Podemos definir a la sociedad actual de muchas maneras: sociedad de la imagen y el espectáculo, sociedad del consumo, sociedad neocapitalista, sociedad postindustrial y tecnológica… Añadamos una nueva característica: sociedad del miedo.
Estamos avanzando de manera lenta pero inexorable hacia la sociedad del miedo. El miedo se extiende como una marea negra. O como una nube tóxica que cubre el cielo. Ha bastado el anuncio de la supuesta profecía maya para ponerlo de manifiesto.
Vivimos cada vez con más miedo. Individual y colectivamente. No es posible sustraerse a esta ola de negatividad y amenaza. Es una energía pesada que circula por el aire y que no podemos dejar de respirar. Todos contribuimos a difundirla de modo consciente e inconsciente. A nuestro alrededor los mensajes negativos, propagadores del miedo, son tan reiterativos y absorbentes que apenas nos permiten un momento de relajación y optimismo.
El miedo paraliza, bloquea, irrita, debilita y hasta atonta; pero sobre todo nos hace sufrir. El peor miedo es el difuso, invisible y generalizado. Cuando se asienta en las profundidades del alma resulta muy difícil enfrentarse a él, combatirlo o vencerlo. Empezamos a cometer errores, a reaccionar de modo incontrolado e irracional.
Lo peor del miedo es que nos vuelve egocéntricos, egoístas, incapaces de ponernos en el lugar de los otros. Nuestro miedo acaba siendo lo único importante. Absorbe toda nuestra atención. Lo he experimentado estos días. Se ha cernido a mi alrededor una serie de acontecimientos negativos y he ido experimentando en mí el efecto destructivo del miedo. Miro hacia afuera, observo el rumbo de la sociedad actual y de nuestro país y todo incrementa dentro de mí ese miedo larvado y tóxico. Lo personal y lo colectivo se retroalimentan.
La lista de miedos es infinita. Hay miedos antiguos y otros nuevos, como la locura de Newtown, la de Chernobil o la de los trenes de Atocha. Pero también la de perder el empleo o sufrir un desahucio. Cada uno puede hacer una lista de sus miedos, que casi siempre son comunes, compartidos por la mayoría. Un miedo muy terrible es la pérdida del afecto, del apoyo y la aceptación de los demás. Cuando llegamos a ese punto, todo es posible.
No hay otra salida que el pararse, respirar lenta y profundamente, y tratar de sosegar el cuerpo y la mente. Dejar de pensar en uno mismo y preocuparse por los demás. Frente al miedo, despertar el afecto y el amor, fuente de la confianza. Aislarse de la ola de pesimismo, negatividad y amenaza que nos rodea. Dejarlo pasar, no darle ni un miligramo de energía. La energía que entregamos al miedo es energía que perdemos, que despilfarramos y que arrojamos a la marea negra general. Mal para nosotros y mal para los demás.
Santiago Tracón