“Bel”, “El Ángel Caído” del Parque del Retiro, nunca supo por qué extraña concatenación de circunstancias empezó a notar un hormigueo en la base de su cuerno derecho. No podía moverse, pero ese rebullir se iba convirtiendo en un escozor agudo. Poco a poco la superficie del picor aumentaba. A medida que iban pasando los minutos, la comezón le fue llegando al cuerno izquierdo y extendiéndose por toda la cabeza. Comenzó a oír un murmullo que fue creciendo a medida que la sensibilidad se iba apoderando de sus oídos. Ante sus ojos se extendió una pequeña porción de Paraíso Terrenal; pero sólo una pequeña porción. Estaba rodeado de una arboleda domesticada; los tilos, arces y castaños de indias se encontraban ordenados, y el suelo era de tierra apisonada. A sus pies, una fuente de unos siete metros de diámetro, rodeada por un brocal de tres cuartas de altura. Por las cercanías pululaban unas “Evas” que, en lugar de una hoja de parra, llevaban un cinturón que apenas les tapaba el sexo, y una cinta por los pechos, que se los cubría escasamente.
Empezó por mover un ala, al principio fueron unas plumas y poco a poco la sensación de vida fue llenando su cuerpo. Pensó que lo mejor sería quedarse quieto para observarlo todo a su alrededor. Su rabo acabado en punta como una flecha, era lo único que movía sin cuidado, pero el resto permanecía en una inmovilidad, ahora voluntaria, hasta hacerse cargo de la situación en la que se encontraba.
Un hombre se acercó a una de las mujeres que se apoyaban en el puteal de la fuente. Estuvieron un momento hablando y luego se fueron los dos hacia un recodo protegido por unos tamarices. Él se quitó el abrigo y lo extendió en el suelo, luego se sacó los pantalones y con mucho cuidado los dobló y los puso al lado del abrigo y el sombrero.
―Esta es la ocasión ―se dijo―. Ahora los tentaré con la fornicación, y dos almas que me llevo.
De un salto va a parar a unos diez metros de la columna en que estaba.
―¡Vaya salto! Se ve que estoy en forma. Bueno también es verdad que con mis alas no tiene mucho mérito, pero es que llevaba tanto tiempo inmovilizado, que tampoco ha estado tan mal. Me acercaré a ellos y les provocaré para que copulen.
Se va acercando al seto tras el que está la pareja, los ve, y se queda sorprendido.
―Pero si ya lo están haciendo. Y sin necesidad de tentarles ni nada. Esto es absurdo, me están quitando el trabajo. De todas formas me acercaré para sugerirles alguna aberración más pecaminosa.
De repente la mujer que está cabalgando al hombre, le dirige una mirada y lanza un grito.
―Una gallina, una gallina gigante. ¡Socorro!
Entonces, se da cuenta de que va desnudo y en un rápido acto reflejo coge el abrigo, los pantalones y el sombrero del hombre, y echa a correr. De entre los arbustos sale un individuo de aspecto patibulario con una camiseta de rayas horizontales azules y blancas y una navaja abierta en la mano.
―¿Dónde está?, dónde está ese cabrón que lo rajo.
―Por allí, se ha ido por allí, Tolo ―dice la mujer con la falda por encima de las caderas―. Era una enorme gallina negra.
Bel corre ahora y se esconde entre unos matorrales. Hace un poco de frío. Se pone los pantalones, pero como el rabo le estorba, hace un agujero en los fondillos y lo saca por allí. El abrigo, se lo coloca por encima de los hombros para disimular las alas y el rabo que le estorban; y el sombrero, le tapa algo los cuernos.
Se mantiene vigilante entre los setos y al otro lado ve a una mujer de mediana edad a la que sigue de cerca un individuo fortachón. La mujer lleva un gran bolso abultado colgado en bandolera. El hombre no le quita la vista de encima.
―Le va a robar el bolso ―piensa―, pero no se atreve. Le daré facilidades para que lo haga.
Entonces se acerca a la mujer con disimulo, y con rapidez, le abre el bolso sin que ella se dé cuenta, e intenta alejarse. En ese momento recibe un puñetazo en el flanco derecho del cuerpo que afortunadamente es amortiguado por su ala metida debajo del abrigo, pero el golpe lo lanza a tres metros de distancia; el abrigo se le entreabre un poco.
―¡Pero si es Batman! ―dice el hombrachón.
―Agárrelo, agárrelo Mateo, me ha intentado robar el bolso ―dice la mujer.
―A sus órdenes, señora subsecretaria ―dice el hombre mientras sale corriendo detrás de nuestro héroe, y éste que corre una velocidad endiablada, a duras penas puede esconderse dentro de una barca del estanque. A su lado pasan corriendo el de la camiseta de rayas y el guardaespaldas de la subsecretaria.
―Por allí. Vaya usted por allí; yo rodearé por este seto, no puede haber ido muy lejos ―dice el de la navaja.
Con la respiración entrecortada se sienta entre unos laureles y descansa un poco.
―Qué complicado es esto ―murmura.
Después de un rato, ya más tranquilo, se decide a salir, siempre alejado de la gente. De repente ve un corrillo de personas, y picado por la curiosidad, se acerca.
―Ahora está aquí, y ahora aquí, damos otro giro y ¿donde está la bolita? ―dice un hombre con unas manos rapidísimas. La mesa donde se desarrolla el juego está rodeada de gente. Un panoli deja veinte euros sobre la mesa y señala un cono debajo del cual cree que esta la bola.
―No, hombre, no, dice Bel apretándose el abrigo para que no se le vean las alas, la bolita la tiene él en la mano, ¿es que es usted tonto o qué?
En ese momento el de la mesa hace una señal a alguien que está detrás del público y dos individuos se lían a patadas y puñetazos con él mientras el panoli comienza a gritar.
―¡Policía, policía, esto es una estafa! El malabarista recoge la mesa y todos sus artilugios y sale corriendo.
Uno de los compinches le quita el sombrero de un guantazo y se queda paralizado. Luego reacciona y grita.
―¡Es una cabra, es una cabra! Cogedla, cogedla. Bel agarra el sombrero y sale corriendo, pero va dejando un reguero de gotas de sangre.
―Esto es peor que el Infierno. ¡Pero dónde he ido a caer! ―murmura lastimero.
Por fin parece que los ha despistado. Descansa un rato.
Un poco más tarde, ve venir de frente, a un grupo de mujeres con bolsas del Corte Inglés. Está sudando y se entreabre un poco el abrigo para darse aire. De pronto se oye un grito entre las mujeres.
―¡Un sátiro! ¡Es un exhibicionista! Y a una velocidad tremenda comienzan a apedrearle. El corre todo lo que puede pero está cansado, son muchos años de inmovilidad, y eso se nota, pero corre y corre entre la lluvia de piedras. De pronto por su izquierda aparece el tipo de la camiseta de rayas con la navaja en la mano, y gira hacia la derecha, pero por allí aparecen los de la mesa de juego, y a las mujeres se les ha unido el guardaespaldas. La situación es crítica. Delante de él se alza una valla. Una piedra le pega en un cuerno y se lo deja un poco flojo. Sin pensárselo más, salta la valla. Detrás de él tanto los hombres como las mujeres hacen lo mismo. Ahora está aterrorizado. Al otro lado de la valla hay una ancha avenida por la cual circulan unos vehículos a enorme velocidad, la atraviesa corriendo pero no puede impedir que uno de ellos le golpee en una pata y lo tire a la acera. Sus perseguidores, esperan a que el tráfico sea menor, pero gritan como locos.
―¡Coged a la gallina!
―¡Es Batman, agarradlo!
―¡La cabra, la cabra, cogedla!
―¡Todas a por el sátiro, gritan ellas!
Los transeúntes de la acera donde ha caído se vuelven a mirarlo, al oír los gritos, y ver los cuernos, se lanzan a cogerlo. Bel se levanta y, con rapidez, se mete por una calle. Los de la otra acera ya han cruzado y junto a los de ésta, le persiguen como una jauría. Da la vuelta a la esquina y ve un edificio grande con unas escaleras exteriores, sube por ellas y se esconde detrás de un recodo. Ahora sí que está seguro de haberlos despistado. La turbamulta se queda parada al no verlo, y tras un momento de desconcierto parece que va a volverse por donde ha venido, pero una de las mujeres, se fija en un rabo negro que se agita nervioso y asoma por detrás de la columna.
―Está allí, en el recodo de la entrada. Vamos a por él. Ya lo tenemos.
A Bel le entra el pánico y desesperado mira a la puerta donde hay un tablón de anuncios el que se lee: “Parroquia de San Jerónimo el Real. Ejercicios espirituales del 2 al 12. Participa”. Empuja la pesada puerta de aquel edificio y entra decidido. Hay algo en el ambiente que le resulta desagradable. La multitud que le seguía entra también, pero ahora en completo silencio. Él se va hacia adelante por un pasillo central a cuyos lados hay filas de bancos, la gente le sigue despacio y él acelera un poco. Su vista se va acostumbrando a la oscuridad y de pronto se da cuenta con horror que se ha metido en una iglesia, pero no puede volver atrás, los otros le siguen, y de repente ve a alguien a quien conoce. Es el único que puede salvarlo. En una esquina de un altar lateral está su antiguo amigo. Él le salvará: San Miguel Arcángel. Sin pensárselo más se dirige hacia él y le habla:
―¡Sálvame Miguel! Hasta ahora los hombres siempre me habían temido, pero ahora son ellos los que me dan miedo. ¿Cómo han cambiado tanto?
―Porque han dejado de creer en nosotros.
―¿Que ya no creen en nosotros?
―No, ya no creen.
―Pero eso es nuestro fin.
―Sí, así es. Pero anda, colócate a mis pies, que están a punto de llegar.
Bel lo hace y San Miguel lo mira, luego se fija en la gente, y sin dudarlo pone un pie sobre su cuello y la punta de la lanza sobre su cuerpo. Las dos figuras vuelven a recuperar su rigidez de estatuas, pero Bel, el Ángel Caído, tiene ahora una sonrisa de alivio en su boca. El cuerno que le aflojó la pedrada se le gira de repente y queda apuntando hacia abajo.
En el suelo aparecen el abrigo, los pantalones y el sombrero.
José María Araus
Que imaginativo y aventurero este relato del pobre Bel huyendo de los hombres, Si es que ya ni el diablo puede pasear tranquilo 🙂
Me ha gustado el fondo y la forma José María.
Saludos
Gracias Brujapiruja por leer mi relato y me alegra el que te haya gustado. Quise hacer una critica de unas creencias que están muriendo, pero ¿qué será lo que las sustituya?
Espléndida parábola acerca de las miserias y malaventuras de la sociedad urbanita actual. Con su toque fabulador discretamente bíblico.
El recurso de la estatua del parque, lo mejor de lo mejor.
Bien contado.
Felicidades, José María.
Bueno, bueno, bueno, José María… Tu relato, mágicamente, me ha metido dentro de él. Lo he vivido por completo. Enhorabuena.
Muy buena la historia, original e interesante. La teoria de que hasta el diablo nos teme es muy ingeniosa y da que pensar. ¡Felicidades!
Gracias Lola y Rosa, por leer mi relato. Me alegra el que os haya gustado.