Progresar adecuadamente
Los medios de comunicación, los representantes de los partidos y los tertulianos consiguen el hartazgo general con la repetición machacona de las mismas frases y consignas. Su intención es siempre enfocar el debate hacia sus intereses sin el más mínimo rigor. Se atenta de manera tan flagrante a la inteligencia natural del espectador medio, que el hastío es la única constante reconocible en la coyuntura actual.
En la pasada y fallida legislatura asistimos a la crítica desaforada al «inmovilismo» y a la ausencia en los medios de comunicación del partido popular que fijó su posición el 21 de diciembre de 2015 en torno a un pacto de partidos constitucionalistas moderados y efectivamente, sin moverse un ápice y a día de hoy, sigue en la misma posición.
Mientras, los partidos recién llegados (que no nuevos) copaban las tertulias y los medios con puestas en escena dignas de grandes espectáculos, con muchos chicos jóvenes encantados de conocerse y jovencitas que al parecer acaban de descubrir que se puede ser mujer, madre y trabajadora, (se ve que no conocen todo lo que consiguió la generación de sus madres). Todos aparentemente muy guapos, listos y preparados: politólogos, sociólogos, abogados, periodistas, economistas, agitadores, activistas y -ojo al dato importantísimo- menores de 40 años. Un valor primordial, porque para dirigir un país no hace falta ninguna experiencia previa, ni en un ayuntamiento. Genial ¿no?
Después del segundo resultado electoral, todos estos jovencitos que asaltaban el cielo con mucha chulería, o aspiraban a la Moncloa con tanta ambición, tan preparados y elocuentes, no han sabido explicar que ha pasado. ¡Ups! Menudo chasco. Estos soberbios ciudadanos nacidos en una España con educación obligatoria, sanidad universal, becas y subvenciones, no habían contado con que en medio de la vida hay un espacio de tiempo que se llama vida laboral, en el que uno fragua con trabajo, esfuerzo y mucha dedicación la capacidad de enfrentarse a responsabilidades colectivas de calado y que hay que demostrar algún resultado y cotizar muchos años al conjunto antes de cobrar una pensión.
Apuntar aquí como en esta segunda ronda se observa un cambio en la actitud de esos recién llegados. Curiosamente una estrategia parecida a la tan criticada austeridad en palabras y teatro del odiado Sr, Rajoy. Resulta que ahora ningún líder nacional acude a tertulias ni programas televisivos. Resulta que todos tienen 3 o 4 portavoces que hablan cada día en todos los medios o directamente no hablan ni por plasma. También es gracioso como aumenta el uso de la corbata, los tonos de voz mesurados, las caras sosegadas y los análisis extremadamente prudentes apartándose discretamente de la primera línea. Sin espectáculos ni puestas en escena, más bien atrincherados como niños pequeños en el «no me ajunto», y «la culpa es tuya».
Cuando algunos de estos jóvenes ponen como ejemplo a líderes de la transición como modelo a seguir, a muchos que vivimos aquella etapa nos da la risa floja. Se les llena la boca con la palabra diálogo, mencionan la altura de miras, el interés general y hasta el infinito y más allá y sin embargo no tienen más que líneas infranqueables y multicolores.
Recuerdo perfectamente como Santiago Carrillo, recién llegado del exilio, aceptó la monarquía y la bandera constitucional, como Felipe González renunció al marxismo en 1979, como Josep Tarradellas volvió a Cataluña votando sí a la unidad de España, como las cortes franquistas se disolvieron como un azucarillo para pasar de la antigua ley a la nueva ley. Ninguna concesión fue fácil, ni para unos ni para otros ni para nadie. Conscientes de la trascendencia del momento hasta las manifestaciones populares eran comedidas sin perder por ello contundencia. Pero eran verdaderos líderes y lo que todos tuvieron en cuenta fue a la ciudadanía.
Aún resuenan las palabras de Adolfo Suarez explicando a los españoles en televisión la dificultad de cambiar los cimientos, la estructura y fontanería de la casa y, a la vez, mantener el agua corriente, la luz y todos los servicios básicos. Y todos, un pueblo que sabía de hambre, privaciones y sacrificio, entendimos entonces que había que tener paciencia. Pero la paciencia es una virtud extraordinaria que pocos practican porque ciertamente es muy difícil. Inexistente en esta actualidad «cortoplacista» y vertiginosa. No es la misma época ni las mismas circunstancias, de acuerdo, pero las palabras Diálogo, Ceder, Acordar, siguen significando lo mismo.
El ciudadano medio observa, como los políticos y sus periodistas de cabecera quieren hacerse la casa a su medida, cambiar la fontanería y el tendido eléctrico, limpiar las alcantarillas y hacerse un apartamento de lujo bien situado y les importa muy poco si las obras necesarias nos dejan a todos los demás sin agua corriente, sin luz y sin servicios básicos. Y encima nos lo quieren vender como como regeneración, más progreso y más democracia. Queríamos caldo. ¡Ya tenemos dos tazas! Quizá tengamos tres o cuatro.
Que los nuevos han aprendido rápido todos los vicios (lo fácil) de sus predecesores en un santiamén, es evidente. No obstante, parece que también van aprendiendo y aprehendiendo que el trato respetuoso es fundamental y la chulería o la impaciencia no conducen a ningún lado. Que los ciudadanos esperan resultados en vez de tanta alharaca y que a la política hay que venir llorado de casa, a trabajar, servir (sí, ser útil) y bien curtido para soportar el peso de la responsabilidad – que no del poder- que le toca a cada uno en las urnas.
Bienvenidos al mundo real. Y yo que me alegro de que se entrenen y vayamos dejando la bisoñez como excusa de todo. A ver si empezamos ya a hacer cambios sustanciales por consenso que duren algo más de una legislatura. A ver si demostramos de verdad que estamos preparados y en el camino de progresar adecuadamente y pasar de curso.
*Reflexiones sencillas que me asaltan una tarde de verano y que comparto con vosotros..