Navidad 2023.
Nos disponemos a celebrar dos Fiestas muy señaladas. La Navidad, que fue instaurada durante el mandato del Papa Julio I allá por los años 320/353 y el Año Nuevo, instituido por Gregorio XIII como implementación del calendario gregoriano.
La segunda trata de dejar atrás todo lo malo y por eso pone la mirada en el horizonte de lo que está por venir. Proyecciones y buenos deseos. Pero, las cosas no se solucionan solas, sino que es necesario mirarla cara a cara para poder rectificar.
La Navidad es una Fiesta entrañable, entre otras cosas porque es familiar. Es el momento soñado de las reuniones para poder compartir retazos de la vida con los demás en torno a una mesa, saboreando esos manjares tan sabrosos que las madres cocinan para sus hijos, si bien es también nostalgia, recordando a los que ya se han ido.
Pero, la celebración de la Navidad tiene un sabor especial más allá de los borrachuelos, alfajores, mantecados y turrones. ¿Qué celebramos en realidad? ¿Qué significa para cada uno de nosotros? ¿Nos lo hemos preguntado?
El mundo está desequilibrado. Es fácil advertir la desorientación que padece la sociedad en general. La cultura ha sido sustituida por las ideologías, cuando no por la necedad. Los padres reemplazados por la tutoría de políticos, algunos semi analfabetos, y a pesar de ello asumen la responsabilidad de tutelarlos según convenga a la ley de turno. La política por el partidismo. La verdad por la confusión. La información por la propaganda. La ética por la chabacanería. El sexo por el porno. El pensamiento por el pasotismo. Muchos servidores públicos, en lugar de servir, se sirven a sí mismos. Y así, vaya usted incorporando todo lo que se le venga a la testa. Y como guinda el abuso, la opresión y la violencia de los fuertes sobre los débiles. Guerras en las que a fuerza de machacarnos los telediarios nos vamos haciendo insensibles. En suma, que estamos como hace dos milenios cuando la luz de la navidad que vamos a celebrar tuvo un destello en el mundo.
El teólogo Ratzinger, el papa Benedicto XVI nos responde a la pregunta que podemos hacernos y que se constituye en el epicentro de la Navidad.
¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? — ¿para qué la Palabra se hizo carne? —Trajo Aquél cuyo rostro se había ido revelando primero poco a poco, desde Abraham hasta la literatura sapiencial, pasando por Moisés y los Profetas, y con ello la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino: a Dios.
Porque su rostro lo desfiguramos tras las máscaras de nuestros deseos. Ya lo decía aquel Feuerbach cuando pregonaba aquello de que es la proyección divinizada de nuestras limitaciones. Lo desfiguramos cuando convertirnos en ídolos a nuestras pasiones. Lo desfiguramos cuando pretendemos emanciparnos y ser nuestros propios diosecillos. Lo desfiguramos cuando queremos servir a dos señores que son incompatibles: Él y el dinero. Lo desfiguramos cuando nos parece encontrarlo en la fría cera de un misticismo sensiblero y no somos capaces de verlo en la cruda carne de cañón del prójimo. Lo desfiguramos cuando hacemos una entelequia de lo que creemos y no somos capaces de encontrarlo en la sencillez del primero de los mandatos: confiarnos a Él y acercarnos a los que nos necesitan. Lo desfiguramos cuando vamos en pos del poder, y cuando se le encuentra lo utilizamos en nuestro provecho y no como servicio. Lo desfiguramos, en suma, cuando hacemos nuestro aquello que la criatura Orestes le grita al dios Júpiter en la fábula sartriana “Las moscas”: “Apenas me has creado he dejado de pertenecerte”. ¿No es éste el pecado de la sociedad moderna?
El hombre tiene miedo a abandonar su caverna y con el tiempo su espíritu se ha ido estrechando. Prefería permanecer acomodado en la incomodidad de su madriguera que arriesgarse a dejarla por lo desconocido. A fin de cuentas, lo que tenía era para sí todo el mundo habitable que se había fabricado o que otros lo han construido para él. A los que corren en un laberinto, su propia velocidad los confunde.
El hombre moderno, en su mentalidad “crítica” es capaz de criticar todo lo que no sea él mismo y debe empezar a entender que sólo podrá comprenderse cuando sea capaz de abrirse a lo Infinito.
La Navidad viene para que podamos plantearnos todas estas cosas y más.
El Niño dulce que nos presentan con áureos tirabuzones suscita ternura, aunque aquel mísero pesebre recuerda la pobreza de tantos otros niños que nacen urbe et orbi. Nació, no con un pan bajo el brazo, sino abrazando la penuria. Pero, el hombre que lleva dentro para desarrollarse nos plantea todo un reto. Un niño es siempre una criaturita que provoca sentimientos bondadosos, incluso en aquellos que son la hosquedad de la vida. Sin embargo, cuando crezca será una señal para el mundo, al que se puede aceptar o rechazar, pero que nunca nos deja indiferentes si lo tomamos en serio. Y la vida es algo serio. Vino al mundo para que, a pesar del mal y el dolor pueda tener la certeza de una esperanza más allá de la nada de la muerte y para enseñar qué es un Hombre. Sí, en mayúsculas. Un hombre que pronto entrará en pugna con la sociedad de su tiempo. Nosotros, por el contrario, no queremos entrar en conflicto ni con nadie ni con nada, pero no podemos evitar el entrar en conflicto con nosotros mismos. Pues, a la semilla de inmortalidad que nos habita, ¿quién podrá responder de ella sino el que nos dio la vida?
Para eso hay que conocerlo. Esforzarse en entrar por la puerta estrecha. A eso vino el Niño de la Navidad. A decirnos que el Misterio tiene Rostro. Rostro que se humaniza. Buscándolo, el hombre se elevará de su condición simiesca y se acercará al hombre que está destinado a ser.
Ahora sí. ¡Feliz Navidad!
Ángel Medina