Casi todas las mañanas, desde que estoy de vacaciones, salgo a caminar temprano. Bueno, tampoco es que sea muy madrugadora pero a las ocho suelo estar en el paseo marítimo.
Día tras día contemplo como los caminantes aumentan, unos en dirección al Castillo otros en dirección a Carvajal. Más o menos a medio camino, se sitúa el Puerto de Fuengirola, zona clásica donde la juventud pasa sus noches bebiendo, por supuesto.
Día tras día me topo con jóvenes de ambos sexos, de entre 20 y 30 años, que se cruzan con los caminantes dando tumbos entre risas y bromas, para disimular su lamentable estado. Algunos, impedidos para caminar, retozan en la arena o en los bancos a la espera de que el alcohol que corre por sus venas sea metilado por su hígado y poco a poco vuelvan a el estado de vigila.
Día tras día me pregunto por qué. Qué necesidad les impulsa a llegar a ese lamentable estado, en el que pierden la conciencia de la realidad, de sus actos y como no, de sus comportamientos.
Día tras día, pienso en qué nos hemos equivocado. Jóvenes que lo han tenido y siguen teniendo todo, buscan el disfrute rápido del alcohol, sin pararse a pensar que se están destrozando lentamente.
Día tras día, rememoro conversaciones mantenidas con ellos en el ámbito profesional y las respuestas que me ofrecen: esto no es nada, todos los hacen, me sirve para llegar al puntillo, no soy alcohólico, solo bebo los fines de semana y en vacaciones, soy capaz de llevar una vida normal, la crisis, el paro…
Día tras día, me lamento de que no hayamos sido capaces de instruirlos en valores suficientemente potentes con los que no se encontrarían perdidos: el amor a la vida, a los demás, la cooperación, la lealtad, la justicia, la honradez, el disfrute consciente, el respeto por uno mismo y en ello entra nuestro cuerpo, nuestra salud…
Día tras día, al regresar al apartamento, lo hago por dentro del pueblo pues en el paseo marítimo el sol ya da de pleno.
Día tras día, atravieso mucho bares, donde la gente toma café y donde muchos hombres lo acompañan de un «carajillo», una «palomita», el coñac…o incluso la cerveza y eso, a primera hora de la mañana…
En España en 76,4 % de la población consume regularmente y hay unos tres millones de alcohólicos confesados y en tratamiento, muchos menos de los que en realidad existen.
El alcoholismo es una enfermedad multifactorial. El alcoholismo es una realidad social.
Y las campañas de prevención parecen no tener los efectos deseados.
Con denunciar, no basta. ¡Hagamos algo, de una vez por todas!
María José Moreno
«Día tras día, me lamento de que no hayamos sido capaces de instruirlos en valores suficientemente potentes con los que no se encontrarían perdidos: el amor a la vida, a los demás, la cooperación, la lealtad, la justicia, la honradez, el disfrute consciente, el respeto por uno mismo y en ello entra nuestro cuerpo, nuestra salud…».
Creo que ahí está la clave, pero a ver quién le pone el cascabel al gato.
Si te acuerdas, María José, nosotras y nuestros amigos también hemos cogido alguna vez «el puntillo»; pero teníamos interés en estudiar y éramos respetuosos con los demás y con el entorno. Y con nosotros mismos.
Yo me desanimo mucho cuando veo el plan, de botellonas y gritos en medio de la madrugada, sin importarles que los demás quieran descansar, dejando los vidrios y las bolsas de plástico tirados por ahí.
Es un trabajo de todos, básicamente educacional. Pero ¡tan difícil…!