urbanos y la denuncia social. A esta última época pertenecen Historia de dos ciudades, considerada la menos dickensiana de sus obras precisamente porque se decidió a explorar otros campos (como la novela histórica, con la que había hecho una tentativa en Barnaby Rudge), Grandes esperanzas y Nuestro común amigo. En la película se aprecian bien las interioridades de aquella relación porque Fiennes se mete en la psicología de Dickens sin prejuicios y con ganas de ver el lado humano del bastión moral victoriano y darle prioridad. También Scott Thomas está soberbia, y da el brillo que merece a una madre que, de haber caído en otras manos, habría quedado como vulgar celestina. Y por lo poco que he visto, creo que Felicity Jones es también una estupenda Nelly, Nelly Lawless Ternan, por cierto: en inglés, su segundo nombre significa “sin ley”. Espero que no imaginen una mujer despendolada y loca sino que descubran, por fin, lo que seguramente era en realidad: una mujer que estuvo por encima de las convenciones, que tuvo la enorme valentía de vivir aquel amor clandestino, y que fue lo suficientemente discreta y elegante como para no pregonar sus “ilegalidades”.

La mujer invisible.

Amelia Pérez de Villar
Autora del libro Dickens Enamorado
Blog de la autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *