La lupa y la máquina de escribir. Por Mar Solana

La lupa y la máquina de escribir

Para Atticus… por transmitirme la ilusión de su particular ‘pedaleo’ y porque graciasa su sutileza entendí algo crucial en mi camino de letras…

«Antigüedades, objetos curiosos, -puntos suspensivos-, y algo de magia», rezaba el cartel, un rectángulo alargado de color lila con letras magenta, de un atractivo lugar que encontré hoy en mi Luna. Tengo un jardín aquí, «calle del noveno cráter, número trece»; cuando se acerca la temporada de recoger mi cosecha de letras, me encaramo en el «cohete exprés» y vengo volando… Llené la cesta para una buena temporada y me preparé para regresar de nuevo a la tierra, solo allí dispongo de la gravedad necesaria para fabricar ricas, aromáticas y nutritivas palabras, o al menos eso intento… Después de toparme con aquel extraño letrero, intenté seguir mi camino con normalidad, pero una misteriosa inercia me empujaba, sin poder evitarlo, otra vez hacia ese sitio. «Entra… entra…», me decía una afable vocecilla que no era mi conciencia; quizás un duende invisible flanqueaba la puerta y silbaba la orden, como un viento favorable, para todos los que pasábamos por allí. Abrí la puerta, una pizpireta campanilla enmarcada en una reluciente vidriera de colores dejó escapar su sonsonete de bienvenida. «¡Ah… Buenos días, señora!», un amable Lunar, un habitante de aquí (no de los que brotan en la piel), salió a recibirme. Su boca era un piano de cola y desde su blanca cabeza se escapaban unos tímidos destellos platino que refulgían como un espejo. «Hum, buenas, señor… sólo vengo a echar un vistazo, dispongo de algunos minutos antes de que salga mi próximo expreso a la tierra», le dije con el fin de disuadir su velada intención de encasquetarme alguno de sus raros objetos. «Mire, mire cuanto quiera, señora… y si desea algo en especial, estaré por aquí cerquita…». Aprendí a chapurrear «lunático», el idioma de los Lunares, en un curso acelerado por correspondencia; pero a base de frecuentar mi jardincillo y de charlar con ellos en mis idas y venidas, ahora lo hablo de forma bastante aceptable. El educado hombrecillo se perdió detrás de una de sus múltiples repisas y yo comencé a observar con más detenimiento aquel variopinto espacio. Un sinfín de artilugios reposaban su empaque sobre lomos de antiguas y cuidadas estanterías de color grisáceo. «Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar», decía mi abuela. Se notaba que aquel Lunar le dedicaba un celo importante a todas sus pertenencias. Cada una tenía colgada su correspondiente etiqueta. En un principio pensé que era el precio; sin embargo, al acercarme para comprobarlo, descubrí con sorpresa que se trataba de una pequeña descripción del producto. Extraje mis gafas de la mochila y comencé a leer:

«El torno para moldear el tiempo»,  «el pincel para pintar sueños», «la tejedora de ilusiones», «la aguja de bordar mimos», «la máquina de escribir que recupera ideas», «Lupa para ver el alma –especialmente indicada para terrícolas-»…

Todos llamaron poderosamente mi atención, pero la lupa que podía ver el alma me cautivó, sobre todo el añadido: «especial terrícolas». Pensé en llamar al señor, quería que me explicara en qué consistía lo de esta peculiar lente; me giré despacio y allí estaba aquel ser pequeñito y afable con su sonrisa de piano de cola.

«¿Algo en concreto, señora? Ah… sí, la lupa». Como si adivinara mis pensamientos, sin darme tregua para reaccionar o contestarle, añadió: «Va de regalo con la máquina que recupera ideas. Aquí seguimos usando máquinas para escribir, ¿sabe?; probamos con ordenadores pero no era posible ampliar, recuperar pensamientos o palabras perdidas… El ordenador es como una caja que guarda cosas y ya está; relaciona la información, pero no la recupera o la amplia como nosotros queremos. Se pueden anotar infinitos acontecimientos en él, pero luego cuesta encontrarlos o lo que es peor, engarzarlos para contar algo decente. Además, con esta peculiar lente, señora, podrá ver lo que los ojos no alcanzan… amplia el alma de las cosas y de las personas. Lo he puesto indicado para ustedes, los de la tierra, porque con nosotros no funciona. Los Lunares somos como espejos, nos vemos reflejados en los demás; no nos hace falta ampliar nada para saber a quién tenemos delante…» Soltó una pícara sonrisilla de duende sabelotodo y me escrutó con unos ojos que recordaban la amplitud y el brillo de la luna llena.

«Cuando esté escribiendo alguna historia…», continuó con su discurso, «si una palabra o fantasía se le resiste, con ella podrá ver su alma o la idea original que le impulsó a contarla. Y descubrirá la esencia tanto de las que desea narrar e incorporar a la historia como de las más ocultas o invisibles, o sea, las raíces de las que se nutren estos pensamientos para crecer y salir a la superficie, los pilares en los que se apoyan para atrapar con firmeza los ojos lectores más avezados… Con esta lupa siempre sabrá recuperar el principio de la madeja para seguir de forma correcta el hilo de todos sus textos, nos ayuda a que el otro nos reciba con claridad al tiempo que agrega hebras a su propio ovillo de imágenes…».

Reconozco que necesité un tiempo para desgranar todo lo que aquel hombrecillo me transmitió en aquella ocasión. Y antes de que me pudiera dar cuenta, ya estaba en el asiento de un «cohete exprés», de vuelta a la tierra, con un esmerado paquete en mi equipaje…

*******

Hace días que intento escribir algo sobre «la tolerancia», no me convence ningún borrador que, de forma inexorable, acaba en la papelera virtual, ese lugar donde las letras desaparecen para siempre con un sencillo gesto del dedo índice, sin posibilidad de recuperarlas o reciclarlas como merecen. Porque hablar sobre esta compleja virtud podría acercarse a pontificar, desde luego no resulta tarea fácil sin caer presa de dogmatismos, muchas veces, incomprensibles y en sí mismos «intolerables» para los demás. Sin embargo, recordé la máquina y la lupa que me traje de mi Luna. Con la reciente cosecha de letras frescas que surtían mi cesta me dispuse a estrenarlas, así, sin más prejuicios que nublasen mi ánimo o expectativas que cayeran a presión, como el chorro frío de la misma «intolerancia», ese rechazo o abandono que se lanza sin mirar al interior o más allá de la parte visible de los demás.

Y comencé a escribir en aquella antigua máquina. Mis dedos se hundían con presteza en cada letra y casi sin pensarlo, tecleé el primer párrafo. Pero a pesar de la rapidez con la que aporreé las teclas no pude continuar, cualquier cosa que dijera sobre la «tolerancia» me sonaba a dogma, a juicio sin labrar. La lupa desprendía a mi lado un brillo especial, me acordé de las palabras del Lunar y la dirigí hacia lo que acababa de expresar en el papel. Con gran sorpresa descubrí como unas letras doradas, de trazo muy antiguo, se iban formando y se unían para dejarme este mensaje:

«Algo que los humanos habéis arrinconado, que ya no queréis usar… darle otra oportunidad, es un primer paso. Mira lo que nunca has visto o no te atreviste a ver, aunque lo hayas intuido… Somos espejos, nos vemos reflejados en los demás; no nos hace falta ampliar nada para saber cómo es el otro…».

Enfoqué con la lente a mi perrillo que dormía en mi regazo. A pesar de su miedo y de que un extraño objeto, que nunca antes había visto, me deformaba y agrandaba un ojo de manera muy inquietante para él, empezó a mover su rabito y, por primera vez, me sonreía sin ningún tipo de aprensión que le impidiera hacerlo o lo alejara de mi. Aparté la lupa, Mike dormía con placidez igual que hacía unos minutos antes. En ese mismo instante comprendí que era algo que siempre me iba a dar sobrevolando su miedo a todo lo diferente y desconocido.

Encendí mi portátil y abrí el correo. Para: «señorLunar@lunamail.com». Asunto: «Gracias» Mensaje: «Le envío toda mi gratitud por estos tesoros lunares. Funcionan a las mil maravillas. La magia de los dos me ha ayudado a comprender una importante cuestión sobre la que no me atrevía a pronunciarme. Prometo volver a su tienda Lunar…»

Mar SolanaMar Solana
Blog de la autora

Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Palabras desde mi luna”
marsolana@canal-literatura.com

6 comentarios:

  1. Bueno amiga, ahora ya entiendo por qué cuando escribes, indicas siempre al final: Mar, «desde mi luna» y es por honor y agradecimiento a ese hombrecillo de la tienda que te aconsejó llevarte ese regalo útil por partida doble.
    Pienso que a todos no nos vendría mal (yo me incluyo el primero) un regalito de esos para ver a través de él, el reflejo de esa alma ajena distante y no ir nunca como siempre vamos, desbocados y a la defensiva del todo y ante todo.
    Así y porque de una misma escritura, – esa fuente de información que acerca al lector- puede haber diferentes opiniones, referiéndome en este caso a esa «tolerancia» que tú muy bien has reseñado, pienso que es muy importante saber escuchar e intentar comprender y en el diálogo siempre está el secreto.

    Ya te lo dije y te lo diré siempre Mar, tu escritura además de ser exquisita en riqueza de palabra, lo es también en expresión y además lleva inscrito siempre en el sobre, un mensaje que acompaña a la reflexión.

    Me ha encantado, como todas tus entradas. Te envío un abrazo.

    • Hola, chavalote:

      Sí, en mi Luna existen estos curiosos lugares con tan mágicos artilugios 😉 La Luna (la de cada mujer) es un lugar muy especial si sabemos descubrirla con el ánimo y los ojos apropiados… Y a mi, ¿sabes lo que me encanta? tus siempre cálidos, sutiles y cercanos comentarios, amigo. Mil, no, ¡millones de gracias!!

  2. Mar, ¿qué puedo decirte? Algunos entendemos que a veces las palabras se quedan irremediablemente pobres para reflejar el sentimiento generado ante, por ejemplo, una dedicatoria como la tuya.
    La he leído, la he guardado y la conservaré en mi memoria, porque ni querré ni podré olvidarla.
    Y el texto, lo importante, no tiene una sola letra de desperdicio. Me parece una feliz aleación de fantasía y magia escritas.
    Gracias.

    • Querido Atticus:

      Las dedicatorias me salen del corazón cuando me siento ‘ayudada’ o apoyada por alguien que ama las letras y las cosecha con tanto mimo como yo…

      Este texto (algo rocambolesco 😉 ) está terminado por la gracia de una oportuna llamada telefónica… momentos antes me debatía, pesarosa, entre las telarañas del pasado y de algunas palabras enredadas en el pegajoso hilo del otoño…

      Gracias a ti.

      Con amigos como vosotros, ¿qué puedo decir yo?? 🙂

  3. Es un relato encantador, imaginativo y sugerente. Hay detrás de él muchas letras escritas y sobre todo leídas, que que es lo que hacen posibles, relatos como éste.
    Me gusta mucho.

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