Púlpitos y palmeros en el «nuevo periodismo» hispano. Por Antonio Pérez Henares

La aspiración del periodismo supuestamente progresista es lograr transformarse en activista político y su cima personal alcanzar el puesto de Comisario de Prensa y Propaganda de Podemos. Y ello se asume, internamente, como maravilla moral de compromiso y externamente se vende como algo admirable y ético, la vanguardia de los “buenos” en la conquista del “paraíso”.
Es más viejo que el hilo negro, es la degradación más abyecta de la profesión, es convertir la información en mentira y la opinión en panfleto, es pura y simplemente el corromper la esencia misma, los principios básicos de una profesión y su función publica, para cumplir un precepto que en los países democráticos suele estar, como es el caso de España, amparado constitucionalmente, el de la información.
La captación, recibida con entusiasmo en muchas ocasiones, de los periodistas como fervorosos militantes y los más eficaces agitadores políticos es un incurable cáncer que ha perseguido desde siempre al periodismo y que alcanza su máximo esplendor y paroxismo en las dictaduras, sea la nuestra franquista, la hitleriana o la comunista en cualquier de sus manifestaciones. Pero, al menos, intelectualmente el hecho y el fenómeno se entendían como negativos. Al menos se declamaban los principios y el intento de objetividad, de rigor, de contraste de fuentes, de deontología y de ética. Hoy en España se jalea como maravilloso descubrimiento y luminosa novedad exactamente lo contrario y lo que arrasa cualquiera de esos conceptos.
Hoy en nuestro país afirmo, con conocimiento de causa, que hay cadenas, programas y conductores que alcanzan grados de sectarismo y manipulación que superan ampliamente la propia prensa del partido, que honradamente se presenta como tal, como aquel L’Unitá del PCI italiano o nuestro Mundo Obrero, del PCE, donde fui Redactor Jefe.
Las trincheras ideológicas mediáticas, que siempre han existido, han llegado a un grado de obscenidad que están, aunque algunos se regodeen en ello suponiéndose la quintaesencia de los “guay”, progre y moderno, arrastrando al periodismo por el fango. Y a los periodistas a las cochineras para revolcarse y regruñirse entre ellos y ofrecer un espectáculo repugnante. Sí, pero con share.
Existe, y es de respeto y recibo, la línea editorial y esta puede ser muy marcada y significada. Pero en ello hay incluso el límite de la decencia y el rigor. Algunos no solo lo han traspasado sino que consideran que debe avanzarse desbocadamente en esa gran veta y en el mejor filón del presente mediático. Aunque la técnica y las bases sean las más groseras del más cavernario y totalitario agitprop.
La primera herramienta es el púlpito. En el ser exhibe al líder intachable y carismático, intocable, bien flanqueado y babeado por el presentador acólito y servil. La segunda es la destrucción del enemigo con la fórmula de la denigración, la mofa, el escarnio y la presentación de su imagen como algo tan infecto que no merece siquiera la consideración de persona, que no solo puede, sino que debe ser exterminado. Hacerlo con el pretexto de que es humor y broma añade un sarcasmo miserable y aún cobarde a la agresión a sus derechos como persona, porque encima y así se pretende dejar indefenso. La vejación solo era “una broma”.
Pero sí hay que reconocer que hay novedades en la aplicación de las viejas pautas de los comisariados políticos. La más eficaz es la misma que se ha aplicado en el territorio de la telebasura. Y es convertir a los participantes, a los periodistas o presuntos, en parte esencial del espectáculo. El descubridor es el tal Jorge Javier Vázquez y son Belén Esteban, o Karmele o Coto, o como se llamen los protagonistas, no aquellos de los que presuntamente hablan o y ya ni hablan. Tiene suficiente con aventar sus propias porquerías, peleas y miserias. Y eso mismo es lo que la cadena pionera en la bazofia de luxe pretende y ha llevado a la vida ciudadana y política de España. Es lo que ha hecho el “camarada” Jesús Cintora, colocado primero en la tertulias por orden de Ferraz y como “orgánico” del PSOE, ha encontrado un nicho mejor para su fenotipo y catadura, en un programa y cadena a su medida y en ponerse al servicio como responsable de agitación y propaganda del emergente Podemos y de su troika dirigente, encabezada por Pablo Iglesias. Junto a ello la tropa “renovable” de Revillas, jueces trabucaires como Silva, monjas separatistas y lo que sirva y valga para un cóctel con que ha de embriagar cada mañana a la audiencia como si el relato cocinado y tergiversado hasta donde sea preciso fuera información y el panfleto diariamente declamado una opinión.jesusCintora

Ellos dos son los ejemplos señeros del supuesto y presunto “nuevo periodismo” que ni es nuevo ni, para nada, periodismo. Será otra cosa, espectáculo, mitin, akelarre, pero periodismo no es. No son únicos, aunque no deben confundirse con fórmulas radícales y legítimas a las que pretenden parecerse pero que se diferencian en el mínimo exigible de pluralidad, en no cruzar la línea roja entre tendencia y fanatismo y entre simpatía y palmero, pero por doquier se encuentran ejemplos similares y hasta idénticos y se anuncian, ante el éxito, otros nacimientos. Y no solo se encuentran en este territorio zocato sino y exactamente en el contrario. Los extremos se tocan. Es una verdad cierta. Ultras y extremistas comparten, aunque se odien, muchas cosas, entre ellas el odio y el desprecio al respeto.

 

Antonio Pérez Henares

Fuente: Artículo publicado en el blog Periodista Digital

Un comentario:

  1. Coincido. (Hoy no me sale otra palabra.) El periodismo, según nos explicaron al hablar de géneros, ha de buscar transmitir una información de manera clara y objetiva, aunque después existan ciertos subgéneros llamados de opinión. Pero hoy en día parece que sumar el adjetivo «independiente» es un valor. Periodismo independiente, editoriales independientes… Es casi una redundancia, pues solo debería añadirse un adjetivo a un sustantivo cuando añada algo nuevo sobre él.
    El periodismo, por definición, ha de ser independiente, no estar al servicio de determinadas ideas, algo tan criticado en ciertos regímenes.

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