¿Sueñan los ciber-vampiros con margaritas electrónicas?
Dos semanas antes, las pupilas vivarachas de su hermana irradiaban una chispa especial. Recordaban al añil marino en un atardecer estival cargado de promesas.
«Por favor, avíseme si hay algún cambio. Aquí puede localizarme». Le entregó una nota adhesiva con varios números. La enfermera de guardia asintió sin decir una sola palabra, con un gesto monocorde, quizás el que corresponde cuando las personas a su cargo pasan a ser números, informes o expedientes. Elisa acercó sus labios a la mejilla trémula de Marta y se despidió de su mirada exangüe, perdida entre los resquicios de algún meandro ignoto…
Unos años nadando por las aguas de Internet, igual que una anguila en el desove, rápida, discreta y fluida, habían conducido a Marta hacia otros peces. Solo con dos mantenía un contacto más continuo y privado por correo electrónico, y de vez en cuando quedaban para hacer unas risas con cervezas bien frías y calamares a la romana. No eran amistades imprescindibles, pero lo pasaba bien en su compañía. Tampoco esa gente dio muestras de algo más comprometido que el buen rato. Marta se movía con extrema cautela y procuraba no implicarse demasiado. Su alma era un jardín y sus sentimientos las flores que debía regar, abonar, desparasitar de malas hierbas y exponer a la tibia luz del sol. No se fiaba de las redes sociales y usaba el Twitter, ese ciber entramado con nombre de baile, para lo imprescindible, como las señales de humo de los indios o los mensajes cortos del móvil. Llevaba algún tiempo acariciando la idea de abrir una página web, algo más interactivo, pero no quería restarse espacio en atenderlo. Navegaba feliz por algunos foros y compartía pareceres sin importancia en variados chats; eso daba menos trabajo. Había elegido un alias para preservar su intimidad, un ramo de trece exultantes e impolutas margaritas blancas y un nombre para rubricarlas, Margot 13.
Una tarde, durante una de sus sesiones de chat, entró alguien apodado GerardoVate. Estuvieron algunos días intercambiando frases hueras, frívolas y prosaicas en aquel curioso ciber rincón o grupo de «chat de cocina al punto». «Que si la tortilla sale más jugosa si añades un poco de leche…», «que si puede ser de cereales porque no tolero la de vaca…»; y así, entre ingredientes, ruidos de tripas vacías y profusas salivaciones iniciaron su contacto Margot 13 y GerardoVate.
Al cabo de una semana, encontraron un lugar más privado para chatear e intimaron como en una primera cita. Las palabras se deslizaban, ágiles y aromáticas, igual que un buen trago de vino por el gollete y cada frase era un espagueti enrollándose al tenedor. Encantados, disfrutaron de aquella novedad lo mismo que un par de adolescentes enamoradizos. Junto con un emoticono risueño, unas margaritas y un corazón latiendo, se pasaron sus direcciones de correo y así despidieron su primer encuentro virtual. Poco antes de meterse en la cama, Marta descubrió que tenía varios mensajes nuevos que titilaban en su bandeja de entrada, ventanitas que pedían ser abiertas en un ambiente viciado. ¡Todos de GerardoVate! Con el corazón al ritmo de un corretear infantil en una fiesta de cumpleaños, abrió el primero. Contenía un archivo adjunto y unas palabras: «Margot 13, me tienes encandilado, eres genial, me encuentro muy bien charlando contigo… Me gustas mucho, en serio…» Marta sonrió y se llevó ambas manos al pecho. Con la impaciencia de una niña abrió el archivo anexado, un simpático chimpancé le sonreía con una hilera de enormes dientes que asomaban por entre unos flácidos labios; el pobre animal hacía verdaderas piruetas para no dejar caer de sus peludas manazas un precioso ramo de margaritas blancas, el más bonito que jamás había visto Marta. Clicó en la ventana de indicadores y lo guardó con el símbolo de la chincheta roja, señalaba que era un correo especial. Abrió los otros dos mensajes, un romántico poema firmado por GerardoVate y la pintura de un amanecer en un sublime malecón. El otro, una imagen y unas palabras: «Para ir abriendo boca a lo que te espera, te envío una foto mía del verano pasado… Que sueñes con los angelitos, guapa. Hasta mañana, ¿quedamos en el mismo sitio a la misma hora?», acompañaba su firma un emoticono de amplia sonrisa que guiñaba un ojo de forma intermitente. Con dedos temblorosos clicó en la imagen adjunta, un tipo mejor formado y más macizo que las rocosas del Gran Cañón le dedicaba una inmaculada sonrisa detrás de una gran jarra de cerveza. Estaba sentado a la mesa de una terraza playera con el sugerente fondo de unas olas que se fundían en el límpido azul de un cielo marino. Marta dio un respingo, encima de la mesa, junto con un paquete de cigarrillos, reposaba un flamante ramo de… ¡trece margaritas blancas! Con el corazón a punto de atravesar sus costillas y pegar un brinco, guardó todos los correos de GerardoVate y los marcó con sendas chinchetas rojas. Cerró el programa de correo, apagó su sesión y desconectó el ordenador. Fue a la cocina y se preparó una tila. Mientras la tisana reposaba, se cepilló los dientes sin olvidar ni una sola de sus abluciones nocturnas. Se metió en un pijama dos tallas más grande que ella, le gustaba sentirse cómoda y holgada en la cama. Se bebió a ruidosos sorbos la infusión, retiró la sábana y se tumbó encima de varias almohadas con su novela.
Marta no recordaba cuánto tiempo estuvo leyendo el mismo párrafo, ni las veces que se colocó las gafas sobre su diminuta nariz o cuántas se rascó compulsivamente el muslo derecho, siempre le ardía cuando estaba nerviosa. Se levantó y conectó su portátil. Primero probó a enviar un correo de respuesta a GerardoVate, «Hola, hola; me preguntaba, vaya, quería saber si sigues conectado a esta infernal maquinita, je, je, je… Te envío trece margaritas y un beso en cada pétalo.» Escogió un emoticono tímido, un corazón y firmó. Después se conectó al chat donde solían reunirse, todo parecía dormido, ninguna lucecita destellaba. Para hacer tiempo, navegó un rato por internet sin quitar los ojos del semáforo del chat y de la bandeja de entrada de su correo. «Ranking de los hombres más guapos de Australia… Consejos para una primera cita después del divorcio… Palabras clave para seducirle de la A a la Z…», los dedos tamborileaban sin control encima del teclado y nada nuevo sucedía. Y de pronto, cuando había decidido tirar la toalla y meterse en la cama otra vez, un sobrecito amarillo parpadeó en la pantalla, ¡GerardoVate! «Hola, guapísima; ¿qué haces despierta a estas horas? ¡Vamos a nuestro nidito, nena!» De la emoción, Marta casi apaga el ordenador en lugar de conectarse al chat. Sí, la deseada lucecita verde ya resplandecía para ella y era música celestial.
Toda la noche intercambiando preguntas, respuestas, palabras, emoticonos y ruiditos. Marta le envió una imagen suya reciente, con una compañera de la oficina; no era fotogénica, pero en esa instantánea que inmortalizó su iPhone se encontraba muy mona. Aquella noche fue única e inolvidable. Llegó al trabajo con unas sospechosas manchas violáceas debajo de los ojos que se difuminaban con la amplitud de su sonrisa. «Qué, ‘Marti’, una noche movidita, ¿eh?», le dijo con un guiño su compañera Almudena, la de la foto. Y tras esa velada de ciber pasión llegaron otras, y otras, y otras… No comía, no dormía y apenas dedicaba tiempo a su higiene personal o a limpiar la casa. Con diez kilos menos, unas ojeras que le llegaban a la barbilla y dos graves amonestaciones de su jefe, Marta transitaba por el mundo de los vivos como un fantasma; su única obsesión era conectarse a un ordenador para estar con el ciber poeta. GerardoVate le enviaba poemas, le adjuntaba videos de crecimiento personal y le hacía collages con fotos divertidas. Además, le escribía auténticos prodigios que eran pura poesía: no se cansaba de repetirle lo valiosa y estupenda que era para él, que tenía el alma igual de profunda que una sima celestial, que era única entre un millón y que no había nadie igual que Margot 13, ni en la red, ni en el mundo entero, etc. Elisa fue a hablar con ella varias veces cuando estaban a punto de despedirla, su hermana solo consiguió un portazo en las narices. A pesar de las mentiras de su compañera Almudena para encubrirla, al final, la echaron sin remedio. Y Marta lloraba y reía al tiempo, con el dinero que tenía ahorrado y la asignación del paro podría dedicarle más tiempo al poeta, su mundo, el único motor que le impulsaba a seguir.
Faltaba poco menos de un día para conocerse en persona. Marta decidió enviar un ramo de margaritas electrónicas a su amor, el más bonito que encontrara en Internet. Abrió el navegador, y tecleó en el Google: «margaritas electrónicas». Delante de ella se desplegó una pantalla con infinitas posibilidades: imágenes, webs, enlaces, blogs, todo un ciber mundo floral en la red al alcance de un simple «click». De pronto, algo le cortó el aliento y transformó su rostro en una mueca lechosa; había una imagen…, ¡sí!, ¡era la misma foto de Gerardo en la playa con el ramo de margaritas! Pinchó encima de ella y leyó: «El modelo americano, Steve… pasa sus vacaciones al sol de Miami con…», no pudo leer más, una bocanada de rabia le agitó unas antiguas náuseas. Con los ojos llenos de lágrimas descubrió un enlace: «https://margaritaselectronicas.blogspot.com.es», lo activó y apareció un blog con una cabecera llena de margaritas blancas flotando sobre un frío y detenido fondo negro, «qué casualidad, yo quería crear una web parecida…». Abrió el perfil y… ¡allí estaba, el blog del magnífico GerardoVate con casi cien comentarios por entrada! Marta se detuvo y pensó por un momento si quería seguir con aquello, al fin y al cabo, ya había averiguado bastante. Se enjugó las lágrimas, enderezó la postura y respiró hondo. Todo lo que le desvelara aquel maldito espacio del diablo le iba a hacer mucho daño, pero resolvió ir más allá; sentía que ese tipo había pisoteado sus flores, hasta la más pequeña e insignificante. Desplegó los comentarios, casi todos eran de mujeres. La lista era extensa y todas, sin distinción, inundaban aquellos cuadraditos con frases maravillosas que permanecían sin respuesta, palabras huérfanas suspendidas en un extraño limbo virtual. Clicó en los «nicks» de algunas de ellas y desde cada perfil visitó sus variadísimos blogs: literatura, cocina, croché, animales, reflexiones ramplonas, fotos familiares, etc. y allí, delante de sus ojos, apareció lo que tanto sospechaba. La gran mayoría de palabras, expresiones, enlaces y emoticonos que le dedicó a ella inundaban las respuestas para sus amantes y fieles seguidoras. Todas eran profundas, bellas, extraordinarias, e inteligentes como Marta y, por supuesto, las amaba y se sentía muy cerca de ellas, a pesar de los bits que se interponían. Marta ignoraba hasta que punto, cada una de esas mujeres, se creería la única para un tipo que necesitaba un numeroso público femenino que le alabara sus virtudes todos los días. Y lo mejor de todo, ¡le había copiado el alias a Marta! Su nombre, GerardoVate, se desplegaba junto a una foto de trece radiantes margaritas blancas.
Pese a todo lo que había averiguado de aquel mequetrefe embustero, Marta decidió acudir a la cita al día siguiente. Le intrigaba su físico, le apetecía conocer cómo sería la catadura de un personaje que envía fotos de modelos americanos en lugar de las suyas. Quería decirle, mirándolo a los ojos, qué narices sacaba él de toda aquella cínica maraña, dónde se escondía la gracia.
Dos horas antes del encuentro, se aseó y arregló sin apenas estímulo. Llegó puntual a la cafetería y se sentó a la mesa que GerardoVate le había indicado por correo: cerca del ventanal, la última, a la derecha de la puerta de entrada. Acordaron aquel lugar porque él ya lo conocía. Ambos llevarían un ejemplar del último súper ventas: «Más allá de la red… estoy yo», los llamativos colores del arcoíris de la portada eran inconfundibles. Pidió un cappuccino. GerardoVate no aparecía. Marta sospechaba que ese individuó iba a dar su último campanazo y que el badajo le dejaría sorda. Sintió una punzada en el estómago, no estaba nerviosa; sin embargo, presentía que se avecinaba algo de un calibre muy regular y pensó en largarse. Una mujer entrada en años y en carnes, sentada en un taburete cerca de la barra, no le había quitado el ojo de encima desde que llegó. De pronto, Marta se quedó lívida, sin respiración; aquella señora con aspecto de pincho de aceituna se acercaba con un ejemplar de «Más allá de la red… estoy yo». Le sonreía, complaciente. Cuando estuvo frente a ella, Marta pudo comprobar que le faltaban algunos dientes y que en su mirada, enfrascada en un par de ojuelos grises del tamaño de una canica, se ocultaba esa torva picardía que ostentan los duendecillos de los cuentos con peor mala leche. «Vaya, Margot 13, eres mucho más bonita in person…». Marta se levantó de un brinco y la mitad de su cappuccino se desparramó por los aires. Salió corriendo de allí como alma que lleva el diablo y con la risilla de gnomo de la susodicha agitándose en su memoria como un eco siniestro.
Elisa encontró a su hermana a tiempo para un lavado de estómago urgente. Había sufrido algo similar a un shock anafiláctico. Y aunque Marta vomitó los barbitúricos, el brillo de sus ojos y la poca coherencia que aún le quedaba, nunca pudo deshacerse del resto. Todo en ella se paralizó, se contuvo, igual que un pequeño caudal de agua que ha extraviado su curso en el río y se estalla una y otra vez contra el mismo guijarro.
Blog de la autora
Foto: © Mar Solana.
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Palabras desde mi luna”
Gracias, Mar, por regalarnos otra de tus maravillas. El título que emulas mejora, con mucho, el original. El mundo de Internet es una nueva mina a explotar literariamente, en el mejor de los sentidos, y tú lo bordas con tu prosa. No he leído el último párrafo del relato; para mí, no hace falta.
Un abrazo.
Manuel, las gracias os las doy yo a vosotros, mis queridos lectores. Si además son sensibles y buenos escritores, como tú, compañero, ¡miel sobre hojuelas! 😉
Un fuerte abrazo.
Un recorrido en forma de cuento, con más coherencia y realidad que muchos artículos de opinión, sobre los peores agujeros de los sueños cibernéticos.
No le vendría mal una leidita a más de uno y de dos.
Directo al mentón, Mar.
El problema, con foto o sin ella, es que nuestra mente recrea mucho más según nuestras expectativas que las que realmente expresan las palabras que se leen. Y con eso juegan los «ciber-vampiros», con la mente y los deseos del otro. En el caso de la protagonista de este cuento, no es tan solo la decepción de un engaño, por otro lado común en los chat, sino que se han puesto en juego sus deseos más íntimos y personales creando una deuda afectiva irrecuperable… consigo misma.
Como dice Atticus, algunos deberían leerlo con atención y poner más cuidado con los propios sueños cibernéticos que no tienen base tangible o real.
Ya me gustó este cuento en su versión mini.
Un abrazo Mar.
.
¡Pedazo tertulia de lujo tenemos por aquí! 😉
Halagada me siento con vuestra lectura y vuestras palabras. Muchísimas gracias, Atticus y brujapiruja.
Me viene a la memoria Borges:
«Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma,
y uno aprende que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad;
y uno empieza a aprender…
que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas
y uno empieza a aceptar
sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos;
y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes…
Y los futuros tienen una forma
de caerse en la mitad
y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.
Así es que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien
le traiga flores.
Y uno aprende que realmente
puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
uno aprende y aprende…
Y, con cada día, uno
aprende…»
Trás algunos chascos iniciales como, supongo, hemos vivido todos, tengo la suerte de haber conocido a personas de talla XXL precisamente en este Café. Personas con las que tengo ganas de volver a compartir más guiños, cervezas y terracitas junto al mar o la Gran Vía 😀