Buscar la belleza más allá de nuestra propia identidad para caer en el pozo sin fondo de la voluntad del sufrimiento. Intentar igualar ética y estética emulando un ideal de belleza que uno mismo no tiene. Atravesar el horizonte de la realidad para descomponerlo en formas y volúmenes cargados de una gran fuerza melancólica y poética. Quizá, si juntamos una pequeña porción de estas tres realidades que, como planos, convergen y se fugan a la vez, acabemos dando con una parte (aunque sea pequeña) del mundo creativo de esta artista santanderina que a principios del siglo veinte formó parte destacada de las vanguardias. María Blanchard, mujer deforme, rechazada por la sociedad y acogida bajo el talento universal de los artistas. María Blanchard, mujer jorobada entre hombres. María Blanchard, pintora entre pintores… encontró en la fuerza expresiva de sus cuadros la verdadera y única válvula de escape a sus sufrimientos: “cambiaría toda mi vida… por un poco de belleza”, si bien, muchas veces dudó de su capacidad creativa afincada en un París que, para ella, significó una cosa: libertad.
Como buena exploradora que busca la belleza y sólo la encuentra en la expresión del dolor de los inadaptados, descompuso la realidad en dos frentes bien diferenciados: el cubismo y la figuración, que más que contrarios se complementan en la visión que la artista tenía del mundo. La analítica frialdad del cubismo Blanchard la entendió como la fragmentación de una realidad plena y bella en sí misma; una realidad que hace posible la configuración de un mundo distinto de planos contrapuestos que reflejan una vida distinta, a la que ella dotó en no pocas ocasiones de uno colores vivos en una descarada confrontación con la textura fría de la paleta de Juan Gris. Una textura que, a su vez, ella misma tan bien supo ejecutar, hasta el punto de que a algunos de sus cuadros, les estamparon la firma del pintor.
Y, asimismo, la figuración como la posibilidad de poder llegar a expresar en una imagen o en una escena cotidiana, toda la fuerza de esa melancolía poética robusta de formas cilíndricas y fuertes pinceladas que dimensionan los sentimientos y las pasiones fuera de los límites de las dos dimensiones. Esa poderosa técnica desbordante y magistral, la ejecutó a la perfección en su última etapa conocida como “retorno al orden”. Aquí podemos disfrutar de una Blanchard única y en pleno éxtasis creativo con cuadros tan evocadores como El borracho, El niño del helado o la convaleciente y que en esta amplia exposición nos muestra el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid hasta el próximo 25 de febrero. Lirismo del dolor en gestos y miradas turbadoras que alimentan el valor que en sí mismo posee la voluntad del sufrimiento a la hora de hacer frente a la vida, y que en la obra de Blanchard, alcanza altas cotas de sensibilidad emotiva.
El sueño de una vida sesgado en el vientre materno, se transforma en pura necesidad expresiva; una supervivencia atormentada pero cargada con grandes dosis de talento. A la inteligencia artística, hay que añadir la voluntad de salir adelante derribando las barreras, de ahí, que una vez que conozca París sienta la necesidad de volver a ella para nunca más abandonarla. Anónima injusta de una nómina de grandes artistas, vivirá y compartirá emociones y estudio con Diego Rivera o Juan Gris. Sintiéndose una más entre sus iguales, escarbará en la tierra de las emociones para encontrar la salida a parte de sus tormentos. El dolor consumado, la soledad autoimpuesta y la melancolía atemperada por la poesía, le regalarán los instrumentos necesarios para expresar aquello que lleva dentro; la visión de un mundo que para ella nunca fue igual al del resto.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.