Fotografía tomada por Juan Canales © JuanC
«Aprovecha el día… el tiempo se escapa de forma irreparable.»
Hace un par de años escribí unas reflexiones sobre el tiempo, que puedes leer AQUÍ si te apetece. Comenzaban con una frase muy contundente: «El tiempo es la hoguera en la que ardemos», hilo conductor de una de mis películas preferidas de ciencia ficción: Star Trek: Generations. En realidad, esa expresión tan rotunda se la ensarta el doctor Soran (Malcolm McDowell) a mi héroe de ficción favorito, mi admirado capitán Jean-Luc Picard (Patrick Stewart), haciendo blanco perfecto en sus recién vulnerados sentimientos por la pérdida de un joven sobrino.
La Enterprise D, nave estelar de Picard, rescata al obsesionado doctor Tolian Soran de un ataque extraterrestre de los klingon. El científico lleva años obsesionado con el Nexus, una distorsión gravimétrica o cinturón de energía que, si te alcanza, te traslada a un lugar en donde puedes vivir ad eternum dentro de la realidad de tus sueños (deseos) o de aquello que hayas dejado sin concluir en tu vida, allí el tiempo ha abandonado su condición de mezquino espadachín de crueles manecillas rebanadoras de minutos. Sin embargo, existe una curiosa peculiaridad: el Nexus debe tocarte o inundarte con su energía, porque, si uno intenta llegar hasta él, lo destruirá de forma inexorable. Por eso, el taimado doctor Soran contempla entre sus planes la destrucción de una estrella para jugar con las fuerzas cósmicas y atraer de nuevo al codiciado Nexus: su objetivo es reencontrase con su familia, muerta en otro ataque extraterrestre.
Como podréis imaginar, y tras algunos peligrosos forcejeos, mi intrépido capitán Picard, con la ayuda de otro héroe trekkie del pasado, que por error de cálculo también vivía su sueño en el Nexus, el capitán James T. Kirk, logra parar los destructivos planes del maquiavélico y egocéntrico doctor Soran.
La peli termina con una jugosa conversación entre Picard y su primer oficial, el comandante William T. Riker. Picard le dice a Riker que ya no siente el tiempo como un depredador acechante que siempre nos recuerda la garra de la Parca. Después de todo lo vivido, de presenciar la muerte del glorioso capitán Kirk para abortar los siniestros planes del ególatra científico, Picard habla ahora del tiempo como de un compañero sabio en nuestros caminos, alguien que viaja a tu lado para recordarte que vivas cada instante con el brío de un niño, pues cada uno constituye un momento único que jamás se repetirá: «más importante que el pasado es cómo hayas vivido tu vida…», le dice Picard a su primer oficial.
Acude ahora a mis recuerdos otra estupenda peli que también tiene como protagonista la muerte y la obsesión humana con el paso del tiempo: El bosque mágico de Tuck o El manantial de la eterna juventud: «¿te imaginas poder vivir eternamente?, ¿te imaginas poder hacer todo lo que siempre soñaste?» Es curioso, pero la protagonista también expresa algo muy parecido a lo que dice el capitán Picard: «No temas a la muerte, sino a la vida no vivida… no tienes que vivir eternamente, solo vivir…»
Existen otras metáforas que representan el fin de una época y el principio de otra; describen tal momento como un lapso en el que la ilusión por el futuro se convierte en la frustración o el naufragio del pasado después de haber sido efímero presente. Y si uno reflexiona y medita sobre tales alegorías, podrá percatarse de que este pensamiento es más que un tropo: en realidad, es la vida misma cuando vivimos bajo la ilusión de unos acontecimientos y una rutina continuos y recurrentes.
Ya nos advirtió John Lennon que «La vida es aquello que nos sucede mientras nos empeñamos en hacer otros planes». Si os detenéis a pensarlo, siempre estamos con aquello de «voy a hacer esto y lo de más allá… tengo planeado… estoy con uno de mis proyectos… las próximas vacaciones…». Y mientras nos llenamos la boca con este hipotético futuro que, algunas veces, aterriza en el presente según lo previsto, la vida pasa a nuestro lado, de puntillas, pero somos incapaces de desplegar la suficiente sensibilidad para valorar las caricias de esas sutilezas «no planificadas», esas que no necesitan la escalerilla del avión para pisar tierra. Nos concentramos en ese viaje que tenemos por delante, en esa cita que nos deparará algún beneficio profesional, en lo que vamos a comer mañana; sin embargo, no prestamos la suficiente atención a esa cazuela que ya está en marcha para la comida y con la que podríamos disfrutar de lo lindo, ya que albergamos un montón de planes que continúan orbitando sobre nuestro ánimo como nubosidad variable. Permanecemos proyectados, casi todo el tiempo, en lo siguiente que queremos o debemos hacer.
Muchas personas ya han tenido la oportunidad de comprobar que la enfermedad tiene un lado positivo de aprendizaje. Por ejemplo, un profundo estado depresivo, a pesar de la fuerte adicción que provoca con el pasado, nos mostrará los beneficios de «aparcarnos» en el presente, en el ahora. Nos enseñará que es más saludable apreciar el poder que se oculta detrás de los pequeños detalles que seguir corriendo hacia «no se sabe dónde», sin valorar lo que siempre viaja al lado de uno.
Lo cierto es que todos conocemos esa sensación que a veces, si lo pensamos con sosiego, nos embarga cuando sentimos que los días se han transformado en un tren de alta velocidad; el paisaje de nuestra vida se sucede como un borrón que se va difuminando delante de nuestras narices sin que podamos advertir los contornos que nos rodean. Otros perciben el tiempo igual que si intentaran llenar de agua un cesto de mimbre o retener un millar de granos de arena entre los dedos…
«Preparadme la paleta, los colores, mis herramientas queridas de trabajo… Sed diligentes que el tiempo es mensajero de terribles urgencias». Este es el imperativo que sustenta la escultura que rinde homenaje a Enrique Gran, extraordinario pintor cántabro, y que logró ponerme la carne de gallina cuando lo leí por primera vez, en la emblemática avenida Reina Victoria de Santander. No sé si fue la cercanía del mar o la sensibilidad de aquellos momentos, pero no he podido olvidar esa sensación que me inundó al percibir la vida como un inmenso regalo, un viaje de ida con un minutero que en lugar de angustiarnos, como dijo el capitán Picard, debería recordarnos que cada instante que logramos sentir único e irrepetible es una verdadera bendición. Y quizás sea la mejor forma de valorar nuestro presente como se merece, sin enredarnos en quimeras imposibles, planes no realizados o fruslerías materialistas.
Pintar, escribir, cocinar y degustar cosas ricas, trabajar, beber cerveza helada, limpiar tu casa y cambiar las cosas de sitio, adornarla y adornaros, ordenar papeles, pasar informes, darse un baño en el mar, comer palomitas, diseñar, coser y bordar, moldear, corregir textos, una buena conversación, recuperar versos escondidos del limbo del olvido, soñar, acariciar, amar, leer, desear, inventar, cuidar, dormir, abrazar, el primer café de la mañana, caminar, besar… Hagáis lo que hagáis, no olvidéis realizar, vivir, cada una de estas cosas con plenitud. Intentando que lo anotado en vuestras agendas «corre-que-te-corre» no os secuestre hasta el punto de convertir el tiempo en ese fiero depredador que solo desea empujaros a la misma hoguera que chamusca nuestras horas.
Carpe diem… tempus fugit.
N. de la A.: Pese a que durante estos últimos meses y debido a cambios fisiológicos naturales (o eso dicen :O), me encuentro algo triste y decaída, he disfrutado como una enana escribiendo estas reflexiones para vosotros, viendo de nuevo esa peli en la que, en parte, están basadas, y mojando mi rostro en esta tormenta que ahora mismo cae sobre la sierra de Madrid, ¡benditas tormentas de verano!
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Blog de la autora
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Palabras desde mi luna”
marsolana@canal-literatura.com
Sabias reflexiones, estas y las de hace dos años. Sobre todo para quienes no tanto viven planificando el futuro como para aquellos que se empecinan en anclarse en el pasado.
Me he acordado también de una frase, al parecer de Eleanor Roosevelt pero muy utilizada por más de uno (creo que sale hasta en la película infantil Kung Fu Panda), que seguro habéis escuchado alguna vez. «El ayer es historia, el mañana un misterio, el día de hoy es un regalo. Por eso lo llaman «presente»».
Pues «a caballo regalado no le mires el diente» y disfruta de ella. Carpe diem.
Hola, Elena:
Creo que aferrarse al pasado es tan poco recomendable como vivir adelantando siempre los momentos y las horas; la densidad de tales vivencias acaba sepultando lo único que merece la pena: cada instante del presente. Pero es cierto que vivir siempre «centrado» es un ejercicio de consciencia grande y (muchas veces) complicado, aunque necesario para nuestra salud. Me anoto la sabia frase de Eleanor Roosevelt que compartes:«El ayer es historia, el mañana un misterio, el día de hoy es un regalo». Gracias por pasarte por mi Luna 😉
Podría estar leyéndote horas y horas, vecina, sin cansarme nunca.
Las pequeñas cosas del día a día: la asignatura suspendida del ser humano actual.
¡Hey, vecino… cuánto tiempo sin verle por este rellano! La barandilla suspiraba, las luces no dejaban de titilar y la escalera andaba sumida en la nostalgia de unas Letras (con mayúscula) que echaba de menos…
Bueno, don Borrás, quiero pensar que los cates de esta Escuela no son definitivos y que siempre estamos a tiempo de un aprobadillo o de un notable alto 😉 El caso es que hay que currárselo.
été enchantée de le lire!