108- Alma de carrusel. Por Dies Irae
- 21 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, carrusel, plastilina, relatos
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Hoy hace justo un año, papá le regaló por su cumpleaños la caja de plastilina con piezas de todos los colores. Ahora falta el rojo. Ángel toma otra pieza, ya no importa el color, y la aprieta entre los dedos.
Cuando terminaron de comer juntos la tarta, retiró el resto de los libros y juguetes, rompió el celofán transparente y empezó a amasar las piezas de colores. Se levantó y cerró la puerta para no distraerse con las voces de papá y mamá en la cocina, medio ahogadas por los goles cantados del Carrusel Deportivo. Ángel creía que los partidos de fútbol en la radio eran la afición favorita de papá y mamá. La plastilina roja se le amansó en las manos hasta ser traspasada y sintió el filo de las uñas rasgando el dibujo frágil de su vida. Tiró la caja al suelo y aplastó las piezas a golpes con los pequeños puños cerrados. El último sonó como un chasquido de madera o huesos, pero él no sintió dolor. Luego escuchó el ruido de la puerta de entrada y se asomó a la cocina sin hacer ruido. Papá no estaba, mamá estaba sentada, de espaldas, escuchando el partido de la jornada. Sin volverse, lo mandó a su cuarto con su voz de palomas temblorosas.
Volvió al comedor y recogió con esmero los pegotes de colores adheridos en las baldosas frías, raspando con la uña las junturas. Luego modeló un corazón de plastilina, grande, rojo, con ojos verdes y sonrisa amarilla y lo dejó sobre la mesa. Llevó a su cuarto los regalos, se puso el pijama, hizo pis, se lavó las manos y los dientes, apagó la luz y se acostó.
Se durmió pensando en que, después del verano, el tiempo se convertía en un reloj de arena al que le engordaba la cintura casi hasta desaparecer. Empezaba el colegio, pasaba su cumpleaños y, antes de darse cuenta, caían las hojas de los plataneros, volvían las bufandas al armario y tenía que ir al cementerio. Ángel odiaba la espesa altura de los cipreses, la linealidad de las lápidas y el miedo atroz a leer los nombres inscritos en ellas, y no quería otra Navidad sin mamá, de visitas al hospital, de sabor a sangre o vómito que le subía por el esófago cuando veía al médico que no había sabido salvar a su hermanito. No quería otra Navidad cenando solos y en silencio, papá corriendo los muebles, montando la pista de carreras en el salón, antes de decirle que no se acostase tarde y encerrarse en el dormitorio. Ella había vuelto a casa en Reyes: le abrazó tan fuerte que le hizo daño. Entonces tuvo la pista de carreras y un tren eléctrico, pero los muebles del salón volvieron a su sitio y le obligaron a montarlos en su cuarto y a tener la puerta cerrada porque el ruido de los motores les molestaba. Era cierto que los de sus coches de carreras sonaban casi como los de verdad cuando los veía en la tele con papá. Le gustaba ver las carreras con papá, ese ballet de ruedas y alerones, el trazado perfecto de las curvas, aunque cerraba los ojos si había un accidente. No le gustaban los accidentes, le daba miedo la sangre. Incluso le asustaba la escayola de mamá cuando se rompió el brazo en marzo, justo antes de Semana Santa, en una caída al bajar del autobús, qué tonta, le parecía una excrecencia fantasmal y obscena.
Por eso había pasado la Semana Santa en casa de los abuelos, asomado al balcón desde donde, un atardecer, vio pasar a un Jesús ensangrentado y sufriente, las llagas en carne viva, las espinas clavadas en su frente y la espalda con las heridas sinuosas de los látigos. Y detrás de él, a María derramando lágrimas como perlas blancas, acompañados por un retumbar monótono pero creciente de tambores. Ángel envidió el resplandor de las corazas y espadas que llevaban los romanos. Cuando terminó la procesión, buscó el cuchillo grande que el abuelo usaba para cortar cecina y lo escondió bajo su almohada. Pero antes del verano, y de las vacaciones, mamá encontró el cuchillo, se lo devolvió al abuelo y lo mandó castigado a su cuarto. Luego le llamó para la cena y lo abrazó y le hizo prometer que no iba a volver a hacerlo nunca más.
Al terminar el curso, pasaron a despedirse de los abuelos antes de partir hacia quince días de apartamento alquilado con derecho a aire acondicionado y vistas al mar. Quince días de piel quemándose capa tras capa en los que mamá hace la compra y guisa y limpia el apartamento, mientras papá le vigila desde la sombra del chiringuito, la misma canción machacona de cada verano, el mismo suelo de cabezas de gamba y manchas de cerveza. Ángel se mete en el agua apenas hasta mojarse el pequeño bañador rojo porque no sabe nadar y le dan miedo las ridículas olas llenas de algas con su espuma blanquecina y pegajosa.
Fue el último día de vacaciones y la ciudad parecía asfixiarse. Había vuelto de la playa intentando que el ruido del motor no ahogase el recuerdo rumoroso de las mareas, sin querer ver en el retrovisor la mirada de papá concentrada en el horizonte bajo el ceño fruncido, ni el levísimo temblor de los hombros de mamá. Ahora ella había tendido la ropa y, mientras la lavadora emprendía otro runrún monótono, preparaba la plancha. Un sol que silenciaba los cantos de los jilgueros y una brisa de desiertos sin arena secaban tan deprisa las sábanas y las toallas que quedaban rígidas y apelmazadas. Papá sudaba en el sofá, bebiendo cerveza helada para no pensar en la vuelta al trabajo, ante el televisor encendido y un ventilador que removía el aire espeso. Él estaba tumbado bocabajo sobre su cama, en calzoncillos, perdido en un país desconocido donde cada lago escondía un secreto que sólo podría descifrar la mujer más hermosa. De vez en cuando movía las piernas, buscando un poco de frescura en la colcha de ganchillo. Escuchó un ronquido de papá y vio pasar a mamá por delante de la puerta de su cuarto, cargada con la bandeja de mimbre trenzado, llena de ropa para planchar, y el cardenal en su pómulo derecho, tintado de violetas, azules y amarillos hacia el arco del ojo. Idéntico al de las costillas que vislumbró cuando, después de bañarle, se agachó a recoger del suelo una toalla, el del golpe contra la puerta del armario, precisamente el día dela Madre, qué torpe. Parecido, quizá un poco más azulado, que el de las vacaciones, mira que tropezarse con las maletas que ella misma alineaba en el pasillo la noche antes de irse, qué tonta, y que le obligó a ir de manga larga cuando, en la playa, salían del apartamento al anochecer a comerse la brisa fresca de las estrellas y ver la luna rota en el reflejo del mar. Los púrpuras, quizá, menos vivos que los que sobresalían del borde de la escayola de Semana Santa. El cerco amarillo no tan verdoso como el que le quedó en la tripa en Reyes, los Reyes anteriores, después de haber perdido a su hermanito porque se le enganchó el tacón en la escalera mecánica y se pegó contra la barandilla, pero qué tonta. Los últimos Reyes se había partido el labio contra un grifo del baño, limpiando la bañera. Hay que ser torpe y tonta. Éste del ojo, piensa mientras vuelve al libro, no sabe cómo se lo ha hecho, pero papá le gritaba “eres tonta” por encima de los goles del partido de la jornada del Carrusel Deportivo de la Cadena Ser. Aunque hubiera terminado la liga siempre había goles y Carrusel Deportivo en la radio, incluso el último día de playa.
Ángel, hoy, toma un trozo de plastilina, de cualquiera de los colores de un cardenal excepto el rojo, porque rojo no queda: hay blanco, amarillo, verde, marrón, azul, negro. Toma uno cualquiera, sin fijarse, lo amasa entre los dedos y recuerda que escuchó el ronquido de papá. También recuerda, vagamente, algo como un rugido sofocado, un gemido de esfuerzo. Apenas nada más que ese suspiro, jadeo, grito ahogado, exhalación, vida o muerte saliendo violentamente de los pulmones, los pulmones de papá, de mamá, los suyos, no puede recordarlo. Sólo ese sonido de viento en una gruta, que no sabe si fue como de morir o como de matar, nada más desde que oyó el ronquido desde su cuarto hasta que vio a papá en el salón, que se había deslizado hasta el suelo, con el cuchillo del abuelo clavado en el pecho y los ojos cerrados y la boca abierta como cuando dormía, y la sangre ya espesa escurriendo de la herida. Sin embargo, recuerda algo más claramente haber visto a mamá limpiar el mango con un paño de cocina y apretar luego la palma de su mano aferrándolo, sin importarle que el delantal y sus rodillas se empapasen en la marea que se extendía, muy despacio, sobre las baldosas. A partir de ahí recuerda todo. Recuerda perfectamente que pensó en la sangre viscosa y caliente y el suelo fresco y sus pies descalzos. Recuerda que sobre la camiseta blanca de tirantes se secaba deprisa la sangre, mostrando todos los tonos del rojo, casi anaranjado al lado del cuchillo, casi negro ya el borde del dibujo confuso, indescifrable, hipnótico, y, entre ellos, el rojo rojo, rojo plastilina, como los regueros que bajaban de la nariz de mamá el día del último cumpleaños de Ángel, cuando en el Carrusel Deportivo cantaban gol y ella se tropezó con la silla de la cocina, qué tonta, y cuando se asomó la vio reflejada en el cristal de la puerta del tendedor como en un espejo sobre la noche negra del patio de luces, los regueros de sangre más seca escurriendo por el canal misterioso de sus pechos, la silla con un brote de astillas o de huesos al aire, como un crecimiento espontáneo y sorprendentemente blanco, pero ahora sabe que el balón no tiene en su alma de carrusel los labios partidos.
Ángel está haciendo el último curso de primaria en la escuela del pueblo de los abuelos y luego, ya veremos, dicen. A veces hablan del abogado, de un recurso, defensa propia, dicen. Una vez al mes le dejan visitar a mamá y ella le cuenta que cada noche besa el corazón rojo de plastilina que tiene apoyado en la pared, sobre la mesita.
¡Todo aclarado!
Entono el «mea culpa» por no haber mirado ayer mi correo. Los robots hicieron su trabajo fenomenalmente bien y nos han puesto en contacto tal y como lo habíamos solicitado. Muchas gracias.
«Tout est bien si finit bien».
Bisous!
Me parece cher Edgar, que vous devez, par conséquent, venez profiter des plaisirs éphémères de cette vie. Más fácil será encontrarnos allí, rodeados de pecadores, que en los desiertos virtuales donde quizá, una letra arrastrada por el samûn, ese viento con acentos circunflejos como anzuelos, impide el contacto, la visión, e incluso que las voces se alcancen.
Y después de esta tontería, te diré que los robots cumplieron su función ayer y tu requerimiento fue contestado con mi verborragia habitual a la dirección entregada, justo cuando el sol se hallaba en su cénit. Si tu extrañeza no es un despiste, algo ha ido mal. Quizá los robots puedan comprobar los datos o rehacer el camino en sentido contrario, ya que yo también lo autoricé expresa y públicamente en su día (el 27 de febrero, concretamente).
Y si no, siempre puedes revisitar (au fond, como decía el conductor del bus del Bois de Boulogne) la carta a la figlia del capo que Canal Literatura reprodujo en su blog al desenmascararme. Digo, que va a ser esto más difícil que seguir la pista de un francesito insolente reconvertido en espíritu puro canadiense…
Y hoy no hay más músicas, o tendré que evocar a mi seudónimo si esto definitivamente no funciona.
Bisous!!
He intentado subir los primeros peldaños de esa magnífica «escalera al cielo» pero tropecé y caí escalera abajo. Y tengo la impresión de que he bajado muchas más escaleras de las que subí. Ahora me encuentro en una especie de sótano impregnado de un cierto olor a azufre quemado. No sé, no sé…
Hay algo en el lugar que me resulta familiar. Y escucho voces, risas, cánticos y alguna que otra música sicodélica.
Me levanto y me dirijo presto hacia el lugar de donde proviene todo. Un fuerte destello rojizo me ciega por un instante, pero cuando vuelvo a abrir los ojos veo un gran letrero destelleante que anuncia en varios idiomas -sólo escribiré uno que es muy apropiado para la ocasión-:
«Vous êtes arrivés aux portes de l´enfer. Soyez les bienvenus. Veuillez entrer et profitez des plaisirs éphémères de cette vie».
¿Qué te parece chère Comtesse?
Gracias por la sublime música y los bellos textos de los Led Zeppelin. Siempre es una gozada escucharles.
Yo también tengo la impresión de que «notre chère Ángela» no se encuentra del todo cómoda en sus nuevos aposentos.
La verdad es que nunca será igual que en la vieja bodega. Aquello sí que era un ambientazo único, pero en fin, «c´est la vie».
Por cierto, hace ya algún tiempo que envié un correo a la organización solicitando que me pusieran en contacto con vosotras, pero hasta ahora no he tenido respuesta. En el mismo correo también les autorizaba a que facilitasen el mío a los concursantes u otras personas que así lo solicitaran. No sé si hay que esperar hasta después de la entrega de premios. Espero que podamos ponernos en contacto.
¿Piensas ir a la ceremonia?
Por eso aún navego yo por esos mares de Dios sin encontrar el rumbo. Mientras tanto, seguiré remando al compás de las dulces notas de una música que proviene de un inmenso océano de arena:
http://www.youtube.com/watch?v=GK6H4mZK9Rw
Bonne nuit, bonne semaine et…à bientôt
«Vous
Leo, cher Edgar, que El bosque encantado muere, debido a una enfermedad que acabará con los cedros (o tuyas) gigantes. Algo que quizá sea natural, como todo el proceso de la vida y la muerte, como la grafiosis que ahora afecta aquí a los olmos (y que ya ocurrió en el Holoceno), o quizá provocado por la intervención humana, desgraciadamente. Aunque también el hombre puede contribuir a la lucha contra la plaga que le afecta y evitar su desaparición.
Habrá, pues, que cantarlo/contarlo en historias como ésta, igual que los algonquinos que sobreviven en las reservas intentan preservar su historia, su cultura y sus leyendas. Nunca volverá a ser lo mismo, por supuesto; pero que sea ley de vida no significa que no tengamos que luchar contra las injusticias que se han cometido -y se siguen cometiendo- contra los seres más vulnerables.
Y mientras haya alguien que se deje encantar por la música, por la palabra, por la imagen… Mientras haya quien, leyendo, escuchando o mirando, se sienta transportado a un bosque mágico a la orilla de un lago muy, muy lejano… Mientras haya una persona, una sola persona, que transmita a un niño la leyenda del ratón que buceaba en la tierra para darle a un dios el barro con que crear el mundo, esa cultura, esa historia, esa música, no morirán, Edgar.
Podemos, pese a todo, intentar transmitir y que no se pierdan algunos valores… Y espero que nuestras palabras, en el fondo, siempre busquen eso. En esa magia creo (en la de contar, cantar no es lo mío), y por eso ha sido un placer seguir tus pasos. Pero te queda el trabajo duro… ya sabes. Quiero ese libro dedicado, insisto… Más pronto que tarde.
La reverberación del sol en el lago hará cerrar los ojos a un lector futuro, y el viento soplará entre los nuevos y jóvenes cedros, obligándoles a retorcerse en formas fantasmales; Ahuntsic y Margueritte revivirán una y otra vez. Pero nosotros lo cerramos aquí, pues se acaba el tiempo de las charlas tranquilas al calor de chimeneas virtuales. Espero que hayas puesto en el buen rumbo la proa de tu canoa de corteza, mon ami.
Tus canciones siguen sonando aquí, por si te pierdes, y alguna otra en la que volveremos a coincidir, casi seguro; gracias por letras tan preciosas también en la música.
Bonne nuit, et… J’espère, à bientôt!
Chère amie:
Imagínate un lugar donde se respira paz y sobre todo armonía con la madre naturaleza, la «pacha mama» que tanto ha sido ultrajada por el hombre «civilizado» en nombre de un falso progreso. Pues bien, esa armonía y ese respeto por la naturaleza es lo que siempre llamó la atención de nuestro gran poeta y antropólogo, hasta el punto de integrarse por completo en aquella cultura tan sabia. La magia del lugar hizo el resto.
Yo también quedé hechizado cuando visité «el bosque encantado», más de doscientos años después de que lo hiciera el gran aventurero y más de cien desde que lo hicieses tú, Marguerite de Belleforêt.
La diferencia con ellos es que yo tuve un contacto muy diferente al que tuvieron ellos con los autóctonos. Sólo visité una reserva algonquina, aunque eso sí, pude hablar con un autóctono algonquino quien me puso al corriente de la vida actual de esa comunidad. Y te puedo decir que siento mucha tristeza cuando veo lo que han hecho con aquella cultura los países colonizadores. Se les ha confinado en reservas reduciéndoles cada vez más su territorio y privándoles de una libertad que siempre había sido clave en su existencia.
¿Y a esto se le llama «progreso»?
Fue a partir de ahí que empecé a interesarme realmente por la ancestral cultura amerindia de la que he aprendido tantas cosas.
Y hablando de lugares mágicos en plena armonía con la naturaleza, aquí te dejo dos bellísimas canciones que llegan al alma.
La primera, en francés, es de un gran músico y poeta del país vecino:
http://www.youtube.com/watch?v=NHvnmum5Yk0
Y la segunda, en inglés, es de uno de los más grandes guitarristas de blues de la historia (recientemente fallecido) e irlandés nacido en Belfast:
http://www.youtube.com/watch?v=Xx3yXUunEq8
En homenaje a los dos países de origen de nuestro gran poeta, antropólogo y aventurero. Espero que te gusten.
Bonne nuit, bisous et à bientôt
Se me había olvidado comentar la canción de Jaume Sisa,; ha sido una sorpresa, no la conocía y tu vuelves a sorprenderme: el video es una delicia y me ha recordado a lo que ha sido, durante estos meses, La vieja bodega.
Aparecen personajes que no nos han visitado, pero en las sombras chinescas del escenario estaba hasta el gato y, bajo el, como una llamarada, Lilitú. También han desfilado Silver el Largo (la cucaracha de Firmin)la condesa, la señorita Bennet, y personajes que se podrían identificar con los amigos que nos han visitado, Iri. Hay una fiesta que no podría ser más fiel a lo que yo he imaginado de las nuestras en la bodega.
Otra cosa que tengo que agradecerte, me pasaré por este video cuando me entre la morriña del certamen y de nuestro teatrillo.
Pues si, el Borgoña me sienta fatal…Prefiero los versos de los autores del otro certamen. Lastima no poder comentarlos, le he cogido el gusto a esto y tengo mono. Rayuela… Confieso que yo me llevaría, de Cortazar, Las Ménades; y si hay poco espacio en la maleta, tan solo el párrafo final.
Te cuento, ma chère marionnettiste historique, que aún no he llegado al final del relato.
El museo de Miguasha da para perderse durante horas admirando esas maravillas fosilizadas, acercándose a los misterios evolutivos, intentando comprender torpemente los movimientos de los continentes y las edades geológicas… pero finalmente cerré esa puerta tras de mí para dirigirme por los rápidos de la rivière des outaouais -más bien por sus orillas, que los deportes de riesgo no son mi fuerte- a Timiskaming. Durante ese camino también he descubierto la importancia que tendría la industria de la madera, su transporte utilizando el río (igual que hacen los nabateros del Sobrarbe aragonés) e historias de otros intrépidos aventureros y exploradores. Pero al acercarme a la región, sobrevolándola, mi atención se dirigió hacia el actual Lady Evelyn-Smoothwater Provincial Park. Y, gracias a las maravillosas herramientas de las que disfrutamos, he visto hermosas vistas de las aguas calmadas rodeadas de pinos, desde el amanecer brumoso hasta el ocaso que confunde el cielo y sus reflejos. También la flora, la fauna, las cataratas, los paseos en canoa… Sólo tras hartarme de agua y bosques, me di cuenta de que el lago Témiscamingue es el que marca el límite del actual distrito de ese nombre por el Este y no ninguno de los que visitaba en el parque atraida por sus nombres de cuento.
Vuelvo, pues, al sendero recto y me dispongo a explorar las orillas del lago Témiscamingue y ver si soy capaz de encontrar notre forêt enchantée particulier entre tanto bosque mágico, así como a sus habitantes et narrateurs de légendes.
Quizá inconscientemente posponga el final, pues como decía el poeta griego,
«…que tu camino sea largo
y rico en aventuras y descubrimientos.
…
que sean muchas las mañanas de verano,
cuando con placer y alegría
llegues a puertos nunca antes vistos».
No hay prisa, y es un placer refugiarse momentáneamente de otras penalidades, descansar y soñar. Luego volveremos a retomar la lucha con más fuerza.
Bisous, à bientôt et bonne soirée et semaine, cher Edgar.
No me seas susceptible, querida Ángela, que era una broma. El borgoña déjamelo a mí, que a ti te sienta fatal. O… ¿a ti no, sólo al Asesino?
Vamos a leer juntas ese capítulo de Rayuela a la bodega, o los poemas de los finalistas del premio de poesía (que he atisbado unas preciosidades), y olvídate de asuntos enojosos. Venga.
¡Pero bueno…¿Cuando te he reñido porque nos dejes cosas tuyas?! El uno que dice que le insulto, la otra que me llama Brutus…Don Juan que se larga. A ver, que me voy a dar al Borgoña y que sea lo que Dios quiera.
Ya sabes, Ángela, que a casa meva és casa vostra,
si és que hi ha casa d’algú.
http://www.youtube.com/watch?v=pdlvAvC4Tw4
Maravillosa canción y nadie puede decir que no es literaria. Pues eso, mi casa, a tu disposición. Pero no te preocupes, que tu nueva bodega va tomando ambiente. Ya iremos dejando también alguna lecturita (ajena, para que no me riñas con lo del protagonismo -¿también tú, Bruto, hijo mío?-).
Besicos…
¡Ostras! Me acabo de enterar por nuestra chère Ángela que además del de condesa también tienes el título de marquesa. ¡Mon Dieu de la France! Entonces tu tarjeta de visita quedaría así:
«Madame la Comtesse Cristina Marguerite Marquise de Belleforêt».
C´est sublime!
Parece ser que los robots me confiscaron la parte final de mi comentario de ayer (declaro solemnemente delante de notario que no escribí ningún comentario que pudiera ser considerado como soez, irrespetuoso, sacrílego, irreverente o pornoeróticofestivo. Ni tampoco intentaba pasar droga, alcohol o tabaco de contrabando en el doble fondo de mis palabras).
Je le jure!
Bueno, voy a intentarlo de nuevo:
Te decía que por suerte aún nos quedan estas páginas un día en blanco y que hemos ido esculpiendo a golpe de palabra.
Y también te decía que un día de éstos voy a coger mi canoa de corteza y voy a remar rumbo a ese puertecito tan acogedor del que nos has hablado. Resérvame un hueco (la canoa ocupa poco espacio) en el muelle destinado a los «chers collègues».
Por supuesto que esta epopeya histórica de ficción es tanto tuya como mía, faltaría más. No hubiera sido lo mismo sin tu participación tan activa. ¡Qué hubiera sido de mí sin Marguerite!
En cuanto a los futuros derechos de autor ya sabes:
fifty-fifty.
Miguasha (a no confundir con «mi guasa» ni con el «guasap» que tan de moda está en este momento) fue todo un descubrimiento para la época. Lo que pasa es que cuando los ingleses ganaron la guerra de los siete años (odiosas guerras), hicieron creer a todo el mundo que habían sido ellos los primeros en decubrir el yacimiento. ¡Mentira cochina! Es por eso que ni siquiera la Wiki hace la más mínima alusión a nuestro gran poeta y antropólogo. ¡Qué injusticia tan grande!
Como siempre, la historia la escriben los vencedores (así nos va).
¿Has tenido la ocasión de hacer una visita virtual al lugar denominado como «la forêt enchantée», mausoleo natural en donde se esparcieron las cenizas de nuestro aventurero?
Cuéntame.
Bonne soirée et bonne nuit. À bientôt.
Un gros câlin, con su âbracito de regalo
Genial la elección de la Jota de Despedida…¡Que paisaje, que toque en las patatas..que grande eres!
Ya estoy aquí otra vez. ¡Como me gusta el olor a humedad de éste vetusto palacio, querida marquesa! Muchas gracias por tu ayuda en el deshaucio; estoy adecentando el nuevo apartamento para la fiesta final…a no ser que prefieras montarla en el palacete y que me venga aquí con el gato (te echa de menos) Lilitu y la cucaracha…No se, es que aquello es demasiado bonito para mi, me da miedo manchar las cosas y luego, ese horrible video presidiendo, como en una reunión de cualquier consejo de administración, nuestras francachelas y cachondeos…me siento rara.
Piensatelo, que si no quieres, me quedo alli, pero la fiesta va a ser complicada, que en los hoteles siempre hay huéspedes que se quejan…Lo único que nos faltaba.
Un beso y de nuevo, gracias por tu ayuda.
¿Sabes algo de Don Juan?
¿Y? Qué suspense… ¿Se me habrá acabado también a mí el hueco para comentarios, dejándote la frase a medias?
Bueno, aparecerá el final de tu post antes que esto, pero aprovecho para decirte que ando atascada en el yacimiento de fósiles. Hay otra extraña historia, que me parece que no tiene que ver con la nuestra (tuya, pero la siento un poquito mía también), y que, para variar, me ha distraído. Además, qué curioso buscar en la Wiki Miguasha: Leo en inglés (qué infiel, pero es que entiendo un poquito más), sigo la pista… me despisto… vuelvo a Miguasha, leo en francés y ¡oh, sorpresa! ¿Qué tiene que ver, en cuanto a su descubrimiento, una versión con otra? Ya, ya sé que la Wiki no es la fuente más fiable del mundo, pero esto es lo que pasa a veces, incluso con otras mejores. En el proceso de documentarnos para un relato (o siguiendo el camino contrario, en este caso), además de distracciones, nos acechan toda clase de trampas. La desinformación, otra más de las lacras que nos hunden en la ignorancia y que tan arteramente utilizan los poderosos hoy día.
Al último mohicano, a Pocahontas y a Hiawatha, no te quedes corto.
Vuelvo luego, para saber el final de tu frase. Besico y un gros câlin (me gusta el câlin, con su acento circunflejo, como otro abracito pequeño de regalo).
Querida amiga Cristina Marguerite:
Merci beaucoup pour tes belles paroles. Je ne mérite pas un tel honneur.
Mes plus sincères condoléances pour la triste perte de ta tante Luz.
Seguro que «allí arriba» su luz resplandece más que nunca para regalarte muchos rayos de esperanza e inspirarte mil y una historias llenas de vida.
No me extraña que al escuchar «Dust in the wind» bajo la cálida «lumière de la Méditerranée», entre «une mer d´orangers et une autre mer bleue et profonde», el mágico instante haya perdurado en tí durante todos estos años.
Cada vez que escucho esta canción me sigue llegando al alma el mismo sentimiento mezcla de sosiego y de melancolía que la primera vez que la escuché. Y eso fue en mi etapa de estudiante en la facultad de Sociología de la Complutense.
De hecho, te tengo que confesar a este respecto que aunque me licencié en esta facultad nunca he ejercido de sociólogo (la verdad es que no somos un país de gran tradición sociológica. Si hubiera sido así otro gallo nos cantaría), pero me hubiese encantado ser antropólogo y seguir yo también los pasos de nuestro gran poeta, en esta vida o en otra anterior, da igual. A lo mejor en una próxima…
Me alegro que te haya gustado el final de nuestra gran epopeya histórica de ficción. Te prometo que si un día la desarrollo algo más y tengo la suerte de poder publicarla, tú serás la primera persona a quien se la dedicaré.
Le haremos la competencia al «Último mohicano».
Ayer me pasé por «la vieille cave» y había un gran ambiente como tú bien sabes. Lo curioso es que hoy he visto que mi comentario ha sido el último que se ha podido dejar allí.
Afortunadamente todavía nos queda la otra bodega de Ángela para poder tomarnos alguna que otra copa mientras charlamos un rato. Lo que no he podido recuperar son las botellas de orujo que fuí a buscar al apeadero expresamente para la ocasión. Espero que algún espíritu de los muchos que aún quedan en esa «vieille cave» se sirva y se eche algunos tragos a nuestra salud.
Y por suerte también nos quedan esas páginas que un día estaban en blanco y
Mi querida señorita, yo también me he llevado varios rapapolvos de los robots y, aún así, no aprendo. También se perdió mi respuesta.
Vamos a ver así: » Canal Literatura pondrá en contacto a los concursantes que lo soliciten como cada año, siempre que nuestros medios humanos lo permitan y previa autorización expresa de los interesados.»
Autorizo expresamente a Canal literatura a poner en contacto conmigo a los concursantes que lo soliciten, siempre que sus medios humanos lo permitan.
¿Así sí?
Besicos.