Yo, mi, me, conmigo. Por Ana Mª Tomás

Yo, mi, me, conmigo

 

¡Manda “güevos”! Es lo primero que se me ocurrió cuando descubrí que la nueva moda se llama “Sologamia” y que consiste, nada más, y nada menos, que en casarse con uno mismo.

A ver, que a mí me parece genial lo de organizar una fiestuqui con tarta y una figurita que me represente a mí solita coronando el merengue, me encanta estar rodeada de invitados, es decir, familia y amigos que celebren cualesquiera cosa que yo festeje y, sobre todo, proclamar a los cuatro vientos lo mismo que dice la susodicha novia “Antes que nada, debemos amarnos a nosotras mismas”. Vamos, que sí, que a todo eso me apunto, que nada que objetar, sino todo lo contrario. Pero una cosa es eso, que ya sé que nos hace falta recordarlo todos los días ante el espejo, y otra bien distinta la gilipollez de montar un pollo boderil, (que no vodevil, al menos este tendría gracia) para decir que me caso con mí, me, conmigo, vamos, con los pronombres personales.

Que sí, que ya sé que ciertas tontunas nos vienen muy bien a las mujeres que siempre andamos faltas de amor por nosotras mismas y sobradas en entrega, generosidad y cuidados para los demás -en muchas ocasiones todos los que nos negamos a nostras mismas-; que desde pequeñicas nos enseñan y nos hacen ver que nuestras preferencias no son tan importantes como las de ellos, que una buena madre es la que se sacrifica siempre por los suyos, y… además, sin quejarse nunca; que nuestras necesidades han de ir por detrás de “sus” caprichos, a fin de cuentas, nosotras somos tan apañadas que con cualquier cosilla tiramos para adelante, mientras que ellos… Vamos, que sí, que no voy a negar que cualquiera se apunta feliz al guateque. Pero que no por mucho madrugar amanece más temprano. Que lo que necesitamos son más actitudes de amor y respeto hacia nosotras mismas y menos rituales que, en realidad, no hacen que nos queramos más.

Hace unos días saltó la noticia de que en una discoteca, de Alcazar de San Juan, el “animador” anunció que se regalaban camisetas a las chicas que se quitasen la que llevaban. Y parece ser que tuvo tanto éxito la propuesta que tuvo que frenar la cosa porque más de una se quitó hasta el sujetador. Sé que me pueden decir que no pasa nada, que justo el feminismo lo que defiende es que cada una haga lo que le dé la real gana. Pero, claro, luego sale la alcaldesa del lugar y dice que tomarán medidas porque no se puede cosificar a la mujer ¡¿Mande?! Una de las muchas entrevistadas que dieron su opinión sobre la promoción de la discoteca aseveró rotunda que ella “Jamás haría una cosa así. Porque yo me respeto y tengo dignidad”. Nadie puso una pistola a nadie para que se desnudara y exhibiera, para regocijo de los payos presentes, puede que fuera un acto de libertad, de cosificación a la mujer, o puede que se trate de una auténtica falta de respeto hacia una misma. Cada uno puede verlo como le parezca, yo tengo claro que actos así, por mucho que “procuren” una… imaginada libertad, lo que, en realidad están haciendo es un daño terrible a nuestro amor propio. De qué sirve que luego se monte cualquier historia para expresar públicamente que nos amamos y que declaramos que nos comprometemos con nosotras mismas porque mejor sola que mal acompañada, si luego vamos y la cagamos por una porquería de camiseta. Vamos, entiendaseme, que ni por un puñado de diamantes. Cuando se le pone precio la dignidad y al amor, sea propio o ajeno… qué quieren que les diga.

Si queremos hacer algún tipo de alianza con nosotras mismas comencemos por reconocer, como decía Virginia Satir en su “Declaración de autoestima”: “Yo soy yo y estoy bien”. Utilicemos el MI para sentir: mi corazón, mi esperanza, mi miedo me hacen ser la persona que soy, la persona que se acepta y por tanto se ama tal cual es. Conmigo mis errores como aprendizaje para lograr los triunfos y no como reconocidos fracasos. Y, sobre todo el Me. Me amo, me acepto, me perdono, me respeto.

Saber y reconocer, finalmente, lo que valemos y no permitir que, como joyas que somos, nos tase un mercader en lugar de un joyero, porque cuando no sabemos lo que valemos, muy probablemente, terminemos con quienes tampoco lo sepan.

Y festejar, cada día, nuestra valía con cuantas fiestas queramos en lugar de celebrar majaderos casorios. Como decía Wilde: “Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida” y para eso solo es preciso amor. Del propio.

 

Ana Mª Tomás

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