Siempre se ha rezongado de la mala leche que parecía entrarles a quienes se decidían a colocar un tricornio, más que en sus cabezas, en sus vidas. Como si el desabrimiento les viniera incorporado con el uniforme y nada más hubiera tras él. Nunca entendí esa clase de chistes o descalificaciones hacia ellos porque el ejemplo que tenía frente a mí nada tenía que ver con esa descripción. Se trataba del único hermano de mi padre, mi tío Paco, un guardia civil donde los haya, al tiempo que era la viva imagen de la amabilidad y la «servicialidad». Hoy, con sus noventa y cuatro años, sigue rigiéndose por el lema «quien no vale para servir no sirve para vivir» en un acto… generoso de servicio permanente. Amándolo a él crecí amando el cuerpo de la Guardia Civil. Aunque me costó entender que mis primos presumieran de ser «hijos del cuerpo» como si yo hubiese salido de una lata de tomates. Y, hablando de cuerpos, a este le pasa lo mismo que al de la Preisler: que levanta pasiones exacerbadas a favor y en contra. Es como si no hubiera la posibilidad de encontrar término medio.
Durante muchos años la imagen que se tenía de la Guardia Civil era una foto fija en blanco y negro de una pareja flanqueando al Lute. No creo que haya nadie que no sepa quién era el Lute, pero, por si acaso, diré que por los sesenta era un pobre diablo que robaba para comer; al que la sociedad de entonces catalogó como enemigo público número uno. Y que, en la cárcel, pasó de ser analfabeto a convertirse en un afamado abogado y escritor. Por fortuna, para los hombres del tricornio, con el tiempo, vino Lorenzo Silva y todos los maravillosos libros de asesinatos resueltos por la pareja de guardiaciviles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, uno de los más conocidos El alquimista impaciente, que fue llevado al cine en el 2002.
Por fin comenzaron a publicitarse y a visibilizarse acciones heroicas que venían haciendo desde mucho tiempo pero que quedaban reducidas al ámbito de los protagonistas. Los titulares fueron recogiendo tareas que vestían de humanidad a unos hombres que la leyenda urbana había envuelto en una rigidez desmesurada, tal vez, real en ocasiones; tampoco se puede generalizar, el «cuerpo» está formado de muchos cuerpos y, como dice el refrán, «Todos los hijos del mismo vientre y cada uno de un temple», así que… más aquí. Pero a lo que íbamos, las pantallas televisivas mostraban que bajo los tricornios había rostros, rostros que salvaban vidas de ser engullidas por el mar y que apadrinaban a bebés nacidos de esas vidas salvadas. Pilar, como no podía ser llamada de otra manera, es una de esas niñas. Javier González Ferrón, un guardia civil de Melilla, en una noche sin luna, rescató a una familia de doce miembros, entre ellos a una mujer a punto de parir. El acto le valió ser reconocido con la Medalla al Mérito de la Guardia Civil, pero la mejor condecoración, estoy segura de ello, se la lleva cada vez que la pequeña Pilar lo abraza y le llama «padrino».
¿Y qué me dicen de la perseverancia, durante dieciocho años, con más de cien líneas de investigación, para intentar localizar al asesino de Eva de Blanco…? Normal que los guardiaciviles protagonicen todas las noticias después de haber logrado dar con él.
La Guardia Civil, como otros Cuerpos de Seguridad del Estado, garantiza la protección de los ciudadanos, sus derechos y libertades frente a las innumerables amenazas que pueden producirse, arriesgando sus vidas la mayoría de las veces y no sólo para salvar a personas sino, como hizo Luis Sánchez Pérez en la A-7, para salvar a dos perrillos a punto de ser atropellados.
Entiendo que a muchos de nosotros, sobre todo ahora que con la crisis vamos levantando la mano en revisiones automovilísticas y apurando rueda, pueda entrarnos el telele cuando en mitad de la carretera nos hace el alto la Guardia Civil, pero a mí me viene a la mente no sólo la figura de mi tío sonriéndome, sino la de esos otros que por hacer el alto a asesinos como El Solitario perdieron la vida. Y sé que, por encima de la multa que pueda caerme —la última por descuidarme en pasar la ITV, doscientos pavos, que no es moco de ídem—, ellos están ahí para protegernos. Y cuando me adentro con mi perro por sendas poco transitadas, vislumbrar el verde de sus coches entre el verde del monte me produce una íntima seguridad.
Siempre he querido hacer esta reflexión en voz alta. Imagino que, aunque no sea hija del «cuerpo» —vaya tela, madre—, ser «sobrina» también imprime cierto… orgullo «civilero». Pues eso.
Ana M.ª Tomás
Querida Ana «prima del cuerpo», para los que nos criamos en cuarteles y somos «del cuerpo», sabemos muy bien el sacrificio de estos hombres, sobre todo en ayuda y rescate de la población civil. Gracias a los que dedicáis tiempo a reconocer una labor que merece, en la mayoría de los casos, más consideración de la que ha tenido hasta ahora. Un beso grande

Estimada Ana María, soy nieto, hijo y miembro en activo de ese cuerpo del que tu eres prima y yo te hago hija honorífica. Te doy las gracias en nombre de todos nosotros, los hombres y mujeres que componemos el Cuerpo de la Guardia Civi. Nuestra labor es silenciosa y la mayoría de las veces sólo se nos recuerda por errores que hemos cometido. Sólo en peti comite algunos reconocen nuestro. Sin embargo, tu lo has hecho públicamente y es digno de agradecer. Aprovecho la oportunidad para hacer un ruego a los líderes de la izquierda. Por supuesto yo soy apartidista, no puede ser de otra manera. Pero estoy cansado de que sólo de los sectores de la derecha se nos reconozca alguna valía, por eso me gustaría que líderes progresistas empezaran a reconocer nuestra labor y a imprimir respeto entre los de sus filas por todos los símbolos del estado.
¡Muchas gracias por tu reconocimiento, Ana María Tomás!
Lo veo difícil, Antonio. Es de «progres» atacar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado o incluso sonreírse ante barbaridades como cagarse en los muertos de la Guardia Civil. Si no, que se lo pregunten al excelentísimo (y encima manda el protocolo que así se le nombre) señor alcalde de Cádiz.
Mi admiración y mi apoyo siempre.
Muchos besos.
Cualquier persona de bien debe estar agradecida a la Guardia Civil. Reconocer la inmensa labor, aún a riesgo de sus vidas, que desarrollan ya no ahora, sino desde siempre.
No olvidar que además de su trabajo han sido y son el blanco de muchas barbaries, de muchos odios y de mucha ignorancia también.
Gracias. y un abrazo.