Prólogo del libro Relatos en el Canal X
Me pide María Luisa Núñez, alma y cuerpo incombustible e infatigable de la Asociación Canal Literatura, que escriba unas palabras para acompañar, a modo de prólogo, los relatos ganadores del X Certamen de Narrativa Breve, cosa que hago con sumo gusto, puesto que considero que la asociación que preside es merecedora de todo mi entusiasmo colaborador como emprendedora y pionera en los tiempos que nos han tocado vivir.
Las tecnologías nos han catapultado a un mundo nuevo y distinto en el que nos podemos comunicar de modo instantáneo con nuestras antípodas, aunque mejor hacerlo cuando no estén durmiendo. Saber qué está ocurriendo ahora mismo en cualquier lugar es fácil y parece cosa de magia si pensamos que la noticia del descubrimiento de América tardó tres meses en llegar a Rusia y hoy nos enteramos de manera simultánea del más lejano evento.
Internet y el poder que ella supone —poder que los partidos políticos jóvenes, como Podemos, aprovechan al máximo porque a la red, a las redes, deben en gran parte su nacimiento y expansión— es algo que no deja de maravillarme a cada instante. Leo, por ejemplo, que los jóvenes prefieren andar en internet buscando sus programas favoritos que ponerse ante el televisor y que las estrellas de YouTube desafían a las de la pequeña pantalla. En YouTube cuelgan sus vídeos miles de jóvenes. Algunos consiguen millones de seguidores y se ganan muy bien la vida utilizando la red, como lo hace Canal Literatura, aunque sus ganancias —ya se sabe que la literatura no da para mucho— no sean precisamente millonarias.
La red es el mejor soporte que conozco para la difusión de materiales. De ahí que me considere una defensora acérrima del uso que de ella hace Canal Literatura, ya que no solo nos permite colgar un relato y darlo a conocer, sino también que todos podamos opinar sobre él de manera inmediata. Así, autores y autoras y lectores y lectoras entran en contacto de una manera rápida y casi en caliente. Quien ha colgado las palabras lo ha hecho casi temblando, y quizá temblando por la emoción trasmitida quien acaba de leer el texto ha dejado al instante su comentario.
Hay quienes piensan que el soporte tecnológico va a cambiar la literatura. Yo no lo creo. Lo que va a cambiar es la relación autor-lector, sin duda mejorándola y haciéndola mucho más directa. Los diez textos que integran este volumen así lo prueban, pues todos —«Mi pez y yo», «Los sueños del farero», «La taberna Fundadores», «El sueño de una mañana de otoño», «La última cena», «Cáncer de luna», «El coronel no tiene quien lo crea», «Quince gramos de libertad», «La historia de un trozo de lechuga», «Distintos»—, sean más narrativos o más líricos, con un final más cerrado o más abierto, todos parten del concepto de literatura: crear con palabras.
Entiendo por cuento —los títulos que acabo de citar pertenecen a esa categoría— el relato breve que tiene un final, a ser posible inesperado, aunque, claro está, no traído por los pelos. Un buen cuento se parece a un buen chiste, ya que ambos se encaminan a un final concluyente que debe quebrar la expectativa del receptor. Los buenos cuentos, como los buenos chistes, son precisamente aquellos que nos dejan con la boca abierta, por la sorpresa que en los chistes provoca la risa y en los cuentos la emoción.
«El cuento todo debe ser tenso e intenso, desde la primera línea.»
Pero además, para mí, el cuento se basa también en el principio de economía. Escrito de una sentada, suele leerse también de una sentada, y en él nada debe ser superfluo. En ese sentido sigo pensando en que Chéjov tenía razón. Si en un cuento aparece un clavo en la primera página es para que el protagonista acabe colgado de él.
Eso implica que en el cuento todo debe ser tenso e intenso, desde la primera línea. No podemos permitirnos la menor digresión. En una novela, en cambio, esa posibilidad cabe, ya que la tensión no puede durar trescientas páginas, ni siquiera doscientas. Necesitamos rebajarla, descansar. En una novela establecemos núcleos de tensión. En un buen cuento esa tensión está presente desde que se inicia hasta que se acaba. Y en relación directa con la tensión está la intensidad.
A mi modo de ver, el cuento se diferencia de la narración en que ésta no tiene un final cerrado; al contrario, queda abierto, es un fragmento de vida, un trozo palpitante, puede entenderse como una fábula, pero el final no es especialmente significativo.
Por su particular intensidad, por la brevedad que éste conlleva, el cuento suele compararse al poema. Un buen soneto, que expone en los cuartetos y recoge lo expuesto en los tercetos y hasta utiliza un final conclusivo epifonemático, no está lejos del cuento… Quizá porque el cuento está cerca de la lírica.
Faulkner aseguraba que en realidad todo novelista es un poeta frustrado, que llega a escribir novelas tras probar fortuna con la poesía y con el cuento sin resultados satisfactorios… Ernesto Sábato opinaba que la novela es diurna mientras que la poesía es nocturna, pero no se refería a qué ámbito del día o de la noche corresponde al cuento. A mi juicio, la hora del cuento es también nocturna. Su territorio se encuentra en la borrosa zona oscura fronteriza con el amanecer, el momento en que está a punto de aparecer la legañosa aurora, con su déshabillé baudeleriano, su machadiana cara de embarazada, bobalicona y sonriente, para sacarnos a puntapiés del paraíso nocturno…
El cuento pertenece a ese intervalo en el que apuramos con la mayor intensidad posible el último sorbo de noche porque conocemos el día que nos espera, como escribía Gil de Biedma, y no por el placer… Aunque el volumen que ahora tenemos en las manos pueda ayudarnos a sentirnos un poco más felices.
Carme Riera
Presidenta del X Certamen de Narrativa Breve 2014