EL EJÉRCITO DE SALVACIÓN. La Inquisición progre. Por Antonio Pérez Henares

La Inquisición progre

El Toro de la Vega es la excusa, pero la «causa» es otra. Tordesillas es una pieza a cobrar, una espita que abrir, pero el objetivo final es mucho más ambicioso y total. Lo de ahora es el pretexto, como cuando los separatistas se decían nacionalistas y que lo que buscaban es encajar mejor en España, la hoja de ruta por la que avanzar hacia la meta: la abolición de la tauromaquia y la prohibición de la caza.

No les engañen. Es eso. Y está escrito, aunque lo oculten. Y está programado y diseñado, aunque lo camuflen. Y es su legión avanzada este redivivo Ejército de Salvación que quiere que todos seamos como creen ellos que debemos ser, actuar y pensar. Y si nos negamos, pues en nombre de la bondad y moral supremas, pues no los imponen y se acabó nuestra libertad, que es una cosa baladí y sin importancia si entra en contradicción con su absoluta verdad.

Puede que se molesten, que me da bastante igual pues a ellos llamar asesino e insultar a todo lo que se mueve les parece la forma de «diálogo pacífico» más normal, pero no son sino una resurrección de aquel Ejército de Salvación, muy de piadosas damas y «damos» entonces… y ahora, de estricta observancia de los preceptos de la orden, aunque ahora sean otros los dogmas, pero dogmas siempre, que pretendía imponer a América sus doctrinas y acabó por lograr que se implantara la Ley Seca con las muy extrañas consecuencias que el intento de extirpar a la fuerza el vicio del alcohol provocó. Hoy nos reímos de ellos en las películas del Fart West, pero resulta que sus descendientes con sus normas de obligado comportamiento están imponiendo su voluntad a la de todos los demás, sus mandamientos a la libertad de todos, sus formas de vida, como un el Gran Ojo Bondadoso que todo lo controla y que no tolera cualquier cosa que sale del recto camino y la Moral Universal.

Tordesillas

El viento corre a su favor, la hegemonía es de un pensamiento urbanita y mayoritario, entre el nihilismo de que el hombre es el cáncer de la tierra y quizás el que debiera desaparecer y la ñoñería dysneina convertida en moral y filosofía global donde la naturaleza es un mentira rosa donde el león es amigo de Pumba el jabalí y se alimenta solo de amor y donde para comer jamón no hay ni que matar cochinos. O al menos, que no se sepa, que parezca un accidente, que lo haga un «Corleone». De hecho hasta a los perros, a nuestros lobos del vínculo ancestral, el primer aliado ya desde el Paleolítico del ser humano, primero como compañero de caza y luego como guardián de sus rebaños, se les quiere prohibir cazar. Porque esa es la última pero de las primeras: prohibir a los perros el cazar. A los galgos y a los podencos. Porque a ellos les parece muy feo lo de cazar. En los hombres, en los perros, en los halcones. A todos y en todo. Menos en su plato.

Al debate sobre la razón del toreo o de la caza entramos cuando quieran, pero no hay tal. Sin tauromaquia no hay toro, no hay guardián de la dehesa. Desaparece el animal y sí, una cultura, desde Micenas hasta Picasso, de Homero a García Márquez, de Carmen a la copla y a Sabina. La caza es, simplemente, la piedra angular de la humanidad, y hoy sostenibilidad del medio agrario, protección y cuidado del territorio, economía y equilibrio y diversidad medioambiental. Pero eso son «solo» razones. Y lo que aquí interesa es la prohibición, es la imposición de esta nueva intolerante inquisición, que solo cambia en formas, la cofia por el pirsin, el salmo por la consigna, pero cuya esencia es la misma: salvarnos de lo que ellos consideran el mal. La ley seca es el final. Pero de lo suyo, ellos, hasta las orejas.

Pues miren, a mí no me gusta el Toro de la Vega, no creo que me vean nunca por allí. Pero estoy con ellos contra toda esa oleada de prohibir. He corrido encierros, mientras tuve piernas, desde chaval, iba más a los toros que ahora y sigo, cada vez más selectivamente, cazando, aunque la inmensa mayoría de las veces mi caza es observar. Fui, desde muy niño, un apasionado de la Naturaleza y desde siempre me he implicado en su conservación. Y seguiré haciéndolo. Y desde esos parámetros les digo a los prohibicionistas que pienso ejercer mi derecho y mi libertad. Que no me voy a dejar aplastar por su moralina y que entiendo que no tenemos por qué dejarnos acoquinar por estos nuevos y por cierto muy agresivos santurrones que están dispuesto a imponernos su «mansedumbre» a palos. Tengo la firme convicción de que no hiero a la Madre Tierra con ello. De que soy «bueno»; vamos, pero hasta como si no. Si para ellos soy malo, malote o remalo, pues tranquilos, que a su templo y a sus celebraciones no pienso acudir. Pero no creo que tengamos por qué permitir que ellos vengan a reventarnos las nuestras. Cuestión, muy sencilla, de libertad. ¿Se han olvidado ya de aquello del Mayo del 68 de «Prohibido prohibir»? Pero es que los rebeldes no son ellos. Lo que son es la Nueva Inquisición. Y Tordesillas por donde empezar a quemar herejes.

Antonio Pérez Henares

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Un comentario:

  1. Sinceramente, eres un valiente por expresarte sobre un tema como este; pero ¿quién puede negarte la razón? A mí una de las cosas que me llaman más la atención es que, por defender a los animales (yo los adoro, y me provocan gran ternura, especialmente por su nobleza), se termina agrediendo a las personas.
    Reconozco mi aversión a cualquier acto violento y por eso no me gustan los toros, igual que no me gustan las escenas desagradables de las películas bélicas. Por eso mismo no soporto esos enfrentamientos que tenemos que ver en la tele casi a diario y que me hacen dudar, a veces, de la supuesta «superioridad» del ser humano.
    Muchas gracias, Antonio.

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