Del silencio y el tiempo.
De todos los aspectos que un escritor ha de manejar mientras se desliza dentro de una historia, ninguno resulta tan difícil de comprender como la creación de un personaje inolvidable, capaz de manejarse al margen de la dictadura del tiempo, lamortalidad y lo real.
Un personaje es, por lo general, un ser tan desgraciado como un humano, y exactamente igual de desvalido. Goza, sin embargo, de dos ventajas frente a la vida real: una, la capacidad de ser recordado, y aún amado, durante más tiempo del que dura una existencia humana, si su autor ha sido hábil y le ha dotado de energía y de independencia.
La otra, su misterio, su impenetrable hostilidad, el silencio en que se sume una vez que se ha cerrado el libro, una vez que su ciclo ha terminado. Nada se extraerá de él, como de los humanos después de muertos. Pero su triunfo es que vive, que puede renacer en cualquier momento, que es capaces, en definitiva, de jugar y pasar por alto las leyes del tiempo y del espacio. No es sino palabras, y como tal puede ser todo, o ser nada.
Los personajes de ficción no tienen otro modo de explicarse y de definirse sino las palabras que pronuncian o que el narrador, ese Dios parcial, pone en su boca. O mediante los silencios. El silencio perfila a los personajes como golpes en la roca.
Quizás apueste por este recurso porque yo misma me siento fascinada por el choque entre el aislamiento y la comunicación. En mis cuentos aparecen con frecuencia personas enamoradas del silencio, o atrapadas en el silencio. Surgen de vez en cuando otras condenadas por sus palabras, mareadas y fascinadas por ellas. Niños que no conocen las leyes de los mayores. Hablan de lo que no deben. Y de lo que deben hablar, callan.
Lo que no se dice no existe, el tabú de los pueblos primitivos permanece original e intocado en ellas, y de ahí que cada fragmento de información que transmiten (cada paso más que avanza) nos adentre en lo prohibido. En el mundo de la muerte.
Cuando se habla de la muerte, de personajes condenados a morir, preferiríamos no conocer su historia, no entrar de lleno en la verdad, pero con la voz, con los silencios, no es posible. Una vez que algo se sabe no es posible no saberlo. Sólo es factible olvidarlo, la otra manera de tender silencio sobre los hechos, como si fuera una sábana mojada actuando contra el fuego.
Apuesto, por tanto, por personajes que unen toda las características anteriores: han dado la espalda al concepto de tiempo tradicional, la soledad le ha impedido distinguir con seguridad los límites entre realidad y fantasía, y los temores y las obsesiones que les persiguen sólo tienen cabida y realización en el silencio. En la desintegración del ser, en la inmovilidad, en la negación perpetua de sí misma.
Por último, añadiría, y en esto no soy nada original, un tema más a los puntos esenciales de la narrativa: además del amor y la muerte, la duda. El proceso de gestación de un cuento, el modo en que se traza y se prueba la consistencia psicológica y vital de sus personajes no deja de ser un puzzle. Como tal, las piezas encajan, minúsculas, sin sentido, para organizar, a la larga, un diseño conjunto.
Debido a mi formación musical, concibo las historias, tanto las que leo como las que escribo, como composiciones musicales, con sus silencios, sus cadencias, susda capos y repeticiones de temas. Una obra musical no puede idearse sin manejar perfectamente el uso del silencio, la respiración de la voz y los instrumentos. Tanto en su aspecto gráfico (párrafos aislados, frases cortas… y cortantes) como en la psicología de los personajes mi intención es la de llevar la musicalidad hasta sus últimas consecuencias.
De alguna manera, el silencio no oculta únicamente hechos: el silencio, al igual que las palabras, traza de manera misteriosa los límites de un tiempo, de una tierra nebulosa que no termina de emerger de la memoria. Los cuentos de hadas, grandes maestros a la hora de trazar mundo imaginarios, se abren y se cierran con fórmulas fijas, casi mágicas, que indican que lo que se incluye entre ellas pertenece a otra dimensión, a la de los sueños o los imposibles. Érase una vez, en un reino muy muy lejano… los dos elementos claves de la historia ya se han presentado: el tiempo y el espacio, alejados, por su inconcreción, del mundo real. Todo el mundo desearía ser un héroe, una heroína en un cuento de hadas, pero en pocas ocasiones se desearía pasar por las vicisitudes que atraviesan. El poder de pocas palabras, un bosque, un rey, un castillo, un pájaro que habla, se revela como más efectivo que las descripciones. Definen símbolos, atacan, directamente al inconsciente, y lo dejan sin defensas. La frase érase una vez convoca a las hadas y pasa revista a los encantamientos.