El tiempo de los cerezos
Hay un tiempo inmensurable, desapercibido a los ojos humanos, en el que la gota de agua toma la forma perfecta de una estrella de escarcha, en el que la yema de una hoja rompe en bermellones o la risa de un niño pasa volando y se disipa. El viejo se encoje en su banco favorito y piensa si ese tiempo durará lo mismo que los milagros o que los sueños. El frío de la noche le ha calado hasta el alma. Ya no sabe descifrar calendarios ni relojes; ya no existe un lugar donde guarecer lo que perdura, sujeto al esqueleto, después del pasado. Vida abajo, ruedan solo piedras desgastadas antes de abrir los ojos, porque este mundo ya no es su mundo, es solo lo que queda de él mismo. Aun así, se prepara para sentirla posarse sobre su frente y reúne la fuerza necesaria para despertar. Exhala el vaho de sus roídos pulmones mientras tose y mira al cielo. Allá arriba comienza a mecerse la perfecta estrella de escarcha que cae lenta, en toda su belleza sobre el amanecer de la ciudad aún adormecida.
Las figuras grises caminan deprisa, las farolas se apagan y la bruma se deja devorar por el color oscuro del mar que ruge tras la barandilla del paseo. Gaviotas contra nubes; bares que abren su boca caliente y aromática a las callejuelas mojadas; fluir de todo aquello que busca su destino.
Se incorpora y se lava la cara con la escarcha, coloca con cuidado una lata vacía a sus pies y se cala de nuevo la gorra. Cierra los ojos y escucha la voz del mar, palabra a palabra.
Hay un tiempo indefinido en el que la espuma brilla, como si nunca lo hubiera hecho antes, sobre esa franja de arena mojada que dejan las olas al regresar. De pronto hay un niño, un niño muy pequeño en cuclillas jugando con la lata, y un instante para reconocer la inocencia de sus ojos. La madre lo levanta en volandas y se lo lleva lejos. Despacio, con una leve sonrisa, el viejo revisa el fondo del bote y encuentra una canica, irisada en azules y verdes como un mundo diminuto. La mira y la manosea largamente, se pierde en ella.
Cuando la luz es más nítida, una pareja de jóvenes camina exultante. Él es fuerte y tiene en la mirada la ternura insólita de la primera pasión. Ella lleva entre sus dedos una pequeña ramita del cerezo bajo el que han hecho el amor. Son apenas tres hojas que hace girar sobre sus labios mientras ríe. Al pasar deja caer la ramita en la lata y se abraza al cuerpo del muchacho. Van consumiendo besos hasta desaparecer al final del malecón.
El viejo vuelve a palpar el recipiente y percibe un cosquilleo suave; en sus manos florecen los contornos perfectos de las hojas que tienen la dulzura de aquellos labios, el color de la sangre joven.
Hay un tiempo en el que el tímido sol se lanza al agua, en el que se sumergen los buques que pespunteaban el cielo con el mar, y la línea del horizonte cicatriza. El sonido metálico de una moneda, al chocar contra la hojalata, le devuelve la silueta de un hombre maduro, que empuja la silla de ruedas de su mujer hasta la barandilla. No hablan, solo miran lejos el momento hermoso, la belleza infinita del ocaso. Él la abraza por la espalda, como protegiendo algo valioso y efímero, hasta que la penumbra los difumina.
Se encienden las farolas, los comercios bostezan, la noche se anuncia ladrando a lo lejos. El viejo recoge la lata y la envuelve en una bolsa de plástico. Por fin una moneda, todo el día para esa moneda. Sería suficiente para comprar un pan o un poco de vino. Pero la guarda en el abrigo junto a los otros tesoros, no quiere perderla. Se recuesta en el banco y se acurruca bajo la caricia de la escarcha, que va cubriendo de un tenue ensueño la ciudad.
El calor de los recuerdos le dibuja una sonrisa en la cara, mientras tantea, con los dedos ateridos, la intensidad de toda una vida en su bolsillo.
Laura Cabedo Cabo
Ganadora del Premio Especial «Historias de Reconciliación»
Maravilloso Laura!!!
Hay un tiempo para la emoción en el que dejarse mecer por las palabras y sacudirse el alma a través de la belleza.
Grande Laura .. Grande.
Besos.
Gracias, Laura, por crear tanta belleza con tus palabras. En tus relatos las palabras ‘brillan como perlas de colores, saltan como satinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío…’, que .diría Neruda; están llenas de música, de luz, de sensibilidad, de emoción difícilmente contenible. Sé que disfrutas tanto creando la belleza como regalándola. Yo ya tengo tu relato en mi latita, como un tesoro; lo palparé de vez en cuando, para que no se me olvide nunca que incluso la escarcha embellece a la flor del cerezo. Gracias, y un beso.
La película de la vida pasando ante el espectador sentado en su postrer asiento, esperando esa Escarcha que lo lleve a los brazos de esa pareja que lo espera…
Este relato es digno de guardarse para disfrutarlo en esas tardes grises en las que nada nos reconforta, porque está lleno de una profundidad que sólo las almas puras y amantes de la poesía (sí, en la prosa puede haber poesía) saben, no sólo vivir, sino comunicar. Y es maravilloso el trato que haces de un tema tan…inamovible como éste. Con esa ternura, con ese gusto, haciendo que lo veamos incluso de una forma bella y deseable. Todos quisieramos que llegase la Escarcha de una forma tan amorosa.
Es un gran relato. Te felicito, te envidio y te odio a partes iguales (es bromaaa)
Besos!
«El calor de los recuerdos le dibuja una sonrisa en la cara, mientras tantea, con los dedos ateridos, la intensidad de toda una vida en su bolsillo»
Un remate final que me ha cautivado de esta filigrana engarzada con tanta armonia y sensibilidad.
Es un lujo leerte.
Besos
Tienes una gracia especial para crear en el lector la música y la atmósfera que acompañan a tus palabras. La fotografía de los sentimientos que realizas ante ese «medium» que es el viejo y los distintos pasos que lo rodean, aportan poesía, recuerdos, distintos intereses y amor en todos los personajes que aparecen.
Felicidades.
Cuando la vida quiere sorprendernos todo lo que nos rodea se confabula para conseguir la maravilla: «en el que la gota de agua toma la forma perfecta de una estrella de escarcha, en el que la yema de una hoja rompe en bermellones o la risa de un niño pasa volando y se disipa». Comienza la ensoñación y su magia. Y todos, no solo el mendigo, vemos como el tiempo: «inmensurable, indefinido o ese tiempo en que el sol se lanza al agua…» nos ofrece la posibilidad de vivir otras vidas, otros momentos. Y aliado con el recuerdo nos regala el mejor presente: recuperar por unos instantes nuestra vida vivida o nuestro tiempo perdido.
Es un tiempo subjetivo, onírico, del que no saben «descifrar ni calendarios ni relojes». Pero gracias a la magia no es menos real, si nosotros lo vivimos así. No hace falta que te diga lo que le hubiera gustado a Marcel tu relato.
Laura, también, puedo comentar el símbolo de la luz y las edades del hombre; o lo bien que construyes sus partes; o sus bellas imágenes (muchas muy originales); o la belleza del lenguaje. Sin embargo, nada valdría si no respirara cada palabra; si a nosotros, lectores, no nos latiera la mirada en cada parpadeo; si no buscáramos esa latita… Si no le hubieras infundido vida. Y alma.
Tengo que ponerte un diez porque no hay más estrellas, ni siquiera de escarcha. A ver quién publica ahora. Quién se atreve con este nivelazo. Menos mal que si algo le sobra a Canal es nivel. Bienvenida al club de mis grandes.
Gracias por hacerme feliz y un abrazo de los que atraviesan las latas del tiempo. Un besazo.
Poco me queda añadir. Diez escasos días dura la floración del cerezo, poco más o menos lo que toda una vida.
Atesoremos cada momento antes de que nos cubra la escarcha. Disfrutemos, mientras tanto, de estos relatos de sueño y de ternura.
Muchas gracias, Laura, por dejarnos tus flores en la lata.
Gracias a todos por haber sabido ver las flores, las de verdad o las soñadas, qué mas da. La ternura, el alma de hojalata, la realidad intensa de los sueños, la suerte de la vida, la inmensidad de los momentos pequeños, el presente de lo ya vivido, el tesoro del recuerdo…
Gracias por ver lo positivo, la lata llena y la belleza pura de la escarcha.
Ese viejo bien podía haber sido un rey en su trono, o cualquiera de nosotros en nuestro sofá. Gracias por haber sabido ver lo que quise plasmar:
la maravilla de la vida, que siempre vuelve, una y otra vez como las olas. Como el amor. Como volverán a florecer los cerezos. Un beso a todos.
ME DEJAS COMO SIEMPRE SIN PALABRAS,ERES UNA ESCRITORA INSUPERABLE,NO PUEDO DECIRTE MAS QUE ENHIRABUENA Y MUCHAS GRACIAS POR TODO LO HERMOSO QUE ESCRIBES,NO DEJES DE HACERLO NUNCA.NOS QUEDARIAMOS TODOS HUERFANOS DE ESTOS RELATOS TAN SENSIBLES PRECIOSOS Y HERMOSOS COMO LO ERES TU,TE QUIERO PRECIOSA
Todo tiempo es indefinido, ningún tiempo se puede medir. Qué triste el tiempo de la orilla cuando ya no importan las mareas, perdido el deseo de embarcar. ¿De verdad la vida es tan hermosa? Tu relato sí lo es.
Hermana, eres grande y tienes a quien parercerte. Seguro que «el papá» este donde esté, sonreirá orgulloso, pues la semilla literaria que dejò en su lata a germinado en ti, que has cogido su testigo e indiscutiblemente como tus gaviotas estás destinada a volar muy alto.
Te quiero. Cada vez que te leo, de la emoción como dice el tango se me «pianta» un lagrimón. !Guapaaaaaaaaaaaaa¡
Cuánta magia y cuánta dulzura trasmites, amiga. Me has hecho llorar. Un fuerte abrazo.
Me enteré anoche, Laura, y me quedé helada. Escribías como los ángeles y seguro que allí renombrarás el cielo. Pero, aquí, en la Tierra, se han quedado huérfanas las palabras. D.E.P.