A través de sus miradas. Por Ángel Silvelo Gabriel. (2º Premio relato corto ASOCIACIÓN MUJERES PROGRESISTAS DE BADAJOZ, 2010)

Una vez más, el timbre de su voz consiguió transmitirles la magia del sueño a sus dos hijos. De entre todos sus avatares diarios, su tarea predilecta era la de cuenta-cuentos. Sus hijos, un libro y su voz, para ella no había combinación más perfecta y armoniosa. Atravesó la puerta con el mayor de los sigilos posible, porque no quería que se rompiera este mágico momento. Cuando se vio sola en el salón, pensó que ahora le tocaba disfrutar de un poco de tiempo para sí misma. Se acercó al escritorio, pero no tuvo fuerzas para abrirlo. Necesitaba relajarse un poco más antes de abrir el cuaderno y leer lo que había escrito el día anterior. Si les hubiese leído alguna de sus poesías a los niños, ahora le resultaría más fácil saltar el espacio que existía en su mente entre realidad y ficción. Cuando ellos le decían lo que pensaban de sus poemas, o simplemente, cuando surgía la magia a través de sus miradas, le resultaba más fácil saltar esa barrera. A veces sus miradas, tenían el poder de adueñarse de sus pensamientos y llevarla a un lugar íntimo. Un lugar, que ella se empeñaba en buscarlo en la poesía. Pero sus hijos, cada vez más, se dejaban seducir por las máquinas que su padre les compraba cuando había algo que celebrar, y ella poco a poco veía como perdía terreno respecto de unos personajes inanimados, que ni tan siquiera eran tan reales como los personajes de sus composiciones poéticas. Ella les plantaba cara con todas sus fuerzas a estos extraños competidores, pero había veces que se sentía derrotada y no era capaz de esgrimir argumentos suficientemente válidos para convencer la frágil voluntad de sus hijos.

Apagó la televisión, y de pronto, la paz acudió a la habitación en donde se encontraba. Fue a la cocina a recoger la infusión que se había preparado, y cuando regresó al salón, supo que había llegado el momento de abrir el escritorio. Buscó el poema que había dejado sin terminar, e intentó perderse en su mundo de ficción…

Olas nacaradas mecen mi frágil cuerpo,

Hablan sin parar, escupiendo en el rostro de los pájaros que se posan

Cobardemente.

Juegan al escondite.

Se disculpan si se pisan.

Y esa mujer que no es de nadie

Y de nadie quiere ser

Pregunta y calla.

Para ella, la literatura era una liberación que la alejaba de un mundo exterior al que durante mucho tiempo no sabía como calificar, y que ahora lo consideraba amenazador del espacio íntimo que había construido durante toda su existencia.

El viento de las Antillas mece su alma herida,

Esa mujer estrellita de mar

Moja el mar con lágrimas

Asustadas y cálidas

El poder de las palabras, y su ausencia en la vida que transcurría fuera de sus dominios. Esa era su tragedia, el universo extenso e infinito, a veces acogedor, pero en la mayoría de las ocasiones tan autoritario. Pensó otra vez en su papel de madre, una mujer transmisora de ideales, liberadora de miedos y acogedora de buenos sentimientos. Su recuerdo derribaba su maltrecha fortaleza, y la duda que era su fiel compañera, se apoderaba de ella. Se sentía tan pequeñita e indefensa como una minúscula isla en medio del océano. Por eso se refugiaba en la poesía, porque para ella representaba a los buenos de las películas, al dios de las religiones, a los sueños que al final se hacen realidad. La poesía podría ser frágil y distante, pero también se podía convertir en el mejor de los finales posibles. Ella, la poesía y su necesidad de transmitir ese mensaje a sus hijos…

Una palabra sin sentido cae al fondo del mar,

Y se coloca al lado de una concha rota por los bordes,

Rota como esa mujer que se esconde entre

Las olas nacaradas,

Rota como esas palabras que salen entre

La tinta.

Como las manos de su madre

¿Quizá pudimos hacerlo mejor?

Esa mujer estrellita de mar

Moja el mar con sus lágrimas

Y huye.

Había terminado el poema. Apuró la infusión que ya se había quedado fría, y pensó en la estrategia a seguir en su batalla contra las maquinitas de sus hijos. Se acordó de las hermanas Brönte, en su afán de autorrealización y en su desafío contra las convenciones sociales. Si ellas fueron capaces de dejar su huella en la Historia en medio de un páramo olvidado, ella les mostraría a sus hijos un camino distinto al de los muñecos golpeadores que acaparaban toda su atención. Al principio, le echó la culpa a su marido, cada vez más insensible y embrutecido con el trabajo y el fútbol, pero en el fondo, él no era el culpable. Su comportamiento no tenía el poder de alterar las bases del mundo que todos estábamos creando. Un mundo de personas aisladas, de ausencia de palabras y de soledades ególatras. Su marido no era más que una hormiguita descontrolada sin rumbo en un mundo lleno de distracciones banales. La vida y la existencia humana, ahora más que nunca, se habían convertido en una sucesión de movimientos sin sentido.

Ya tenía el título del poema: A través de sus miradas. Había decidido componerles un poema a sus hijos. Un poema que les leería cada noche, con la esperanza que cuando fuesen mayores, se acordasen de él, de ella, del poder de las palabras y de la poesía. No se le ocurría nada más didáctico contra la complejidad tecnológica de sus marcianitos saltarines. No se imaginaba nada más sencillo y eficaz que el poder de las palabras. Todos lo teníamos, sólo hacía falta ejercitarlo. Hablar, escribir, escapar de la soledad, de la ausencia de las palabras. Ese era el matiz que nos diferenciaba de los animales. Su arma iba a ser la palabra, su estrategia la poesía, y su afán un poema…

Un lápiz y un papel

Juegan buscando lo que no existe

Y su imaginación

Todo lo hace posible

Las batallas dejan de serlo

Y los guerreros se convierten en poetas

Las heroínas son su inspiración

Y van en busca de la belleza

No hay vencedores ni vencidos

La poesía llena su mente de palabras

Y el lápiz escribe

Y el papel le acoge

Espadas que ya son estrofas

Y disparos que se convierten en palabras

Las imágenes nutren sus fantasías

Y las fantasías les protegen de sus miedos

A través de sus miradas

Las palabras juegan con su imaginación

Y viajan a un lugar que no sabían que existía

Un lugar en el que siempre querrán estar.

Se sentía como una guerrera de papel y tinta, grande, inmensa. Cerró su cuaderno y pensó en la cara de sus hijos cuando les leyera el poema al día siguiente. Lo que les diría cuando le preguntasen que quiénes eran esos guerreros imaginarios. Unos guerreros poderosos, que no poseían espadas sino palabras. Un juego cuyo final no era conquistar un castillo o vencer a los malos, porque en ese juego no había buenos ni malos. Les tenía que explicar que la poesía sólo buscaba la belleza a través de las palabras. Unas palabras que van en busca de la felicidad. Una felicidad que no es un punto y final, sino un punto y seguido que nos permite seguir luchando, seguir viviendo, y sobre todo, seguir buscando.

 Ángel Silvelo Gabriel

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