El globo y la nube. Por Mar solana


Amarillo y Naranja miraban boquiabiertos e impotentes como su hermano, el globo Violeta, se alejaba cada vez más deprisa hasta convertirse en un puntito apenas visible sobre el fondo celeste. La claridad de un día de primeros de junio permitió ver cómo un firmamento cristalino lo engullía sin piedad. “¡Papi… mami… se me escapó un globo!”, fue lo último que oyó Violeta flotando angustiado, antes de perderse en el azul de un cielo insondable.
Sintió mucho miedo y la sensación de haber perdido algo muy valioso: la ilusión de su niña, esa manecita temblorosa que minutos antes sujetaba su cordel con una sonrisa y la admiración más brillante que jamás viera Violeta en la mirada de un pequeño.
Mientras ascendía, no podía hacer otra cosa que dejarse llevar por una suave ráfaga de aire de carrillos regordetes que no paraban de soplar. Se acordó de sus hermanos y algunas lágrimas resbalaron por sus inflados mofletes como gotas de lluvia. Subir, subir…, apenas le quedaban fuerzas y se encontraba mareado. De pronto, algo blando detuvo su caótico vuelo. Rebotó y pudo ver como una densa capa blanca le sonreía… parecía una margarita gigante… ¿o era un tren? Algo desconcertante, desde luego. Si miraba durante un rato esa especie de humo blanco salido de una pipa gigante, podía ser muchas cosas, ¡hasta un globo!
─¡Hola, soy doña Nube! ¿Quién eres tú? ¡Me gusta tu color!─dijo atropelladamente al mismo tiempo que jugaba a propinarle pequeños empujoncitos a Violeta.
─Hum… soy un… globo…
─¡Eso ya lo veo, tonto! Eres el precioso globo de un niño, que una vez
más… ─exclamó mientras por la abertura de su gran sonrisa se colaban, traviesos, algunos rayos de Sol…─ ha dejado escapar ¿Cómo te llamas?
─Violeta…
─¡Claro! En el cielo decimos que el violeta es el color que nos ayuda a aprender más cosas y a hacernos mayores sin dejar de sonreír…Lo mismo te has soltado porque hay algo que debes…
─¿Soltado? ¿Yo? ¡Yo no me he soltado! Mi niña no me agarró bien y… ─dijo Violeta muy enfadado.
Cuando por fin consiguió recuperar la calma, le habló a doña Nube de sus hermanos, del puestito de globos donde había vivido, allí era inflado por las mañanas y desinflado por las noches. Hasta que fue escogido para hacer las delicias de otro pequeño. Lo demás ya lo sabía. Nube y Violeta se hicieron muy buenos amigos, los mejores. Nube acariciaba a Violeta con sus brazos de humo blanco protector y le contaba historias de águilas, gaviotas y cometas extraviadas como él. Violeta se dejaba querer y se balanceaba, sintiéndose a salvo de todo, en el fresco y denso regazo de Nube.
Pero un buen día, sucedió lo inevitable. Tormenta acechaba y Rayo dejó ver sus iracundas lenguas como cientos de culebrillas fugaces, estrepitosas y blanquecinas. Nube fue perdiendo densidad y se volvió gris. Sus brazos de humo blanco protector desaparecieron y por su sonrisa ya no se colaban los rayos de Sol; sólo se veían los inquietantes destellos de Rayo. El cielo se volvió una maraña gris y Violeta temblaba con cada retumbar; parecía como si un gigante muy enfadado, más allá del horizonte, estrellara sus palmas contra un tambor descomunal. De pronto, todo se volvió agua y viento. Violeta ya no sabía dónde estaba su amiga Nube y sus lágrimas se sumaron a las gotas que se precipitaban en fuertes sacudidas. Con cada envite que le daba la ferocidad de un viento huracanado, fue bajando a gran velocidad y casi sin darse cuenta se encontró flotando cerca de un caudaloso río. Se dejó mecer por el aire de aquel lugar algo más calmado y vio con alegría como de nuevo salía Sol. Su tibieza le hizo sentir una felicidad irreconocible, como si la tormenta se hubiera llevado también todos sus temores. Ahora todo era pleno, grandioso y mágico. Todo volvía a comenzar cuando parecía acabarse…
De repente, Violeta escuchó una voz familiar que salía de un recodo del río: “¡Eh, Violeta, mi globito querido,… ahora estoy aquí, con Agua, no he desaparecido! Algún día volveré a tener mis suaves brazos de algodón y podré ser lo que tú quieras. Y estarás conmigo, pase lo que pase…”. Eso fue lo último que oyó Violeta, dejándose balancear por la mayor de las dichas, cuando desapareció entre unas tupidas zarzas… Un ruido seco, rotundo… y todo se hizo Aire.
Violeta jamás volvió a ser un globo, pero estuvo siempre al lado de su gran amiga Nube ─tal y como ella misma le aventuró en sus últimas palabras de Agua que él escuchó con bravura de Aire renovado─.

(*) La pintura es de Fabián Margolis.


Mar Solana

Blog de la autora

3 comentarios:

  1. Mar, me he encantado el texto de tu relato. La forma tan expresiva e imaginaria con que das nombre y vida a todos esos objetos-personajes con nombres propios; tu profundidad de imaginación y de pensamiento, tan apta para niños como para adultos. Tus relatos, me recuerdan con añoranza, aquéllos libros de mi infancia y que en esos momentos inolvidables de la vida, te hacían pensar y soñar. Todavía hoy, aún conservo algunos de ellos, con sus tapas rotas, donde siempre había un sitio para el dibujo de una nube, un globo y la sonrisa o el llanto de un niño. Enhorabuena Mar. Un abrazo: Juan A Galisteo.

  2. ¡que entrañable y bonito el relato! La conversión de Violeta pudo haber sido dramática, pero todo se vuelve más agradable gracias a los que nos ayudan. Siempre es bueno tener amigos.
    Mis felicidades. Desarrollas perfectamente la paradoja.
    Saludos

  3. Muchas gracias por leer mi cuento, Juan y Mª Dolores, vuestros comentarios me enternecen 🙂

    Me siento inmensamente feliz de haberte traído un «cachito» tan hermoso de tu infancia, querido Juan.

    Muchos besos…

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