El sonido del silencio se apodera de mí y se proyecta dentro de mis sentidos. Tiene tanta fuerza, que me devuelve al lugar en el que me encuentro, una habitación apenas iluminada por un flexo que me sirve para leer. Instintivamente paso una hoja del libro que estoy leyendo y su tenue sonido me saca de mi aislamiento. Enseguida vuelvo a ese pensamiento que me tiene atrapada, ¿qué opciones existen para que la oscuridad más absoluta pueda ser derrotada por el universo de las palabras? No lo sé, pero cada día que pasa, intento establecer estrategias que sean capaces de averiguar la solución a esta difícil entelequia.
Quiero volver a ser una niña, lo que no es difícil, porque mi mente navega por mi infancia envuelta en guirnaldas y flores de colores. Para mí, es un lugar donde los deseos siempre se hacían realidad, y un tiempo al que siempre regreso cuando mi vida se encuentra en una encrucijada. Ahora me conformo con observar los copos de nieve que caen lentamente sobre la terraza de la habitación, y que para mí, se asemejan a pequeñas misivas llenas de deseos. Los miro, y en mi interior, intento atrapar uno para ver si contiene aquello que anhelo, lo que inevitablemente me lleva a mi infancia, a aquella Navidad en la que me dijeron que no existían los Reyes Magos. Entonces, la fuerza de mis deseos se imponía a la obstinación de la realidad. Yo nunca quise creer a mi madre y me negué a aceptarlo sin más. Menos mal, que mi hermano acudió en mi ayuda y creó para mí una historia con final feliz, una historia para una niña de seis años, una historia que jamás olvidaré.
Vuelvo a la lectura del último libro que me han regalado con la esperanza de llegar a encontrar aquello que busco, es de un autor japonés muy famoso que yo desconocía, un tal Murakami. Sigo leyendo, pero mi imaginación no quiere que me distraiga con historias ajenas, mi imaginación hoy necesita que atienda historias propias, pero yo, aún soy capaz de tenderla una trampa, y consigo que mis pensamientos se pierdan en la perfecta armonía que acompaña a los copos de nieve que se precipitan en el suelo y que se asemejan a los acordes de un piano que buscan que su melodía se adentre en lo más profundo de nuestro corazón: tan, tan, tan. Ahora, a mi corazón y a mi mirada, ya no les cuesta alejarse del lugar donde me encuentro, y se van más allá de la proximidad de la terraza de la habitación. Se desplazan hasta el otro lado de la calle, donde las luces de las casas permanecen en su mayoría apagadas. Son casi las doce de la noche. Es cinco de enero, es noche de Reyes. Necesito escapar de donde me encuentro y vuelvo a mirar más allá de la ventana para esconderme en otro lugar, en otro tiempo y en otra noche…
Mamá me acaba de decir que no existen los Reyes Magos. Ella desconoce el significado que esas palabras tienen para mí, una niña de seis años. A partir de ese momento no soy capaz de pensar en otra cosa. No existen los Reyes Magos, no existen los Reyes Magos… No me imagino una Navidad sin Reyes Magos ¿Mamá, por qué me has dicho eso esta mañana? Dime que no es verdad y que sólo se trata de una de tus tretas para engañarme y así salirte con la tuya. ¡Si supieses la ilusión que me hace soñar con los Reyes Magos! Por eso he decidido que no voy a creer a mi madre, y prefiero pensar que lo he soñado. Por ejemplo, las películas de Navidad ocurren en lugares que están siempre nevados y donde hace mucho frío, y aquí donde yo vivo, nunca nieva, ni siquiera por Navidad, y como mucho, lo único que ocurre es que el viento balancea con más fuerza las palmeras del paseo marítimo. Mi hermano mayor siempre me dice que el viento, además de mover las palmeras, transporta una fina arena que procede del desierto. La parte que más me gusta de su relato, es cuando me cuenta que esa arena la han pisado antes los camellos que traen a los Reyes Magos. Yo pienso que él me dice la verdad, porque así me resulta más fácil construir mis sueños. Soy una niña de seis años, y aunque no soy tonta, mi vida está llena de ilusiones. Por eso, a mí me gusta tanto lo que me dice mi hermano, y en vez de irme corriendo lo más lejos posible de él para hacerle de rabiar, me agarro lo más fuerte que puedo a su mano y le pido que me dé un beso y que me siga contando las cosas que sabe que me gustan.
Es de noche y todos duermen en casa, hace rato que mi madre me dejó sola en la habitación, pero no puedo dormirme. Oigo como mis padres hablan en el salón. Mi padre últimamente está de muy mal humor y cuando viene a casa por la tarde ya no me da un beso, antes siempre lo hacía y ahora simplemente no sé por qué no lo hace. Si le pido que me lo dé, ni siquiera me hace caso y mi madre me dice que no le moleste, que le duelen mucho las muelas y no está de humor, y que me vaya a la habitación a jugar con mis muñecas. Mi madre no lo sabe, pero estoy harta de jugar con mis muñecas, prefiero estar con mi hermano y que me cuente alguna de sus historias. Yo sé que algunas son mentira, pero a mi me da igual. Me da miedo salir de la habitación, no quiero que mis padres se vuelvan a enfadar conmigo. No hay quien los entienda, porque yo no tengo la culpa de su malhumor, y lo peor de todo es que no sé qué hacer. Bueno, sí, tengo que aprender a inventarme mis propias historias, sin esperar a que el bueno de mi hermano me cuente alguna de las suyas. Miro las estrellas, intento contarlas una a una, pero enseguida me canso. No sé por qué las cuento, cuando a mí todas me parecen iguales y sólo me interesa una de ellas. Me acuerdo de mi hermano y de la historia que me contó sobre la estrella que guía a los Reyes Magos en el desierto. Necesito su complicidad, porque mi madre siempre me anda metiendo miedo con cosas que nunca pasan.
A la mañana siguiente, lo primero que hago es ir en busca de mi hermano, él siempre encuentra las palabras que yo necesito oír.
– ¿Juanma, tú crees en los Reyes Magos?
– Pues claro que sí Maite, vaya pregunta.
– No hagas como mamá, que siempre me anda engañando.
– ¿Por qué tendríamos que engañarte?
– Lo sabes muy bien. Por eso me decís que hay cosas que yo no puedo oír, y acuérdate de todas las veces que me tengo que marchar del salón cuando habláis de cosas de mayores.
– ¿Acaso te han dicho en el colegio que no existen los Reyes Magos?
– ¡Qué va!
– ¿Entonces?
– El otro día mamá, cuando me despertó para ir al colegio, me dijo que no existían los Reyes Magos.
– ¿Y tú que dijiste?
– Pues nada, porque como estaba dormida, no sé si es verdad o si lo he soñado antes de despertarme.
– ¿Sabes cuántos años tengo?
– Sí, diecisiete.
– Pues tengo que decirte que tu hermano de diecisiete años cree en los Reyes Magos, y si no, acuérdate del telescopio que me trajeron el año pasado. Era lo que más quería y ellos lo sabían. Por eso me lo regalaron.
– ¡Es verdad!
Mi hermano me ha prometido que esta noche vamos a intentar ver la estrella que guía a los Reyes Magos. Me ha dicho, que cuando no hay nubes se ve perfectamente en el cielo, pero que sólo aquellos que creen en ella pueden verla, porque a los demás les ciega su falta de fe.
– ¿Maite, estás mirando donde te he dicho?
– Sí, pero no veo nada.
– Ya te advertí que no busques la estrella que nos pone mamá en el belén todos los años. Tú sólo busca la que más brille.
– Para mí brillan todas igual.
– ¿Te has fijado, la estrella acaba de lanzar un destello?
– Pues yo no me he dado cuenta.
– A ver, mira hacia el sur.
– ¿Dónde está el sur?
– ¡Ya tienes el telescopio orientado hacia el sur! Sólo espera a que haya un destello en el cielo. ¿Lo ves?
– Sí, sí, sí. Es como si una estrella se hubiera caído.
– Ves como no era mentira. Las estrellas caen a la arena del desierto y les indican a los Reyes Magos el camino que deben seguir.
Las cosas que me cuenta mi hermano me gustan mucho más que las historias que me cuenta la pesada de mi madre. No sé por qué, pero siempre he creído que él sabe enredarme en sus pensamientos.
– Juanma, tenías razón, sólo podemos ver la estrella los que creemos en ella.
– Por fin te das cuenta que nadie quiere engañarte.
– Sí, pero todavía tengo una duda.
– Dime, ¿cuál es esa duda?
– Que papá hoy le ha dicho a mamá, que este año no van a venir los Reyes Magos a casa.
– ¿Otra vez con eso?
– Sí, y encima papá está enfadado porque le duelen las muelas.
– ¿Quién te ha dicho que a papá le duelen las muelas?
– Mamá el otro día, antes de mandarme a jugar con mis muñecas a la habitación.
– Bueno, todo esto es un poco complicado de explicar a una niña de seis años, pero tú no debes preocuparte, los Reyes Magos no se olvidan de las niñas como tú, y si no, vamos a ponerles a prueba ¿vale? Piensa en el regalo que más te gustaría recibir y no se lo digas nadie. Verás como ellos van a saber recompensarte por tu fe.
– Vale, ¿pero no se lo puedo contar a nadie, ni siquiera a Esther?
– ¿Quién es Esther?
– Mi mejor amiga.
– Sí, ni siquiera a Esther.
Si algo me gusta en este mundo, es un cuadro de cristal a modo de espejo que mi hermano tiene en su habitación. Es de un grupo musical llamado Spandau Ballet, y representa a un lado el perfil de una paloma y al otro el perfil de la cara de un hombre con sombrero. Me gusta, porque es la portada de un disco que mi hermano y yo escuchamos tumbados en la cama de su habitación después de que hemos hecho los deberes. Es el grupo preferido de mi hermano, aunque a mí al principio no me gustaba, pero de tanto escucharlo no paro de tararear sus canciones, sobre todo una que se titula True.
La noche mágica por fin ha llegado, pero esta vez no quiero mirar a las estrellas, ni escuchar las advertencias de mi madre para que me duerma pronto, porque ahora sólo pienso en mi cuadro de cristal. Lo primero que compruebo a la mañana siguiente, es que nadie se ha levantado, porque me gusta disfrutar de la sorpresa de los regalos a mi sola. Me quedo paralizada cuando llego al salón, ¡sólo hay tres paquetes! dos llevan mi nombre, y los abro lo más deprisa que puedo, pero ninguno es lo que he pedido, ¡son más muñecas! ¿De verdad existen los Reyes Magos? al final mis padres van a tener razón. Quiero ver a mi hermano y preguntarle por mi regalo, pero todavía está dormido. Me parece que estoy sola y abandonada en un mundo de paquetes desechos. No me rindo, y como si esa fuese mi última oportunidad para sobrevivir a un naufragio, grito: ¡alguien me puede explicar dónde está mi regalo…! Mi madre se levanta sobresaltada preguntándome qué me pasa y por qué no me gustan los regalos que he recibido. La miro, pero ella no parece entenderme. Sin embargo, cuando creo que todo está perdido, mi hermano se asoma por la puerta de su habitación, y con una sonrisa en los labios me dice que hay un regalo con mi nombre junto a su cama. Corro desesperada para ver qué es, mientras él me pide por favor que lo abra con cuidado. Primero miro a la pared y no veo el cuadro de cristal, luego toco el papel en el que está envuelto el regalo, y soy feliz, porque una fría sensación recorre mi mano cuando por fin logro tocarlo…
El recuerdo de mi hermano me tiene hipnotizada todavía, sus palabras se proyectan sobre mí con suma nitidez y rompen el silencio de mi aislamiento. Mis manos abandonan la calidez de las hojas del libro en las que se encuentran refugiadas e instintivamente buscan la frialdad del cristal de la ventana. Mis manos tocan el cristal, y como cuando era niña, siento que mis deseos más íntimos se van a cumplir. Sin apenas darme cuenta, por primera vez soy consciente que he resuelto el enigma de mi entelequia, y por fin he encontrado la solución a esa maldita enfermedad crónica que se llama degeneración macular. Presa del escalofrío que me atraviesa por todo el cuerpo, mis pensamientos buscan el tan tan del piano que sea capaz de tocar mi corazón, porque a pesar de todo, todavía necesito vencer los malos augurios de esta situación, y lo hago con obstinación, como cuando tenía seis años y no entendía que los Reyes Magos no vinieran a casa. Tengo miedo, y necesito que alguien me guíe en medio de la oscuridad de esta habitación de hospital, para sacarme de este mundo que para mi hermano se ha convertido en un mundo sin reflejos y para mí en un mundo sin palabras. Pienso en el cuadro de cristal como en un boomerang terapéutico, y me alío con el viento y con esa sensación que me embargaba cuando iba agarrada de la mano de mi hermano. Sí, ese pequeño espejo que un día le sirvió a mi hermano para que yo no perdiera la fe en los Reyes Magos, ahora me ha servido a mí para buscar auxilio en el mágico poder de las palabras, porque aunque mi hermano ya no pueda volver a ver, yo seré su nuevo telescopio y me convertiré en su nuevo buscador de estrellas, pero esta vez, las estrellas brillarán con sonidos cargados de letras, palabras y frases capaces de llenar su mente de imágenes, unas imágenes que sus ojos ya no le pueden enseñar.
FIN
Ángel Silvelo Gabriel
Un tierno y emotivo relato que nos revela cuanto necesitamos la ilusión y su magia.
Una prosa deliciosa.
Enhorabuena Ángel
Luisa, muchas gracias por tu comentario. Este es uno de los primeros relatos que he escrito en mi vida, y como casi siempre, en él, he intentado conmover un poco a los sentimientos que nos adocenan día a día. ¡Feliz verano!
Como diría El Principito, «On ne voit bien qu’avec le cœur ; l’essentiel est invisible pour les yeux».
Lo siento Elena, pero no sé francés.
Perdon, Ángel. Es que me leí ese libro en francés en el colegio y esa era una de las frases que más repetía mi profe. Sería algo así como: «Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos».
Creo que tus protagonistas veían más allá, y por eso me ha recordado a Saint-Exupéry.
Un abrazo.