Y por qué no decirlo…
A veces, uno tiene esa necesidad de no morderse la lengua y de exponer su sentir. Vivimos en una sociedad que se comunica y que se expresa Una sociedad que para bien o para mal tiene muchos canales de conexión entre todos. Pues, al hilo de sensaciones contrapuestas que uno recibe y experimenta en toda esa conectividad, me surge esta interpelación sobre mis derechos y obligaciones literarias.
Comprendo que vivimos en un mundo demasiado saturado, competitivo y pendenciero; con más oferta que demanda, con más estratos segregadores que unionistas, con más «escaparatismo» que realidades. Lo comprendo y no lo rechazo. Lo que nos toca vivir es lo que nos toca vivir. Jugar con las reglas de la mesa de juego donde te ha tocado sentarte es cuanto menos un deber.
Quiero dejar claro que no hablo de envidias ni hay rencor en mis palabras. No me considero un hombre envidiado porque no tengo nada aún en mi haber que sea digno de envidia para propios o ajenos; pero sí reclamo el derecho que tenemos los «recién llegados» para optar a esas oportunidades que requiere el mañana literario. Un mañana que inevitablemente, para bien o para mal, ocuparán algunos de los que ahora no son nadie.
El mundo literario en ocasiones resulta más cruento que la política. No personifico contra nadie y no espero que se sienta aludido nadie que no deba sentirse, pero a menudo me encuentro con la crítica mordaz de aquellos que desde su posición elevada no ven con buenos ojos la «escalada» de otros. Críticas cargadas de juicios generalistas, de acritudes reivindicativas y de vanidades innecesarias. Admiro y respeto con firmeza ese trabajo que sirve como aval para quienes han alcanzado cotas con los que otros sólo fantaseamos. Pero esos tantos cuyo trabajo, trayectoria y calidad ya los avala otorgándoles una posición muy merecida a veces se olvidan de que la cuesta la subimos todos. Esas curvas, repechos y obstáculos que ya bregaron antes otros también están en el camino de quienes los «perseguimos». Entrecomillo ese perseguir porque en esa carrera hacia el sueño de intentar ser igual de grandes no acontece, en la mayoría de los casos, a connotaciones advenedizas. En esa carrera que hoy tiene lugar, yo, como muchos otros, nos vemos estigmatizados como «intrusos» de un oficio que para nosotros también es una vocación. Nosotros, al igual que ellos, somos escritores por necesidad, por ilusión y por pasión. No podemos dejar de serlo, aunque aún no lo seamos; pero trabajamos a diario para poder ser dignos de serlo.
Detrás de todo ese trabajo, sin duda, hay mil o millones de errores que se traducen en obras primeras de dudosa calidad, en opiniones o actos faltos de experiencia y a veces en sueños convertidos en egos que no sabemos dosificar. Pero lo cierto es que esos fallos son los que nos ayudan a crecer, los que nos ayudan a poder seguir los pasos de nuestros referentes. No queremos lo que no sea nuestro, no vamos donde no nos invitan y no reclamamos un reconocimiento que no merecemos. Lo único que necesitamos es una oportunidad para seguir creciendo, para que en el futuro nosotros podamos ser esos seres grandes y no nos olvidemos del nombre de nuestros referentes; de los que ya tocaron la cima e hicieron de su vocación un oficio. Porque alguien a cuyo trabajo le avala como un grande, maestro o consagrado, se convierte en eterno si permite que aquellos que les siguen tengan también la oportunidad de serlo, y de prodigar con orgullo el nombre de quienes estuvieron antes que ellos.
Puede que hoy día haya más escritores que lectores, puede que haya más número de obras malas que buenas, puede que el mercado esté corrompido por factores sociales, mercantiles o consumistas que atañen tanto a pequeños como a grandes (a cada cual en su medida y forma); pero de lo que sí estoy convencido es de que sí hay un futuro prometedor, o por lo menos un futuro. Por eso, mi única intención con todo esto es que esos grandes literatos no nos vean con malos ojos a quienes nos equivocamos a diario por querer ser tan grandes como ellos, porque no venimos a quitar ningún escaño, ni queremos llegar a esa cima sin trabajo. Tan sólo estamos en nuestra base y en nuestros principios, tratando de crearnos un aval que nos coloque donde merezcamos y donde no nos sintamos unos intrusos. Si nos veis ilusionados es porque os admiramos y os respetamos, igual que un hijo ve a un padre.
Esto no es falsa modestia ni falsa humildad, como tampoco me refiero a que haya un sector elitista, porque sucede que hay grandes maestros que no saben enseñar y pequeños alumnos que no saben aprender. Pero también existe lo contrario, y a eso me agarro. Al respeto por la profesión y al respeto por el compañero.
Soy consciente de que donde está el halago también está la crítica, pero también soy muy consciente de que ninguno de esos dos monstruos sociales me debilita ni me engrandece más de lo que lo harían los halagos o críticas que puedo hacerme a mí mismo. A partir de ahí, tan sólo espero que no os ofenda si tomo con ilusión y orgullo las oportunidades que se me puedan poner delante (ese es mi derecho). No soy un buen escritor, pero trabajo día a día para serlo (esa es mi obligación); con la tranquilidad de saber que posiblemente ese momento jamás llegue.
©Víctor M. Mirete