El secreto lenguaje de los restaurantes. Por Carmen Posadas

El secreto lenguaje de los restaurantes

El secreto lenguaje de los restaurantes. Carmen Posadas

Me encantan los extraños caminos que encuentra la seducción para lograr sus propósitos. Supongo que por eso soy tan sensible a las triquiñuelas –trampas, las llamarán algunos– de las que todos nos valemos para enamorar. Hay quien piensa que, cuanto más desposeídos de subterfugios estén, más fiables son los sentimientos. Yo, en cambio, creo que la seducción tiene mucho de encantamiento, de engaño. Hablemos, por ejemplo, de la primera cita: ¿cuánto es lo que una mujer observadora puede descubrir de su supuesto admirador y de sus secretas intenciones? Cuando yo me dedicaba al ligue, me divertía muchísimo descifrar los mensajes subliminales, esos que retratan a una persona más certeramente que toda la palabrería del mundo. No voy a hablarles de cómo leer el lenguaje corporal, tampoco de ninguna de esas tácticas de conocimiento que salen en los best sellers de psicología o en los libros de autoayuda, lo que quiero comentar hoy es un método propio para conocer a los hombres, uno al que podríamos llamar ‘el secreto lenguaje de los restaurantes’.
En mis tiempos de soltería desarrollé un juego de observación por el que lograba adivinar: a) la personalidad de mi acompañante; b) sus intenciones con respecto a servidora; c) algunos de sus esnobismos o inseguridades. ¿Creen que exagero? Rebobinemos hasta el momento en que la incipiente pareja entra al restaurante para que así sea más fácil explicar mi teoría. Hay que tener en cuenta que la primera vez que un hombre lleva a una chica a un restaurante es, casi con toda seguridad, la única ocasión en que no se guía por criterios gastronómicos ni económicos, es decir, no elige tal o cual local porque hagan el mejor marmitako de la región (eso llega más adelante) ni la lleva al burguer para ahorrar. En una primera cita lo que cuentan son otros factores más estratégicos. Por ejemplo, imaginemos a un individuo que peca de inseguro y, por tanto, busca impresionar a su pareja. Bueno, pues este señor llevará a la chica a un restaurante caro…, pero, sobre todo, la llevará a uno en el que él sea conocido y apreciado. «Buenas noches, don Ramón, qué alegría verle por aquí. Pase, pase, le hemos reservado su mesa de siempre», son frases balsámicas para el ego del inseguro conquistador. Después, están los hombres que necesitan no tanto cenar con una mujer que les resulte atractiva, sino que los amigotes vean qué pieza tan interesante ha cazado. Estos especímenes suelen llevar a su conquista a un local muy de moda entre sus conocidos y, a ser posible, caro. Una vez allí harán su entrada con paso varonil a lo Gitanillo de Triana saludando a derecha y a izquierda, deteniéndose para decir: «Hombre, qué casualidad, mira, ¿conoces a Fulana de Tal?», mientras la agarran por el talle o por los hombros hasta que a una le entra un terrible complejo de yegua exhibida en el paddock antes del Gran Derby. Mención aparte, existen los restaurantes con arpa. Yo no sé qué demonios tendrá este instrumento, pero les aseguro que cada vez que me han invitado a un restaurante amenizado con arpa, más o menos a la altura en que el artista atacaba El pájaro Chogüí, ya me habían hecho una proposición completamente inaceptable para una primera cita, lo cual es una lata y le arruina a una la velada.

El repertorio es extenso, de modo que, como existen restaurantes para una primera cita, los hay para decir adiós a un amor que se ha quedado viejo; otros para un revival; los hay para llevar a alguien al huerto, pero también a la vicaría; los hay para cerrar un negocio o para iniciarlo con éxito; en último término: para ganar o para fracasar. En esta vida se mandan mensajes con todo lo que uno hace, y los restaurantes hablan hasta por los codos; de modo que, la próxima vez, presten atención a sus secretos códigos: sobre todo para que estos digan lo que nosotros queremos expresar y no nos traicionen. Es verano, así que suerte y buena caza a todos.

 

Carmen Posadas

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