Durante los años que llevo dirigiendo este portal he aprendido muchas cosas, de escritores noveles, consagrados y de todos los personajes que han pasado por aquí y nos han dejado sus opiniones. Pero el 23 de abril, del que ya hablé el año pasado, el llamado «Día del Libro», la constante apelación al soporte papel como máximo producto cultural hace que acudan a mi memoria algunas de esas opiniones que me han hecho reflexionar y creo que precisan un análisis pausado.
Como digo, la constante apelación al libro como estandarte cultural para tratar de salvar una industria comercial, muy poderosa durante siglos, es algo que chirría ya en cualquier discurso enmarcado en la modernidad. Empecemos por dejar bien claro que estamos hablando de tres cosas diferentes.
- La industria editorial, productora de periódicos y libros de papel. Este sector industrial necesita, como tantas otras industrias a lo largo de los últimos treinta años, una reconversión urgente, como en su momento se hizo con la industria siderúrgica o minera cuando dejaron de ser rentables.
- La literatura, como todos sabemos, es el arte de la palabra escrita, que hoy en día se desarrolla y difunde en multitud de soportes y que no depende en exclusiva del libro como tal ni de ninguna industria especializada. Por otra parte, todo lo escrito parte previamente de la tradición oral trasmitida durante siglos, y, en la actualidad, además, hay nuevas formas de escritura que son también arte de la palabra, como la poesía visual, y formatos de promoción digitalizados o puramente digitales.
- La Cultura, que engloba toda clase de expresión popular arraigada en un pueblo, que surge desde una historia compartida, reconocida y aceptada como común por esas gentes, y que se basa en sus costumbres y sus logros, no solo artísticos, sino en todos los campos en los que desarrolla su actividad, desde la arquitectura, la pintura, los cuentos, los refranes, la canción, el baile o la cocina y tantas otras facetas que es imposible enumerarlas todas.
La industria editorial
El mundo editorial convencional —que no «la Cultura» como ellos aseguran—, es decir, la industria del libro y del papel, como toda empresa comercial, aspira fundamentalmente a recoger beneficios, y con ese objetivo ha llegado a convertir su labor, su negocio, en un mercadeo puro y duro, sin valorar más que las tendencias que ellos creen económicamente rentables. Sin embargo, todo apunta a que están equivocándose, pues las ventas siguen en caída libre desde hace ya varios años. Se equivocan también al tratar de ocultar los repetidos fraudes al escritor y al lector, que, entre otras cosas, incluyen una publicidad engañosa y lo que ya todo el mundo sabe: que algunos premios convocados por dichas editoriales están pre-concedidos y apalabrados antes de celebrarse.
Las imprentas, la fotocomposición, los encuadernadores, los diseñadores, los distribuidores, los libreros, son parte de ese negocio; de un negocio que ya no tiene ni el poder de influir en la compra del posible lector, ni da la garantía de calidad que se le suponía hace décadas y que era fuente de su prestigio. La endogamia del sector editorial es verdaderamente apabullante y vergonzosa desde que, entre otras cosas, no cuida los contenidos, la innovación ni la calidad; desde que impone, presionando al poder político, precios por ley a cambio de quién sabe qué contrapartidas; desde que bloquea la distribución a editoriales pequeñas y obliga a los libreros a publicitar sus títulos haciendo caso omiso a las demandas y necesidades del lector.
Como siempre, en toda la cadena, existen pocas pero honrosas excepciones. Aún quedan libreros que siguen creyendo que su labor es servir el conocimiento existente a cualquier persona que lo demande, sea éste el que sea, mayoritario o no, en español o en otro idioma. Que, cuando alguien pide un libro, o un contenido, hay que buscarlo allí donde esté, y, si no existe aún, editarlo. Pero si se siguen vendiendo «libros producto» impuestos por el poder editorial, que están en todas partes —son siempre los mismos títulos y al mismo precio—, invadiendo incluso tiendas de electrodomésticos, grandes superficies, quioscos, etc., parece lógico que las librerías y los libreros terminen por no tener sentido alguno. Igual ocurre con las grandes franquicias que empezaron como librerías y ahora tienen todo tipo de productos electrónicos y apenas una estantería con los libros más comerciales. Pero que quede claro que no es el lector el que propicia este ocaso, sino la mala distribución y la falta de profesionalidad de algunos libreros que se han convertido en unos meros expendedores de volúmenes.
A día de hoy, algunos libros descatalogados, discos o películas que no están en cartel o a la venta solo pueden obtenerse buscando en los servidores más remotos de Internet, porque no habrá nadie que nos los proporcione. Esto esta muy bien explicado en un artículo que os recomiendo leer, «La industria cultural y el coste de oportunidad. Por Kids», donde, sobre el caso del que hablo, se dice que la descarga no es una opción sino una obligación. Todos los gestores culturales deberían conocer qué significa el «coste de oportunidad» antes de hablar de descargas ilegales y el «todo gratis» y recapacitar sobre las conclusiones que se apuntan en este artículo, porque, tal y como dice, «Evidentemente, forzar un monopolio es un técnica cojonuda para ganar dinero; pero, en mi opinión, un gobierno responsable debería combatir los monopolios, no defenderlos».
«Yo no hablaría nunca de la necesidad de proteger la cultura por parte del poder porque en ese sentido el poder nos impondrá el tipo de cultura que considere viable para sus intereses.» Carmen Riera
Me parece bien que se promocione un libro con todos los recursos de la mercadotecnia disponibles, pero como un producto más, igual que un champú o un automóvil, por ejemplo, no como un «producto cultural». Este sí que es un engaño imperdonable.
Y a este caos editorial sumamos a los editores de nuevo cuño o advenedizos; esos que se adentran en el mundo editorial con pocos recursos y menos conocimiento; personajes o empresas que, a costa de autores ansiosos de protagonismo y en su mayoría bastante mediocres, también buscan la relevancia que todavía se le da a la palabra «editor», cuando lo que hacen es crear un sello editorial que publica a los amigos y poco más. El anonimato que exige como protección la Asociación Canal Literatura a los participantes en los certámenes que convoca parte fundamentalmente de la experiencia recogida durante años y que nos ha puesto en alerta ante estas empresas editoriales que autopublican autores y que, abusando de la ilusión y buena fe de los escritores noveles, acuden a nuestras páginas en busca de presas fáciles para un negocio que, a nuestro juicio, es deplorable. En este apartado también hay honrosas excepciones, pero éstas, aun estando bien concebidas y con buen ánimo, llegan tarde a una industria que tiene los días contados por los nativos digitales y que tendrá también que reconvertirse sin demora o dará sus últimos coletazos en los próximos años.
Todavía resuenan en mis oídos, hablando de esta industria, las palabras de Alan C. Kay, al que conocí en el año 2010. En ese tiempo ya había comenzado en España el debate sobre el libro electrónico con cierta virulencia, y aún hoy defensores y detractores siguen hablando sobre el tema mientras el mundo avanza sin que ellos parezcan percibirlo.
Recuerdo perfectamente la cara de asombro que puso este profesor e informático americano, inventor del ordenador portátil, cuando le pregunté por esta polémica. Me dio la sensación de que me miraba como a un ser prehistórico preocupado por si sería útil la invención de la rueda. La contestación no pudo ser más contundente y clara: «Internet acabará con las editoriales lo mismo que hicieron ellas con los monjes, cuando éstos eran los únicos que hacían libros en serie. Lo importante de la tecnología es poder leer igual que en el papel, y eso ya se ha conseguido: el soporte es lo de menos si mantiene la calidad de la lectura».
Todo lo que escuché aquel día fue muy revelador, no sólo en lo que suponía ya la tecnología en los hábitos de lectura, sino en lo que parece más importante: el futuro de la enseñanza. Hoy ya no sólo es posible leer, sino aprender mucho más eficazmente con los recursos que ofrece la tecnología. Otra cosa es el interés individual que se tenga en este empeño, pero la oportunidad está ahí, esperándonos.
La literatura
No olvidemos que la literatura sólo es posible cuando intervienen dos factores fundamentales: escritor y lector, creador y recreador. Si no hay comunicación entre esos dos elementos, no hay literatura: simplemente no existe.
Hace apenas unos meses tuve la ocasión de entrevistar a Carmen Riera, Presidenta del X Certamen de Narrativa Breve 2014; una escritora inteligente y analítica, académica de la lengua, que, sin embargo, apunta con una amplia perspectiva varios de los problemas a los que se enfrenta la literatura actual. Entre las cosas que nos dijo hay varias que me resultaron muy interesantes. Por ejemplo cuando señaló: «La literatura jugó un papel en los siglos XIX y XX que hoy ya ha perdido». «La literatura ha perdido prestigio». O cuando afirma: «El papel es solo el formato, el soporte, y no es garantía de calidad. Hay mucho libro inútil entre cuyas hojas a veces oigo llorar a las ramas de los árboles sacrificados para ser convertidos en pasta de papel. Además la calidad no puede medirse por la publicación».
Esta influencia en el desarrollo de la literatura y de la sociedad, tal y como apunta Carmen Riera, tuvo su vigencia y su razón de ser en siglos anteriores porque los escritores eran entonces personas «cultivadas» que no solo contaban historias; también reflexionaban sobre el mundo, ofrecían una visión diferente del entorno y proponían otras formas de vida, y los editores elegían y cuidaban con esmero esas publicaciones.
Pero desglosemos los dos factores que intervienen en el proceso.
El escritor – creador
En la actualidad, casi todo el mundo lee y escribe, y la creatividad, por suerte, surge en cualquier ser capaz de expresarse. Por eso, calificarse como ESCRITOR requiere algún matiz más que la simple publicación en papel. Ajustemos, pues, el concepto.
- Escritor: Persona que escribe. (Según esa definición, prácticamente toda la población alfabetizada.)
- Escritor de profesión: Persona que vive de lo que escribe. (Libros, artículos, etc.)
- Escritor consagrado: Persona leída y reconocida por la comunidad, por varias generaciones, y considerada como un valor artístico que pasa a formar parte del acervo cultural general.
Así, nos encontramos con que hay muchas personas que escriben, algunas por afición, por experimentar, por dar salida a un deseo imperativo de comunicar su propia visión de la realidad, o por simple satisfacción personal. Se presentan a premios una y otra vez, mandan sus escritos a editoriales o se autoeditan. Sin embargo, seguimos observando como cualquiera que escribe una historia, hasta que no la encuentra en formato libro de papel, no la considera publicada; piensa que de otro modo su obra no aporta prestigio alguno ni es reseñable. Hay mucho de vanidad y expectativas económicas y de reconocimiento en este proceso que es aprovechado, como he dicho antes, por un entramado de empresas «alimañas» que alimentan artificialmente esta aspiración de ascenso rápido con promesas imposibles, y, en esa tesitura, se dedican a confeccionar libros a demanda del autor por un precio asequible, aunque luego esos libros duerman en las estanterías de su casa o conviertan a éste en su propio agente de ventas a tiempo completo. El trabajo promocional que exige este tipo de publicación es tremendo y no siempre conduce al éxito. Por eso el escritor medio que publica hoy está más centrado en la venta y la autopromoción, incluso de su propia persona o personaje, en el negocio y la popularidad, que en crear con parsimonia, emocionar e innovar.
Quiero reseñar aquí que los autores independientes están dando ejemplo de cómo llegar a los lectores sin intermediarios a través de plataformas como Amazon y que se están planteando problemas de los que no eran conscientes antes de empezar su aventura: las dificultades para darse a conocer, para vender, para esquivar envidias y zancadillas, para negociar con las editoriales, para decidir entre los diversos caminos posibles. Y lo están denunciando alto y claro con un eje común: la decepción. A pesar de inundar las redes sociales de una propaganda reiterativa, abusiva y a veces vergonzosa, la dura realidad, el hecho de que es posible que haya más gente escribiendo que leyendo, termina por apear a muchos del intento de hacerse un hueco visible entre los lectores. Con el tiempo veremos quiénes consiguen ser recordados por las generaciones venideras.
El lector – recreador
Hoy en día, vender unos miles de libros puede tener alguna relevancia, pero en ningún caso da patente de corso a nadie —y digo a nadie— para erigirse en intelectual y despreciar la capacidad del lector, que no solo tiene los medios, sino todo el derecho a elegir lo que le apetece leer, sea o no alta literatura, sea o no producto comercial de entretenimiento o sea pura basura mediática. En cualquier caso, el error no está en ellos, sino en quien trata de vender todo libro como producto cultural, cuando no son más que productos de consumo efímero, como una revista de decoración, la vida y milagros de representantes de las reñidas tertulias televisivas o el fascículo de un coleccionable.
El lector es el juez, sin ninguna duda, con sus virtudes y sus defectos, el que compra, y todos los escritores le deben un mínimo respeto. También son los lectores, no lo olvidemos nunca, de una, de varias o muchas generaciones, los que deciden quién llega a la categoría de best seller y quién pasa el filtro de la posteridad y ocupa un lugar en el Olimpo de los creadores; realidades que no siempre coinciden. Tratar de justificar el fracaso editorial o personal llamando inculto e ignorante al cuerpo lector es algo, a estas alturas, intolerable y, puestos a redondear este absurdo círculo, propio de personas INCULTAS (Ilustrados y necios. Por Brujapiruja) que ignoran en qué tipo de sociedad viven, y tan prepotentes que no son capaces de comprender que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades de cultivarse a lo largo de su vida y que existe el libre albedrío.
Sí, amigos, por suerte, existe una palabra que se llama libertad y que usamos demasiado a menudo sin ponerla jamás en práctica. Y la libertad implica que hay que respetar igualmente a los que se hayan decantado por no cultivarse a pesar de tener los medios a su alcance. Y es así nos guste o no. No obstante, si estos últimos se acercan a cualquier escrito, del modo o por la razón que sea, hay que felicitarse, porque, si creemos en la magia de la palabra, sabemos que, antes o después, quien empieza leyendo cualquier género termina buscando lecturas de más envergadura.
Ángel Silvelo nos contaba hace unos días en estas mismas páginas su admiración por Albert Camus, que nació huérfano de padre, con una madre analfabeta, y, sin embargo, alcanzó el Premio Nobel con 44 años. Lo que Camus encontró en los libros muchos jóvenes de hoy lo tienen al alcance de un clic en el entorno digital, y, tal y como he dicho antes, también oportunidades de aprendizaje profesional y científico que ofrecen on-line universidades de prestigio internacional.
La cultura
La palabra cultura proviene del latín cultus, participio de colere, que significa ‘cultivar’, y, tal y como la define la RAE en su primera acepción, significa ‘cultivo, crianza’. Hay mucha historia sobre la evolución de este vocablo hasta llegar a la utilización tan general e interesada que se le da en la actualidad. Wikipedia también tiene un artículo sugerente al respecto.
Podemos hablar de la cultura de un individuo en particular, que procura su desarrollo personal según va adquiriendo conocimientos, o de la cultura de un grupo social; pero, en cualquier caso, tanto individual como colectivamente, el poso cultural precisa de muchos factores y mucho tiempo para instaurarse y calar profundamente en la forma de vivir y relacionarse del individuo o grupo social. De ahí que haga hincapié reiteradamente en que la cultura no puede relacionarse ni hipotecarse con una o varias industrias que viven del corto plazo. Por eso insisto en que mucho de lo que hoy se escribe y se publica no es cultura sino producto. Sólo una mínima parte pasará el tamiz que termina por consolidarse con el tiempo en el imaginario colectivo como representante de la grandeza del ser humano. Entonces sí será Cultura.
La cultura, les guste a algunos o no, sigue perteneciendo al pueblo, que es quien la inspira, quien la produce, quien la consume y quien la consolida, y todo lo demás son negocios, productos, vanidades y poderes fácticos al servicio de intereses variopintos.
Sería conveniente empezar a medir bien las palabras, a usarlas con precisión y a llamar a las cosas por su nombre con un mínimo de honestidad lingüística y ética. Y no por nada, sino porque el idioma es también elemento esencial de la Cultura.
Como el tema es complejo y con muchas facetas, a las que yo no aludo en este espacio, os dejo a los que tengáis interés en profundizar más el enlace al programa de TVE «Documentos TV: Descatalogados» que toca muchos más aspectos sobre el tema y con más profundidad.
Un abrazo
Luisa Núñez
CEO del Portal Canal Literatura
Especialista Universitario en Sistemas Interactivos de Comunicación
Luisa, gran artículo lleno de reflexiones tan duras como certeras, pero cada vez es más difícil ser solo escritor o solo editor o solo gestor cultural. Todo se mezcla en el espacio y el tiempo. Sin embargo, en España aún nos queda el siguiente salto para abordar la plataforma digital como preferente en la lectura. El otro día, cuando hice mi reflexión particular sobre el libro Nueva carta…, aparte de dejarme triste, muy triste, se me olvidó decir que todo se sigue basando en aprender a leer y escribir, tal y como decía Vargas Llosa en su discurso del Premio Nobel. Yo, hasta 5º de EGB mi mayor logro fue ese, aparte de aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir. Hoy, eso, simplemente es una entelequia. Gracias por la luz que nos proyectas. Saludos.
Muy buen artículo Luisa, impecable y todo cierto. Saludos!
Es un artículo magnífico. En efecto todo nos lleva a la lectura digital, y quién sabe si dentro de no mucho tiempo a la biblioteca metida en el cerebro con un microchip, de forma que desaparezca toda la escritura tal como la conocemos. Pero entonces estaremos en manos del fabricante de microchips, con aprendizajes dirigidos seremos robots. Triste perspectiva. El libro actual probablemente va a desaparecer, como desapareció el rollo latino y el manuscrito medieval, pero cuando voy al Monasterio de San Millan de Yuso y entro en su biblioteca, el corazón se me empequeñece ante tanta grandeza. Yo tengo una biblioteca muy pequeña, pero daría cien bibliotecas como la mía, por un rollo de una parte de La Eneida de Virgilio, aun sin entender el latín de su época. Sí, nuestros libros desaparecerán, pero puede que alguien, años adelante los eche de menos.
Un saludo, Kellroy.
Comparto esa tristeza Ángel,porque es un panorama que desconcierta e inquieta, que remueve los paradigmas conocidos. Pero difiero fundamentalmente en la esperanza en el futuro de la literatura. Leo cada día escritores «no conocidos» que escriben de maravilla, que crean relatos maravillosos que emocionan y tocan temas profundos que reflexionan sobre la vida de forma muy imaginativa.En cualquier certamen lo vemos. Y son escritores sin pretensiones de celebridad o enriquecimiento urgente, que lo hacen por puro placer, porque saben leer y leen mucho, y porque saben escribir y lo hacen con amor y mimo y que aspiran como premio a ser leídos, compartir con otros creadores y con los lectores.
No creo que la plataforma digital tenga que ser el referente de lectura, sino un soporte más y todos los soportes pueden convivir perfectamente según el gusto y las posibilidades de cada uno, – nosotros también editamos libros- pero lo que no se puede negar es que el ámbito digital está aportando nuevas formas y posibilidades de leer, aprender y encontrar lo que nadie sería capaz de publicar comercialmente.
Hay mucho amor por la escritura y la lectura, que ha estado constreñido, apartado o sometido al silencio de manera muy arbitraria y que ahora puede estar al alcance del lector que es el que tiene que juzgar.
Hay que ser optimistas y, desde una realidad que no nos gusta, seguro que las nuevas generaciones encuentran un nuevo camino tal y como se ha hecho a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Un Fuerte abrazo.
Hola Kellroy, yo siento lo mismo cuando paseo por las mismas calzadas por donde pasaron las legiones romanas o visito algunas ermitas del siglo XII, cuando escucho un concierto en la Arena de Verona, incluso cuando veo las fotos de las piramides.
También observo como se reúnen los coleccionistas de vinilos, las carreras de coches antiguos, o las colas en los museos donde se atesoran los restos que ha ido dejando la humanidad a lo largo de los siglos.
No sé como se desarrolará el futuro, ni como se manipulará a las personas entonces, pero he creído que era importante hacer estas distinciones entre la cultura que agrupa los logros de la grandeza humana, que nos emociona a todos a pesar del tiempo y la situación actual de una industria que no puede llamarse «cultural» sin más reflexiones.
Un fuerte abrazo
Completo y magnífico artículo Luisa. Defender al lector y los medios cualesquiera que sean, son todo un gesto de sabiduría y de coherencia. Todos somos lectores, todos aprendemos de todos y optimistamente creo yo también que la realidad es cada uno de nosotros, con su actitud, frente a las circunstancias. Los grandes mensajes se abren paso independientemente del tamaño de estos; eso es lo fundamental para la comunicación.
Acometer los contratiempos con valentía, humildad en el trabajo y la pasión por comunicar y compartir son la fórmula que cada uno debemos alimentar en nuestros mensajes. Creo que tu eres una experta en ello y a la vista está tu capacidad de transmitir.
Subrayo las palabras del señor Silvelo que son maravillosas en cuanto a la luz que proyectas, y gracias por este regalazo para celebrar esta día.
Mil besos