Realidad constatable
Vivimos en un mundo donde la mayor parte de la riqueza del planeta es repartida entre catorce familias. Por desgracia, las clases más pobres de países enteros subsisten como pueden a las enfermedades, la violencia y el hambre sin tener acceso a los recursos que su propia tierra les concede, y no encuentran una solución ni en sus gobernantes ni en los mandatarios del resto del mundo. Existen adelantos científicos que sólo pueden disfrutar los pudientes, intervenciones quirúrgicas, vacunas, sistemas de prevención de incendios, tsunamis, terremotos, artilugios que podrían salvar cientos de vidas humanas pero que si no hay quien abone a su distribuidor el precio total de su coste nunca serán instalados ni suministrados. Tenemos el ejemplo cercano de ese material, ya maldito, el Coltán, al que en la República del Congo y alrededores, han erigido como el culpable de una matanza entre etnias con los países desarrollados como mediador. Las pobres gentes de los países subdesarrollados, por no tener industria ni mercado, es decir, no tener la forma de extraer las piedras preciosas de sus minas, (por ejemplo) como tampoco de comercializarlas, son testigos del asalto de los países “desarrollados” en odiseas ya conocidas por todos por películas como por ejemplo “Diamante de sangre”. ¿Hasta dónde puede llegar la crueldad humana?.
El avance de la ciencia resulta un avance al cincuenta por ciento, ya que por igual se invierte en evolucionar (antídotos, confort, lujo, salud, comunicación) como también en involucionar (explotación, vulneración de los derechos más básicos, belicismo…etc).
Hasta ahora, y como raza dominante, no hemos podido demostrar que somos los verdaderos dueños de todo cuanto nos rodea, no hemos demostrado que merezcamos el legado de la Naturaleza, el legado de saber utilizar nuestro cerebro o la conquista del conocimiento a través de la Ciencia. Al mismo tiempo que nuestra curiosidad, que nuestra ambición, camina nuestra insensatez, por ello a lo largo de la historia no hemos dejado de desear mundos perfectos, oníricas visiones de una sociedad más que imposible. Y es que, mucho antes de que Tomás Moro acuñara la palabra “utopía” esa necesidad utópica de soñar realidades incumplibles ya existía. Digamos que nuestra raza siempre ha deseado más que buscado, la perfección, desde los faraones del Antiguo Egipto a través de sus construcciones milenarias, hasta los escultores de la antigua Grecia en busca de la proporción divina. Es evidente que no lo hemos conseguido, el mundo político está sufriendo un descrédito como pocas veces se ha visto, el sistema económico mundial ha demostrado fehacientemente que no es sostenible, nuestras leyes están a muchos años luz de ser justas con el ciudadano, la administración de los recursos naturales está manipulada por el interés de los mercados, por no hablar de la vulneración de los derechos humanos a todas luces así como el inmenso deterioro físico que está sufriendo nuestro planeta. Con factores así, no es de esperar que en la imaginería del ciudadano-guerrero, aunque desencantado, se den operaciones infinitas, necesitamos creer en algo más, no podemos creer que la patética realidad del presente sea todo a lo que aspiramos. Por eso la utopía es necesaria, tan necesaria como peligrosa, por una parte critica a la realidad que la provoca, eso es bueno, pero por otra construye castillos en el aire a veces más movida por la ilusión y el idealismo que por la razón. En cambio, la distopía, como término “contrario”, propone un futuro no tan apacible, basándose también en las reminiscencias del presente, construye un futuro más coherente con respecto a las ruinas en que se asienta. Si nuestro mundo real fuese perfecto, una distopía sería la realidad que actualmente estamos viviendo, por tanto existen tantas distopías y utopías como fantasía posea el ser humano.
En cualquier manual o diccionario encontraremos que la palaba distopía es un término “contrario” a la utopía, pero en verdad no lo es. Si la utopía es una ilusión tan esperanzadora como irrealizable, la distopía, para ser contraria, debería ser la ausencia de ilusión, o una desilusión desesperanzadora y totalmente realizable, por tanto, para mí, lo contrario a la utopía es la realidad y la distopía es un género de esperanza que bebe del realismo.
Cine distópico
El séptimo arte es un manantial de distopías que quizá algún día se cumplan. En el año 1976 el director de cine Richard T. Heffron dirigió el film “Mundo futuro” protagonizado por Peter Fonda y Yul Brynner, en el que una siniestra organización suplanta a los dirigentes de las superpotencias mundiales por réplicas mecánicas a sus órdenes. Lo llaman ciencia-ficción pero en realidad es una simbiosis entre la actualidad científica y la insobornable condición humana.
En el año 1984 y con un bajo presupuesto el director de cine James Cameron filma un gran éxito de taquilla llamado “Terminator” un guión en el que las máquinas, en el futuro, dominan la tierra y deciden exterminar a la raza humana ya que nos consideran una amenaza para ellos, ordenadores muy potentes conectados a todos los sistemas de defensa, ejércitos de robots casi indestructibles y viajes en el tiempo conforman esta historia que cada vez está más cerca de la realidad. Hoy en día ya existen los robots de apariencia humana y existen proyectos para fabricar cyborgs en menos de 20 años.
Farenheit 451, Equilibrium, La Fuga de Logan, The Road o Mad Max son sólo algunos ejemplos de cuan terribles pueden ser nuestros futuros, donde la opción de gobierno más repetida es la opresión, el totalitarismo, historias donde la resistencia humana trata de sobrevivir a las dictaduras implacables, que es casi más preferible que la otra opción más recurrente, el caos absoluto o la anarquía, donde impera la ley del más fuerte.
Lo cierto es que es tan productiva la imaginería de los guionistas de cine, que no sería descabellado afirmar que alguna de sus truculentas hipótesis futuras acertase de pleno con nuestro porvenir. Los directores Marc Foster y Neil Blomkamp han estrenado este verano dos propuestas a cada cual más terrible: “Guerra Mundial Z” y “Elysium”, dos historias diferentes que parten de géneros estereotipados, quizá manidos, una de zombis y otra de un héroe que quiere salvar al mundo, ciencia ficción al servicio del entretenimiento pero que si observamos las verdaderas tramas de estas dos historias, vemos que podrían convertirse en realidad dado los grados de concupiscencia y deshumanización que adolecemos en nuestro presente.
Literatura utópica
Un torrente de propuestas fantásticas nos brinda la literatura desde tiempos inmemoriales, pero más arcaica aún que la propia escritura es la utopía, pues siempre ha vivido en los sueños de los hombres. Durante los siglos XVI y XVII, en pleno Renacimiento, la utopía intenta expresar el espíritu del Humanismo, la sociedad desempolva el platonismo, eso unido a nuevos descubrimientos geográficos, la confianza generalizada en el carácter prometeico del Hombre, y una eclosión de búsqueda y reelaboración de antiguas historias igualitarias y cristianas forman el caldo de cultivo del que germina, digamos, un nuevo género literario: la Utopía.
Hagamos un repaso esquematizado y sintetizado a algunas de las obras surgidas en ese periodo de tiempo tan prolífico de nuestra historia y veamos cómo sin grandes análisis ni enrevesadas interpretaciones encontraremos diversos denominadores comunes:
En el año 1516, aunque ya se habían escrito grandes obras utópicas como la Democracia de Platón, Tomás Moro escribe “Utopía” la obra capital sobre este género y acuña por primera vez el término, su traducción precisa es “no lugar”. Esta obra conforma ciertas características que después serán canónicas para posteriores autores y visionarios, por ejemplo: geografía insular, holismo político, arquitectura geométrica, pureza moral, voluntarismo o igualitarismo. Utopía es una isla en forma de luna creciente, formada por 54 ciudades cuadradas, fortificadas y simétricas. Es una federación democrática parlamentaria representada por un príncipe. Su economía es uno de sus puntos clave, es un comunismo de estado, sin propiedad privada, comercio ni moneda, la distribución de bienes es igualitaria, sus pobladores están obligados a trabajar seis horas diarias por lo que se garantiza la ausencia de la miseria y el lujo.
En el año 1602 Tommaso Campanella escribe “La Ciudad del Sol”, en ella se narra la existencia de una ciudad sobre una colina compuesta por siete círculos concéntricos, en la cumbre de esa colina preside un templo. En cuestiones políticas se utiliza la Teocracia. Su sociedad es totalitaria, de autocrítica pública, donde existe la educación común desde los dos años y donde se formulan reglamentaciones eugenistas sobre la sexualidad.
1623 es el año escogido por Francis Bacon para divulgar su “Nueva Atlántida” una nueva propuesta de utopía que rompe moldes al considerar que la Naturaleza hay que dominarla y propone una apología de la ciencia que basa a la felicidad del Hombre en su desarrollo. Su ubicación es en una isla cercana a la famosa Atlántida llamada Bensalem. En el centro de su urbanidad se encuentra la “Casa de Salomón” que es un centro de investigaciones científicas. Se profesa el reparto equitativo de las riquezas, existe la propiedad, el comercio y la moneda, y sus administradores son una élite jerarquizada de sabios.
Ya metidos en el siglo de la Ilustración, encontramos “El naufragio de las islas flotantes” 1753 de Étienne-Gabriel Morelly, donde se condena la propiedad privada, donde se articula la libertad e igualdad en iguales proporciones, y donde una monarquía escogida como símbolo de un poder soberano se limita a hacer cumplir las leyes naturales. En esta arcadia no existe la policía ni el matrimonio, tampoco hay ejército y la moral se regula según los conceptos que dicta la madre Naturaleza.
“El Manifiesto de los plebeyos” 1795 de Graco Babeuf o “El Reino de Butua” 1788 de D.A.F. Sade son sólo la punta del iceberg de una larga lista de relatos icónicos en relación al tema que nos ocupa, lo que significa que la humanidad todavía no ha aplacado ese sentimiento de desencanto propiciado por ella misma.
La utopía siempre ha estado y siempre estará porque es una necesidad vital del ser humano, es un anhelo que poseemos los virtuosos soñadores de mundos mejores, una proyección de una realidad virtuosa que ha aprendido de los errores y puede servirnos para corregir las posibles faltas que inundan nuestras páginas de historia.
Hipótesis de la nueva utopía o Neotopía
George Orwell se acercó como nadie al futuro incierto a través de su elucubración fantástica, Dante enumeró cuatro tipos de utopía en su “Divina Comedia”, pero nuestro verdadero rol en la actualidad, nuestro guión literario en la existencia es el mismo que el del protagonista de “El Paraíso perdido” de John Milton, un hombre atribulado, obligado a vivir, sentenciado a contemplar la grandeza de su paraíso perdido, la eternidad de un paraíso que seguramente le sobrevivirá, nos sobrevivirá, y quizá por ello debamos suprimir esa obcecación de reconquistarlo.
Yo, creyente del dogma numérico que postula a las matemáticas como el verdadero lenguaje del Universo y apóstol de una idea kafkiana, sentir que la vida biológica está intrínsecamente ligada a la geometría, no puedo más que vincular tales perspectivas a este azote fantástico de vaticinar posibles futuros para la humanidad. Si la utopía se concibe como algo inalcanzable, es porque necesita de la honestidad y la bondad humana para transformarse en realidad, necesita de la ausencia de codicia y violencia, pero esos son costumbres inherentes a nuestra conducta humana, costumbres arraigadas en lo más profundo de nuestros genes, que, de momento, no hemos sido capaces de censurar o administrar. Poseemos un temple animal, instintivo, que ansía el poder y es capaz de alcanzar su propia destrucción por la ambición, algo incoherente si tenemos en cuenta que alardeamos de ser el único ser vivo con capacidad de raciocinio.
Hoy concebimos la administración de nuestras naciones por un holismo político que está a años luz de servir a un pueblo al que ni siquiera representa, holismo disfrazado de: democracia, monarquía, república o comunismo que no es más que una élite de acaudalados gobernantes que monopolizan los recursos de un planeta que deberían revertirse en el pueblo que lo trabaja y no como ocurre, para servir a su propio enriquecimiento. Por la permisividad del pueblo ante actitudes semejantes surgen el hambre y la guerra, la pobreza, la desigualdad, y se edifican sistemas donde las propias leyes protegen a los que las quebrantan en un bucle que jamás se romperá si no es con la violencia.
En mi opinión, la inteligencia al servicio del ego, ha sido la responsable de esta letanía de dictaduras enmascaradas, y en mi opinión también, no es la violencia, si no la inspiración el lugar donde debemos buscar la llave de nuestras soluciones. Una inspiración que nos lleve a derrocar a estos adoradores del dinero, pero con mucha mayor clase y dignidad que la que demuestra aquel que intenta machacar al más vulnerable.
Me reitero en que la distopía no es diametralmente opuesta a la utopía, ya que ese hueco queda reservado para la realidad, sin embargo encuentro más factible que la distopía discurra perpendicularmente a la utopía y en algún momento, en su radio de acción, éstas se entrecrucen pudiendo tener una las características de la otra, y sea muy difícil distinguirlas, por lo tanto, supongamos el epicentro de una circunferencia al que llamaremos “realidad constatable” y de ese trazamos una recta en sentido vertical hasta tocar el límite de la circunferencia, ese radio será llamado “utopía o nuestro optimismo”. Del mismo punto central dibujamos otra recta, esta vez perpendicular a la utopía y la trazamos directamente hasta el límite de la circunferencia, a esta recta la llamaremos “distopía o nuestro pesimismo”, el límite de la circunferencia no es más que “nuestro futuro incierto” ese valle que todos queremos conquistar o diríamos pre-conquistar para garantizar nuestra felicidad, llegados a este punto las direcciones de distopía y utopía describen un ángulo hipotético de 90º que si tomamos los segmentos de cada directriz como diámetro de su propia circunferencia (supuesto campo de acción) nos da como resultado otra línea hipotética que cortaría ese ángulo de 90º en dos ángulos de 45º y llegaría de igual manera al límite de la gran circunferencia, hacia el futuro incierto. Esa recta dibujaría el verdadero sendero que tomaría nuestra realidad constatable en su periplo hacia el futuro incierto, un camino no contaminado ni por optimismos ni pesimismos, exento de valoración humana, coherente y rutilante, condenado a ser una neotopía efímera, que a diferencia de sus compañeras de viaje, algún día se consumará y dejará de serlo. Un pensamiento en consonancia con una naturaleza cíclica, un nuevo género en el que, de momento, no hemos tenido la potestad de escribir.
José Antonio Olmedo López-Amor
“Utopía», 1516, Tomás Moro. Federación democrática parlamentaria representada por un príncipe.
“La Ciudad del Sol”, 1602, Tommaso Campanella. En cuestiones políticas se utiliza la Teocracia.
“Nueva Atlántida”, 1623, Francis Bacon. Sus administradores son una élite jerarquizada de sabios.
«El naufragio de las islas flotantes”, 1753, Étienne-Gabriel Morelly. Una monarquía escogida como símbolo de un poder soberano se limita a hacer cumplir las leyes naturales.
Conclusión: Platón tenía razón. Los reyes tienen que ser filósofos. En lugar de retórica y persuasión, la razón y la sabiduría (episteme) son las que deben gobernar.
Sé que me he fijado solo en una parte del artículo, pero mis circusntancias personales (mi hija, en 2.º de Bachillerato, ha estado enfrascada en «La República») me han hecho volver los ojos a eso de nuevo. Hay que educar filósofos o, al menos, ciudadanos, para que no se hagan realidad esa distopía que vemos en el cine y leemos en los libros. Ardua tarea.
Interesante tu comentario Elena, precisamente hace unos días tuve la suerte de ser entrevistado en la radio junto a mi hermano de las letras Gregorio Muelas y el presentador del programa nos hizo una pregunta muy parecida al respecto, algo así como ¿si los poetas gobernasen los países en lugar de los políticos nos iría mejor? Y recordamos la famosa frase de Platón y sus filósofos. Indudablemente pienso que por lo menos los problemas serían muy diferentes, creo que, ya no los filósofos, sino los artistas en general, traerían mucho más humanismo a las leyes. Supongo que todo es discutible, seríamos dichosos si tuviéramos oportunidad de verlo, la condición humana gobierna a todo ser humano y nadie está ajeno a ella. Pero qué duda cabe, yo preferiría que fuese así, gente abierta al diálogo, fiel a sus principios, equitativos, comprensivos, unos organizadores de recursos, que no mandatarios, simplemente humanos. La verdad es que el tema del articulo da para mucho, es interesante ver las concomitancias no sólo de las utopías literarias, sino de las distopías también, parece que en el inconsciente colectivo hay unos denominadores comunes, factores que, viendo la trayectoria y dirección que llevamos, es para aterrarse. Gracias por comentar.
Al leer tu comentario me he acordado de un artículo que tiene que ver con la utopía y la cultura. A ver si te gusta.
https://www.sextocontinente.info/2013/11/la-lesion-de-munoz-molina-y-una.html
Muy interesante el artículo Elena. Muchas gracias.