LA PSICÓLOGA. Por El seis

No hay nada mejor en esta vida
que una bella dama.

Cuando la conocí, ella me consideraba un loco; hasta un “ser enfermizo”, depravado. Siempre me miraba con sus reservas, y en ningún momento, profundizaba su vista sobre mis ojos de muerto.

Me huía frecuentemente, argumentando, cualquier razón o sin razón; decía: debo buscar los silencios escalofriantes del universo. Estoy buscando el principio intrínseco de la vida. El poder del universo me aplasta y aniquila, cual una hormiga ebria. Se me quedaba observando con mucha precaución y hasta cierto miedo. Yo, para ella, era sólo un poeta demente, iracundo y discípulo consumado de Dionisios. Suenan las campanas sus lamentos/Mientras los fieles enlutados se encaminan cual robots, hacia su creador/Los reverendos del metal esperan sus ovejas mecánicas, para aceitar sus cerebros/Alabado sea el Hierro/Bendita la maquina/Aleluya al aceite automotriz/Levantemos la batería al Señor del concreto/.

Ella, era la perfección de mujer. De piernas largas y bien torneadas. Ojos como cavernas obscuras y silenciosas. Sus caderas eran el movimiento mismo. Tenía un lunar pequeño en la mejilla izquierda, que la hacía verse más encamable. Estudiaba creo… Psicología, en la Universidad del Estado. Era introvertida, y un poco “altanera”, bueno… eso decían sus condiscípulos. Los ecos de Freud, taladran las consciencias/Mientras los hombres como autómatas se dirigen al pabellón de la locura/Sueñan los seres en símbolos dispersos y complicados, mientras el subcon sciente se carcajea/Los dolores antiguos aparecen entre las nubes del pensamiento, y encadenan a los “sujetos urbanos”, y estos, con algunos “venenos espirituales”, alejan de sí, la cascada del sufrimiento.

Nunca el “destino” nos unió, ni las probabilidades nos acercaron jamás. Fue un día lluvioso, cuando me dije: voy por esa mujer de pelo ensortijado. Llegué en cuasi estado de ebriedad, más una píldora de esas que nos hacen olvidar que existimos, me dirigí a ella, la belleza. Me gusta tu lunar obsceno, creo que le dije. No me contestó, sólo se me quedo mirando. No me palpitaba el corazón, porque, creo que no tengo; sólo se escuchaba el sonido de una maquina recién prendida. Yo no era la perfección estándar del hombre guapo; más bien mi atractivo era mi mirada de “locura, de demencia”. Eres muy especial, y bellísimo, exclamó en tono sereno la dama. Mis ojos eran antorchas en la madrugada/Mis manos ramas de algún árbol, donde corre la savia, como una maldición/Y mi rostro era el terror mismo/Afuera, allá donde se termina lo posible, una luz azul, me envolvía con su tristísima belleza/Era el hombre más perfecto…

Te amo, me dijo. Yo no contesté nada. Sólo nos encaminamos por las calles torcidas de la ciudad, buscando un lugar privado, donde tocarnos el cuerpo, donde fundirnos en uno, donde pertenecernos, donde ser la unidad, donde… copular todo el día. Queríamos alejar el sentimiento de “angustia universal”, “aniquilar la soledad”, “dejar de temblar ante las vicisitudes del vivir”.

¿Crees qué el sexo nos espante los demonios?

No lo sé.

¿Me quieres?

No lo sé.

La vida, y todo lo que ésta implica se carcajeaba.

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