El pájaro pinzón. Por Camelia

pájaro pinzón

 

El pájaro pinzón

      Vivimos años en los que tenemos fiestas por doquier y cada vez mas numerosas con sus correspondientes: roscón, tarta, pastelillo, lanzón, turrones, mazapanes…o en su defecto, en el caso de los pudientes, un viajecito no importa el lugar.

 

      Cada vez comienza mas temprano la Navidad.

      A primeros de noviembre y después del Día de Difuntos, los preparativos de adornos, regalos, comilonas, vestimentas de gala y disfraces se empiezan a desempolvar. Escaparates engalanados y salpicados algunos por copos de nieve artificial mientras vamos por la calle tomando un helado de los italianos porque el invierno llega cada vez mas tarde y sin avisar.

 

      Hace unas semanas nos juntamos en un café de Madrid varias personas de la misma quinta, es nuestra reunión anual, en la que después de dar un repaso a lo mas esencial de la vida de cada uno en el periodo de sequía informativa que nos separa durante el año por motivos distintos, especulábamos como ha cambiado la Navidad en algunos aspectos y como permanece inmutable en otros.

 

      Recordábamos lo que hacíamos cuando éramos críos.

      ¿Te acuerdas de…? ¿Y de…? Como se nota que nos vamos haciendo mayores.

      Si, ha pasado mucho tiempo, pero el recuerdo de las navidades en la infancia son inolvidables. El rostro de un niño lleno de inocencia y alegría desbordante se graba tan profundamente que solo vuelves a encontrar la misma expresión en otros inocentes niños o en los que han perdido su presente y parte de su pasado como sucede en el rostro de un anciano, en el que al perder la razón, en su actitud y en su comportamiento puede reflejarse la alegría de un niño.

 

      Yo les contaba que siendo niñas en estas fechas, después de salir del colegio y despues durante las vacaciones navideñas escuchábamos Radio Zaragoza. Todas las tardes.

      Cada día entre las cinco y las seis entraba en la radio el pájaro pinzón. No sé si en el resto de España habría algo parecido pero en mi ciudad, la locutora entrevistaba a este pajarillo, haciéndole preguntas que después, cuando el pájaro Pinzón piaba y trinaba, ella muy seria, dejando sus correspondientes pausas traducía.

 

      -¿Dime, dime, así que fulanito ha sido malo y los reyes le van a traer carbón como no cambie y se porte bien?

      -¡¡¡¡¡¡piopioipoioooooooopioioio!!!!!

      -¿Que menganita es muy buena y estudiosa y saca muy buenas notas? Casi seguro que Melchor le traerá la muñeca que ha pedido.

      -¡¡¡piiiiiiiooooooopiopiopiooooopipioooooo!!!

      -¿Qué me dices que Pablito le pega a su hermanito y le hace llorar? Claro que eso esta muy feo y si sigue así que no se moleste en llevar la carta de los reyes al buzón.

      -¡¡¡¡piopiopiopiiioo!!!

      -¿Como? ¿Que Pedrito no se quiere poner el gorro y la bufanda y por eso se enfría tanto? Pedrito haz caso a tu madre y ponte el gorro y la bufanda que sino no habrá reyes

      Así una tras otra.

 

      Había de todo y para todos. Algunos incluso los nombraba con el apellido. Imagínate los que los conociesen lo que pensarían. Era como felicidades con música pero en versión pájaro alcahuete.

      Ni a mi hermana ni a mi nos nombro nunca. No nos despegábamos de la radio Askar de la que salía una antena que recorría el aparador en el que estaba colocada hasta la puerta del corral donde el cable tenía mejor recepción. Masticábamos la merienda sin hacer el menor ruido hasta que terminaba este espacio en el que lo mejor que podía pasarte es que nadie se acordase de ti.

      Después de media hora se despedía hasta el día siguiente con un: “ya sabéis niños y niñas que el pájaro Pinzón lo ve todo”

      ¡Piopiopiopio!

 

      Nos mirábamos aliviadas.

      -Bueno no nos ha nombrado. ¿Como puede saber lo que hacemos, si no puede entrar en las casas?

      Era lógico pensarlo pues en invierno puertas y ventanas estaban cerradas. Y algo muy importante los cristales tenían cortinas o estaban empañados por el vaho.

      Aquellos diciembres parecían mas fríos, debe ser por lo del calentamiento de la tierra y también porque afortunadamente las cosas me han ido bien y cambie de casa. Ahora tengo calefacción y agua caliente.

 

      Mi madre con la cocina de carbón y leña preñada de combustible, mientras se hacia la cena, calentaba agua para las bolsas que luego nos ponían en la cama para darnos calor. Algunos días se asaban castañas o patatas que nos sabían a gloria.

      El calor interior en contraste con el frío del exterior hacia que los cristales de las ventanas se empañaran y de la pared de pintura plástica color verde manzana de la cocina cayeran licuando el vapor que se concentraba en ella, gotas de agua, que se situaban a distintas alturas.

      En los cristales hacíamos dos mitades y cada una de nosotras, hacía dibujos o escribía nombres en su parte correspondiente.

 

      Nunca sabíamos si nos traerían juguetes o carbón. Incertidumbre, nervios…hasta el día 6 de enero, día de Reyes. Papa Noel todavía no había colonizado España.

 

      Cuando ya teníamos las vacaciones nos llevaban a ver a Melchor, Gaspar y Baltasar. Habia filas interminables cuando solo estaba uno de ellos o se subdividían por la admiración personal que se les tenía cuando estaban los tres. Teníamos nuestro rey preferido. Esperábamos pacientemente nuestro turno mientras observábamos sin perder detalle lo que sucedía a nuestro alrededor. Habia dos opciones elegir entre acercarte o tirar de tu padre para irte sobre todo cuando veías como algunos lloraban igual que en la consulta del médico; pero otros por el contrario salían muy contentos y con caramelos.

 

      Llegada tu hora, el rey que había o el que elegías, el nuestro era Melchor, nos indicaba que nos acercáramos y el paje te tomaba de la mano para subir las escaleras en las que se situaban los tronos reales. Su majestad te sentaba en sus rodillas y comenzaba a preguntar.

 

      Era un interrogatorio en toda regla:

      -¿Has sido buena?

      -¿Te has portado bien y obedeces a los papas?

      -¿Estudias en el colegio y haces los deberes?

      -¿Te lavas detrás de las orejas?

      -¿Haces enfadar a tu mama?

      -¿Tienes hermanos? ¿Te llevas bien con ellos o riñes mucho?

      -¿Has pedido muchas cosas?

 

      Y así sucesivamente…Se pasaba un mal rato sobre todo porque no pudiese descubrir que le habías dicho alguna mentirijilla. Le dabas un beso y él te despedía por tu nombre mientras alargaba la mano con caramelos.

      Cuando te ibas la fascinación y la duda eran sentimientos encontrados.

      -¿Cómo sabe mi nombre papá?

      Porque es un rey mago y se saben el de todos los niños.

      El detalle de decirle mi nombre al rey mientras me acercaba yo en segundo lugar era de oscar. Ahora me río recordando, que candidez.

 

      Siempre salíamos contando a dúo lo que nos había preguntado y si no habíamos llorado como el niño que se arrastraba chillando, rojo como un tomate, con los mocos colgando y unos lagrimones que corrían por sus mejillas a la misma velocidad que el quería huir.

      Después en casa repetíamos todo otra vez y mi padre le decía a mi madre:

-Se han portado muy bien y son muy guapas y muy buenas…creo que algo les traerán… pero si pedís muchas cosas, verán que sois egoístas. En el mundo hay muchos niños y tiene que haber para todos.

 

      Curiosamente la carta la escribíamos en común. Casi siempre poníamos una cosa para cada una y solamente y después de la firma, no nos resistíamos a señalar:

      -Y si sobra algo pues lo que sea.

 

      El día 5 de enero por la tarde, íbamos a la cabalgata de reyes con suficiente antelación para podernos situar en un lugar desde el que divisáramos sobre nuestras piernas todo lo que sucedía, sin problemas y sin necesitar la ayuda de papá para levantarnos en brazos como ocurría cuando habia tanta gente que quería ver lo mismo. Llevábamos la ropa más resistente al frío y eran imprescindibles unos gruesos leotardos, el gorro con orejeras o pasamontañas y una buena bufanda a la que complementaban unas manoplas o guantes. El magnetismo por todo lo que se presentaba ante nosotras nos dejaba con la boca abierta y ahí estaba mi madre que no paraba de subirnos la bufanda para que no nos enfriásemos. Se nos olvidaba el frío, el hambre y nos parábamos como estatuas que con un poco de suerte recibían algún que otro caramelo que repartían los pajes.

 

      Ya en casa y cansadas después de la cabalgata cenábamos y nos acostábamos muy temprano no sin antes y con la ayuda de mi madre poner viandas para los reyes y comida y agua en un cubo para los camellos.

      Al día siguiente, nos levantamos muy temprano sin que nadie nos llamase, íbamos directas al lugar en el que les habíamos dejado sus presentes. Sabíamos cuando habían venido porque siempre se comían las galletas y se bebían el licor, que dejábamos en la ventana del comedor.

 

      Un año en el que por circunstancias que nunca supe los regalos no estaban donde siempre. Salimos corriendo y gritando:

      -¡Los reyes han venido… pero no nos han dejado nada!

      -Mis padres cómplices de la situación nos dijeron:

      -¿Habéis mirado en los otros cuartos?

      -Si, si, pero no hay nada…

      -No sé, no sé como no hayan dejado los regalos en la cocina…y hacia allí fuimos como rayos.

      El entrar nos encontramos la mesa llena de frutas y hortalizas y nos quedamos de piedra.

      Mis padres entraron y al ver nuestras caras con los ojos húmedos preguntaron:

      -¿No es esto lo que habíais pedido?

      -No.

      Ese simple no, fue el desencadenante de las lágrimas que pujaban por brotar.

      -Pues si no es esto. ¿Qué ha pasado con la carta? ¿Seguro que la enviasteis?

      -Si, si.

      -¿Y habéis mirado bien, bien, en el comedor? Seguro que con las prisas no habéis buscado en todos los sitios posibles.

      Sin perder un minuto volvimos y allí estaban… Nuestros carritos con una muñeca para cada una y saquetitos que después del primer impacto aun tardamos en abrir y mirar que había dentro de ellos. Fueron los mejores reyes que tuvimos siendo inocentes criaturas.

 

      El día de Noche Buena cuando mi padre venia de trabajar por la tarde, traía una caja de cartón de color blanco con el aguinaldo de la empresa.

      Solo comíamos estos manjares en esas fechas. Nos parecía un gran regalo.

      Alrededor de mi padre nos colocábamos las dos sin tocar nada y mientras cortaba la cuerda que ataba la caja y sacaba las cosas decía con gran énfasis que hacia que estuviésemos entusiasmadas: una lata de melocotón, una lata de piña, una botella de sidra… a ver, a ver que hay aquí… turrón de Alicante, turrón de Jijona, frutas de Aragón, pasas e higos secos, guirlaches y así hasta que todo quedaba expuesto encima de la mesa como al que le ha tocado el premio gordo.

 

      A la nueve de la noche nos sentábamos alrededor de la mesa de la cocina, que era la única pieza de la casa en la que había suficiente calor, mis padres y mis tres hermanos. El menú era lo de menos.

      Mis dos hermanos mayores con los que nos llevábamos muchos años de diferencia, después de cenar, quedaban con los amigos un rato y mis padres nos llevaban a las pequeñas a la Misa del Gallo.

      Cantábamos villancicos, con las amiguitas del barrio y de la parroquia y después todos tan felices a casa.

 

      Ahora después de tantos años vivimos estos días con el mismo sentimiento pero los protagonistas son otros.

      El primer sábado del mes de diciembre vino mi hermano a casa a buscar a mi madre, que tiene 92 años y padece una demencia senil, para llevarla a dar un paseo. Mi hermana y él se pusieron a hablar de las ventas y del trabajo en el comercio y de la vorágine que se forma en esta época del año.

      Mientras tanto, yo vestía a mi madre. De repente salió de la habitación en ropa interior seguida por mi, con el resto de la vestimenta, y se dirigió al cuarto de estar para escuchar la amena conversación que se desarrollaba allí. Es de risa pero no se le escapa una. Parece que no se entera, pero si algo de lo que se habla, le mueve algún resorte en su cerebro, se pone a hablar y lo calca. Se quedaba con la boca abierta con la conversación de lo que la gente estaba comprando en estas fechas.

 

      En fin, que cuando le refrescamos la memoria, se acordó de que en diciembre y en Navidad hay quien compra estirando el brazo más que la manga y que la costumbre es que en estas fechas se adornen calles, tiendas y casas hasta pasado Reyes en el mes de enero.

      -¿Sabes que nosotros adornamos la nuestra siempre…?

      -¿Y nosotros no teníamos árbol cuando venían los chiquillos a casa?

      -Claro mamá. Tenemos árbol y Belén.

      Nos pidió que ese mismo día los pusiésemos.

 

      Mientras colocábamos todo, ella en un lado de la habitación, miraba todo como si fuese nuevo.

      ¿Y este árbol de donde lo habéis sacao?

      – Estaba guardado en la terraza.

      -“Pues si no me había fijao”…“Uy que chuli” Es una expresión de cuando mis sobrinos eran pequeños y que la tiene grabada a fuego y de vez en cuando la dice.

      Después sacamos todo lo demás.

      – Que cosas tan majas.

      Tocaba el tronco y las ramas y decía:

      -Parece que esta nevao. ¿Cuando lo habéis traído?

      – Mama es el árbol de siempre, que estaba recogido porque solo se pone en estas fechas.

      Le colocamos las luces y lo encendimos para ver si quedaba bien.

      -¿Y… eso?

      -Las luces que le hemos puesto para que esté mas bonito y ahora lo adornaremos.

      -Así que el árbol tiene luz, cascatela, si no saben que inventar…

      – ¿Así que te gusta?

      -Muuucho, bonito de verdad, me decía mientras movía la cabeza y hacia gestos con la boca.

      -Majo, majo de verdad y grande….yo no llego arriba”, pero… ¿Tú te puedes subir a lo alto verdad?

      -Sí

      Fuimos poniendo el resto de los detalles y al terminar de adornarlo y cuando todo estaba listo encendimos de nuevo las luces.

      ¿Qué te parece como ha quedado?

      -Pues que me gusta mucho. Saca a kiko (es nuestro canario) aquí para que lo vea también.

      Así que sacamos la jaula y la pusimos enfrente del árbol. El canario trinaba y mi madre decía:

      -Pues a este le gusta también, mira que contento se ha puesto

 

      Después a pie del árbol el belén que es de hace unos 35 años cuando mi cuñado festejaba con mi hermana. Nos regalo un belén que el mismo hizo con botijo chato al que le hizo un agujero en forma de estrella de ocho puntas. Lo pinto añadiendo motivos que asemejan un pesebre y después colocó las figuras del Belén. Con una luz de color rojo que metió a través del pitorro le termino de dar una acogedora atmósfera.

      Nos gusta mucho por todo lo que significa: es humilde y se hizo con amor. Desde entonces lo ponemos cada año.

 

      Al día siguiente me pregunto mi madre:

      -¿Que santos son estos que están dentro de esa cueva? señalando el belén con curiosidad.

      Le explique lo que era cada pieza y su significado y me decía:

      -Que curioso así que esa es la Virgen y el otro…

      – San José, mamá

      ¡Ah!… ¡San José y el niño!

      Si el niño Jesús que nació en un pesebre en Belén.

      – ¿Así que el de la cuna de paja es el niño Jesús?

      -Si, la noche de su nacimiento en Belén. La mula y el buey son los animales que con su aliento dan calor.

 

      -¿Te acuerdas…?

      -Pues no, no me acordaba pero ahora ya lo se…

      -¡Que mágico, ya no saben que inventar”!

 

      Estos días los pasaremos si Dios quiere en paz y armonía. Seremos su memoria y su apoyo, porque ella lo fue y lo es todo para nosotros.

 

 

¡Feliz Navidad!

 

Camelia

Camelia
2007

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