Dirscursos interiores. Por Ángel Silvelo

            Sueño que algo muy grande cae cerca de mí. Sé que es una persona, pero no soy capaz de mirarla. Estoy sola y nada me impide ver lo que hay a mi alrededor, sin embargo, no logro ver nada. De repente suena un teléfono, y aunque intento adivinar donde se encuentra, mis ojos se niegan a buscarlo. Su sonido es tan intenso que se apodera por sorpresa de toda mi vida, pagándome con la mayor de las traiciones posibles…

            La cadencia de mis sueños sigue buscando mi lado más oscuro, pero mi caprichoso subconsciente logra desprenderse de mis trágicos recuerdos y me recompensa con aquello que sabe que me hace feliz. Abro los ojos como una niña a la que acaban de regalar un dulce por su buen comportamiento. Mi premio se traduce en contemplar la cara de felicidad que tiene mi hija mientras duerme, y cuando la miro, sólo deseo que sea ajena a todos mis temores.

            Mis sueños y mis deseos se contraponen, lo que me hace pensar que la frágil frontera que los divide es una zona llena de incertidumbre. Me olvido de todos ellos y prefiero dedicarme a uno de mis entretenimientos favoritos; hablar con mi hija. Imagino una y otra vez conversaciones que espero tener el día que ella aprenda a hablar: “cariño, te has dado cuenta lo guapa que eres. Sí, no te rías así, porque tú lo sabes muy bien, todo el mundo te lo dice al verte la primera vez. Cuando seas mayor y te mires en el espejo, te sentirás orgullosa del trabajo que han hecho tus padres. Y cuando aprendas a hablar, vas a decirle a mamá todas aquellas cosas que te has estado callando hasta entonces. ¡Hija, qué ganas tengo que me digas lo que piensas! Ahora yo pienso por las dos, y aunque es más gratificante, también es más aburrido. Ya verás lo bien que nos lo vamos a pasar juntas. ¡Que sí, que seremos dos buenas amigas! madre e hija, pero muy buenas amigas”.

            Antes de dormirme por la noche, le pido a Dios que tengamos los mismos gustos. En mi interior noto que va a ser igual de delicada que su madre. Eso se sabe enseguida, no hay más que ver lo contenta que se pone cuando la baño y le pongo esa colonia especial para niñas como ella. Creo que me entiende, algo que su padre, en este caso, nunca podrá hacer. Él no sabe nada de nuestra complicidad. “¿Me preguntas cómo está papá? pues la última vez que hable con él le noté muy contento, me dijo que si no fuera porque está tan de lejos de nuestro lado esa sería su misión en la vida. Sí, me dijo que él pensaba que una parte de su función en este mundo es ayudar a los demás. Suena bonito, ¿a qué sí? ¿Qué por qué se ha tenido que ir a hacer el bien tan lejos? Cuando seas mayor lo comprenderás un poco mejor, pero debes saber que los hombres cuando vienen al mundo tienen una última e íntima responsabilidad que cumplir, y a tu padre le tocó ésta. ¡Qué guapa eres María! ¿te apetece que salgamos a dar una vuelta? ¿te has fijado en la mañana tan buena y soleada que tenemos?” 

            Hoy es como ayer, y ayer fue como antes de ayer. Mi subconsciente sigue librando su particular batalla entre mis sueños y mis deseos, pero esta vez no sé muy bien quien ha salido victorioso. Abro los ojos mecánicamente y la luz que se filtra por la rendija de la persiana me anuncia que ya ha amanecido. Si recuerdo todas las cosas que ayer no pude terminar de hacer, se me quitan las pocas ganas que tengo de levantarme. En primer lugar, debo recuperarme de mis cotidianas pesadillas, y más tarde, tengo que fortalecer mi ánimo. Algunos días este esfuerzo no es suficiente, y aún me toca vencer la sensación de estar perdiendo el tiempo, porque últimamente mi vida se reduce a encadenar acciones mecánicas una y otra vez: levantarme, asearme, dar de comer a María, limpiarla… Enseguida me reprendo a mí misma, y me digo que no puedo ser tan egoísta, porque aún me queda ese hilito de esperanza cuando María me sonríe y yo me la como a besos.

            Tengo que levantarme, pero ¡qué poco me apetece!, además, hoy es fiesta y todo está en silencio. ¿No estaré sola? nada me espanta más que la soledad, saber que nadie te espera o no tener un sitio al que ir, menos mal que yo tengo a María y Antonio, que me quieren y me esperarán siempre. ¿Cómo estarás ahora? te imagino contento, con la satisfacción del deber cumplido, ayudando a esa pobre gente que no se merece lo que les ha sucedido ¿por qué tendrá que haber guerras? con lo bonito que sería que todo se arreglase mediante las palabras, en mi mundo sólo tienen cabida las palabras, una tras de otra, hasta que la unión de todas ellas crean mis discursos interiores. Qué bien me sienta tener todo el mundo ordenado dentro de mi cabeza, sin nada que se salga fuera de mi control y mis dominios. Debo confesarte, que cuando me pongo un poco triste cojo la cinta de vídeo y la veo un poco, es así de sencillo, levantarse, introducirla en el vídeo y darle al play, nunca falla, allí siempre estamos María, tú y yo, los tres juntos, sonriendo y jugando a la familia feliz. También quiero que sepas, que he llegado a la conclusión que necesito estar ocupada para no pensar, porque cuanto más pienso, menos fuerza tengo para afrontar la rutina diaria. No dudes ni por un momento que me arrepiento de haberme casado contigo. Tú me proporcionas la estabilidad que necesito, pero también tengo a María, y ella me ayuda más si cabe. Hoy ya no me imagino mi mundo sin ninguno de los dos, nada me provoca más miedo que perderos. Cuando nací, seguro que lo hice predestinada a esta vida y no a otra. Admito que estoy contenta con la vida que llevo y el destino que me ha tocado. ¿Podría ser una mujer de ese país en guerra? Seguro que ese trágico destino me haría ver el mundo de un modo diferente, tendría unas preocupaciones que ahora ni siquiera imagino. Mis prioridades se basarían en principios distintos, y quizá no tendría con qué comer, o qué ofrecerles a mis hijos. ¿Y por qué no?, yo como mujer, también podría desempeñar la misma función que tú, igual o mejor que cualquier hombre, porque yo sabría descifrar el sufrimiento de un niño mirándole a los ojos. No te preocupes, que no siento envidia de ti, pero en este momento si te entiendo un poco mejor Antonio, cuando me dices que a pesar de ser un militar, tu labor va más allá de un simple uniforme. Reconozco que hay personas que tenéis más suerte que otras, porque vuestras vidas poseen ese último sentido que os permite, además de realizar vuestro trabajo, ayudar a los demás. Esta forma de pensar es lo que me hace llevar mejor tus ausencias, aunque nunca pude imaginar que llegaría a asumirlas de una forma tan natural. Mi madre, por ejemplo, me dice que no comprende que lo lleve tan bien, pero ella no ha tenido la suerte de disfrutar de una vida como la que yo poseo, no quería a mi padre, y sin embargo se casó con él, no quería tener hijos y nos tuvo a mi hermana y a mí, no quería que yo me casara tan pronto y al final me casé contigo. Lo que ocurre con todo esto, es que mi madre dejó el control de su vida a la rutina, y por eso, no han dejado de sucederle las cosas más absurdas. Así de sencillo. 

            El sonido imaginario de un teléfono me despierta en mitad de la noche. Esta vez, mis sueños se han apoderado de mis deseos. Estoy despierta, pero todavía soy capaz de recordar mi angustioso sueño, en él, un cartero me trae una carta certificada del Ministerio de Defensa. El pánico se apodera de mí, y no soy capaz de articular palabra, simplemente firmo en el librito que él me ofrece, y después se marcha con un seco ¡adiós señora! Cuando él se va y yo me quedo sola, me engaño a mí misma pensando que todo va a ir bien. En mi sueño pienso que todo es un sueño, un maldito e innecesario sueño. Ahora que parece que todo ha terminado, necesito escuchar la voz de alguien, de una persona que me diga que no ha pasado nada y de esa forma romper el hechizo de la fantasía.

            Tu ausencia me va consumiendo poco a poco y apenas si soy capaz de atender a la niña. Las fuerzas me abandonan y no logro crear instrumentos que me ayuden a reponerlas. El sueño de la carta, ha hecho que mi reducido mundo salte en mil pedazos a mi alrededor. Me encuentro tan mal, que no soy capaz de escuchar las noticias de la radio o la televisión, y así saber si han dicho algo sobre el lugar donde te encuentras. Si hubiese tenido valor, habría llamado a tu Unidad para saber algo de ti. Necesito saber cómo estás, pero cada vez que miro el teléfono me voy a otra habitación. No sé por qué me preocupo tanto, una cosa importante te la tienen que comunicar personalmente, y si te hubiese ocurrido algo ya me habría enterado. Las buenas acciones no pueden ser despachadas de un plumazo con una simple carta. Me cruzo de brazos y me repito una y otra vez, no ha pasado nada, no ha pasado nada…

            He debido quedarme dormida, porque el incesante zumbido del timbre me despierta de repente. Una sensación de incertidumbre recorre mi cuerpo. Me ha cogido por sorpresa y no puedo controlar que un temblor de tipo nervioso se apodere de mí. Al cabo de unos segundos, soy consciente que alguien llama a la puerta con insistencia. Es la enésima vez que lo hacen en los últimos días, pero no he tenido el valor suficiente de ir a ver quién era. La angustia me destroza por dentro, y el llanto de la niña, consigue que esta vez me arroje como una vehemente fuera del salón hacia el hall de entrada. Cuando estoy frente a la puerta enciendo la luz, como si esperase a que alguien fuese a entrar, y me quedo así, esperando.

            No sé cuánto tiempo ha pasado, pero han dejado de llamar. Como por arte de magia, un sobre asoma a través del umbral de la puerta. Me acerco a él y le miro con desconfianza, es un sobre mediano de color marrón, lo cojo, y lo primero que veo es el membrete del Ministerio y el sello dela Unidadde Antonio, nada más, no tiene remite. Me lo acerco un poco más e intento leer lo que pone el sello de color azul, dice algo así como Ayudantía Mayor de las Instalaciones dela Defensa.¿Y si se han equivocado y no es para Antonio?, eso pasa a veces…

            El llanto de la niña me lleva de nuevo al salón. No la puedo dejar sola, porque ahora más que nunca, intuyo que va a necesitar el calor de su madre. “Cariño, pero qué le pasa a mi niña. No te asustes que será algo sin importancia que le notifican a papá. Fíjate si le han ascendido, o nos dicen que va a venir antes de lo que pensábamos las dos. Verás que bien lo vamos a pasar los tres juntos. No llores cariño, que mi corazón no aguanta el verte llorar. Cuando venga papá, le diremos que nos grabe otro vídeo, para que luego lo podamos ver las dos juntas cuando él no esté con nosotras. Que sí cariño, verás lo felices que volveremos a ser los tres juntos. Todo será como antes, te lo prometo. Cariño, sólo te pido una cosa, regálale a tu madre una de esas sonrisas que tanto le gustan”.

 

Ángel Silvelo

 

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