Don Quijote – Ilusión y caída
El Quijote es una invención imprescindible para la humanidad. Las artes y las ciencias han encontrado en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha una fuente constante de inspiración. Si del ingenio humano nacen todos los inventos, los útiles y los nocivos, sólo algunos hallazgos han logrado humanizar nuestra historia. Como los absurdos libros de caballerías, que Cervantes parodia y condena en su genial novela, una parte de la técnica y las peligrosas aventuras científicas y políticas de nuestro siglo desoyen las necesidades del género humano paro satisfacer exclusivamente las comodidades de una minoría. A cambio de una remuneración impuesta por las egoístas leyes de un mercado indiferente o los derechos y valores de la persona, las creaciones de nuestro espíritu dañan o destruyen a menudo el vínculo originario que nos mantiene unidos en sociedad a la común naturaleza.
La significación y la actualidad del argumento imaginado por Cervantes radican en el color de sus palabras y en la fuerza elocuente de su lenguaje. El autor del Quijote elude el discurso racional y la reflexión abstracta, filosofando metafóricamente y en clave irónica. Su fantasía concibe y expresa en imágenes la vana ilusión y el desengaño de Alonso Quijano, el mítico protagonista que representa sutilmente el mismo drama existencial sufrido por el lector curioso y el observador atento.
Cervantes nos revela la raíz de la locura humana y el devenir de la engañosa ilusión, la sinrazón de la razón metafísica y las desaventuras del caballero que ha perdido el juicio y su imaginación natural. El humanista español de origen judío ilustra y ridiculiza en sus 126 inmortales capítulos el fracaso de quien, olvidando el sentido de la existencia, reduce la multiplicidad a lo idéntico, niega su propia circunstancia y habla, piensa y actúa apriorísticamente. Esta primera novela moderna responde no sólo a la decadencia española vivida por Cervantes, sino a la urgente necesidad de esquivar la censura inquisitorial que persiguió sin tregua al genial escritor. No es casual, por lo tanto, que el discurso del libro sea irónico y que el autor deba manifestarnos en él lo contrario de lo que quiere que entendamos.
Si la ilusión natural y fantástica crea la historia, la abstracción engañosa de la razón deductiva motivó el fracaso político de la monarquía católica española y determinó la vida, el pensamiento y la obra de Cervantes. La palabra y la acción humanas se hacen potentes dentro de las coordenadas de una situación concreta e irrepetible. En el Quijote aparecen contrapuestos dos mundos netamente diferenciados: el escenario soñado por el loco caballero andante y el mundo real, siempre nuevo e indeducible, en el que el lenguaje y la argumentación de nuestro humanista recuperan su función primordial. Pero es indispensable advertir la diferencia entre lo que fatídicamente olvida o recuerda Don Quijote y lo que Cervantes retiene digno de tener presente o de ser rechazado.
No podemos hacer concepto del propio mundo si desconocemos o negamos la tradición de la que procedemos. Aunque el Quijote es una invención contra la utópica y ridícula imitación propuesta a los lectores por la literatura caballeresca, es evidente que su elocución humanística intuye ya y desenmascara la grave crisis de nuestro siglo. La ilusoria ficción de los ideales absolutos que los medievales libros de caballerías inculcaban a sus lectores, las derrotas y humillaciones de Don Quijote y las irracionales guerras de nuestros días derivan del frustrado intento humano de sobrepasar las fronteras de su mundo natural. De aquí que nuestra locura consista precisamente en rechazar aquello que comprendemos para afirmar en cada aventura cuanto no podemos llegar a entender.
Esta verdad sobre los límites del ser y de la vida del hombre fue primero sufrida y verificada personalmente por el humanista español. Tras conocer como soldado la cárcel, la esclavitud y el dolor absurdo de las contiendas político-religiosas, Cervantes nos hace ver las relaciones existentes entre las cosas, las correspondencias de semejanza y las propiedades singulares del teatro del mundo. En su argumentación literaria y filosófica utiliza aquellas manifestaciones verbales de sentimientos e imágenes que el hombre común usa cuando habla de aquello que le es propio, y que la filosofía tradicional exprime en un lenguaje impropio y ahistórico.
En la acción deductiva, en la adecuación racional y en la imitación de Don Quijote descubrimos la loca utopía del hombre que pretende ignorar la historicidad del proprio mundo. El enajenado caballero vive en un universo de abstracciones ficticias de gigantes inexistentes y de ideales metafísicos. Esta óptica es similar al pensamiento filosófico que ha caracterizado la moderna tradición especulativa de Occidente. El humanismo de Cervantes constituye, en este sentido, una urgente alternativa de reflexión ingeniosa frente a la oscuridad del lenguaje abstracto.
En la unidad entre palabra y cosa los humanistas vieron el denominador común del lenguaje imaginativo y del conocimiento ingenioso. La historia de la filosofía ha explicado el pensamiento a partir de la razón. El adjetivo ingenioso del título El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha ha sido entendido como sinónimo de loco. Pero, para Cervantes y para el humanismo italiano y español, el ingenio es la facultad que investiga las cosas y la verdad en cada cosa singular. Vives aseguraba que el ingenio posee la agudeza para intuir y la capacidad para comprender y comparar antes de juzgar. En este sentido, Vico afirmará un siglo después de Cervantes que sólo el ingenio puede considerar los objetos concretos en todas sus relaciones, encontrando los vínculos comunes y más ocultos. Por esta razón Vico llamó al ingenio «el único padre de todas las invenciones». Dentro de esta perspectiva, también el concepto ingenioso de Gracián es ante todo una creación fantástica «que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos». Teniendo en cuenta esta poco conocida tradición humanística, en la cual se encuentra la obra maestra de Cervantes, la locura quijotesca y la de la humanidad proceden casi siempre de la excesiva fe en los sueños de la razón y de la abstracción de lo que el hombre ya ha visto, imaginado y pensado ingeniosamente. Este fatal enloquecimiento de Don Quijote implica el rechazo del lenguaje común y de la realidad concreta.
Europa leyó el Quijote sin descubrir su verdadero sentido filosófico. La incomprensión del humanismo cervantino resulta del olvido de la función reveladora y especulativa del lenguaje retórico. Prescindiendo de la figura retórica de la ironía, el autor de sangre judía jamás hubiera expresado por escrito aquellas verdades que, ante la Inquisición española, sólo eran representables mediante el acto inventivo de trasladar los significados. Como los colores y los sonidos, las metáforas son necesarias cuando faltan las palabras que indiquen las cosas que debemos representar.
Nuestro humanista no parte de la identificación racional de los entes, sino de una inversión de la identidad lógica que él expresa irónicamente, inventando un nuevo género de discurso: la novela. En el Quijote encontramos magistralmente caricaturizados los límites de la razón y de su método. Al renunciar a su propia existencia y dar crédito a la ilusión de las apariencias, Don Quijote negará los molinos de viento y la bacía del barbero e introducirá en su ilusorio escenario metafísico el Yelmo de Mambrino y los Gigantes, es decir, los entes de razón provenientes de los escolásticos libros que él retiene como la verdadera realidad. Pero la lógica humanística que anima el discurso y el pensamiento de Cervantes es, por el contrario, de carácter ingenioso, metafórico, inventivo e histórico.
Son tres los actos de esta representación dramática que el genio de Cervantes concibió en la cárcel al final de su vida. El capítulo primero y el último forman con el resto de los capítulos intermedios las tres partes fundamentales del Quijote. La novela comienza situando al lector frente a Alonso Quijano, el hombre genuino que personificará la concepción cervantina de la historia. El ocioso hidalgo manchego renuncia a su circunstancia natural, abandona sus ocupaciones habituales y vive ensimismado gracias a su apasionada lectura de tantos y tan extraños libros de caballerías que acaba por olvidarse de sí mismo. Alonso Quijano quiere ser otro, se inventa otro nombre, decide llamarse y ser Don Quijote de la Mancha y, obediente a las leyes de la caballería andante, sale de su aldea con Sancho Panza y su Rocinante en busca de aventuras.
En los 124 capítulos siguientes son escenificadas la locura, las múltiples caídas y las derrotas del hombre que vive de espaldas a la verdadera realidad y es incapaz de reconocer la ilusión de las apariencias y el engaño de las ficciones abstractas. Todos los fenómenos son para Don Quijote signos que proceden únicamente de sus disparatadas premisas. La realidad que le circunda y la relación indisoluble entre palabra y cosa desaparecen.
El discurso adquiere su más profundo significado en el último capítulo del libro y tras despertar Don Quijote de su peligroso e ilusorio sueño de la razón. Reconociendo su propio engaño, regresará a su casa para volver a ser el ingenioso Alonso Quijano el Bueno. Y aunque el protagonista muere arrepentido de sus dementes acciones, su escudero, el resto de los personajes y nosotros, lectores europeos, seguimos sin comprender que la idea representada por la fantasía de Cervantes y la realidad significada en la metáfora del Quijote constituyen la ilusión y la caída de nuestra historia.
@Emilio Hidalgo Serna 2010
Jurado del Premio Especial «Experiencias y encuentros Hispano-Alemanes» 2008
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Enhorabuena por este artículo de tanta enjundia sobre «El Quijote». Mientras lo leía pensaba en la España actual e imaginaba como la reflejaría Cervantes. Sería maravilloso y tan necesario un humanista como don Miguel y un «ingenioso» como don Quijote.
Muchas gracias por su estudio y un afectuoso saludo.
Dicen que en épocas de crisis germinan grandes obras. En un momento histórico más convulso no podemos estar; pero no creo que se alcen genios como el de Cervantes, quien reflejó toda una época con su hidalgo y la gran metáfora de su tiempo y convirtió su figura en inmortal.
Excelente artículo de un estudioso del humanismo como don Emilio Hidalgo.
Un abrazo.