La sonrisa estrusca. Por Maite Diloy

La sonrisa etrusca » El hijo detalla el perfil de su padre. Aguileño todavía, pero ya la nuez se afila, guijarro atragantado, y los ojos se hunden ¿Cuánto tiempo aún podrá contemplar ese rostro invulnerable que siempre le inspiró seguridad? La vida les ha distanciado, llevándoles a mundos diferentes y , sin embargo, ¡cómo echara de menos la sombra protectora del viejo roble! Puñalada de angustia; si hablara se le notaría la congoja. Al viejo no le gustaría»

José Luis Sampedro escribió la sonrisa etrusca en 1985 pero al leerla no se nota tanto el paso del tiempo, porqué quizá el salto generacional que narra sigue vigente, quizá ha estado presente toda la vida. Es muy posible que hoy el abuelo no llegue con una hogaza bajo el brazo y es muy posible que la casa haya variado un poquito, hasta es posible que hoy ya ninguna cuente con una cama desmontable y precaria, o que quizá no deseemos llevarnos al padre enfermo a casa pero salvo esas minucias el libro sigue estando muy vigente.
Porque cada uno de nosotros pese a reconocer en el rostro de nuestros padres los héroes de nuestro pasado hemos tomado caminos diversos y hemos optado en cierto modo por educar a nuestros hijos de modo diferente a como lo hicieron nuestros padres y es más creemos en nuestros manuales, en los programas de televisión. Son la verdad absoluta por encima de los métodos de crianza de nuestros padres y los seguimos a pies juntillas.
Es curioso porque al releer la sonrisa etrusca me he quedado sobre todo con la postura y la actitud de Salvatore, el abuelo, dándole la razón en cada momento, sin entender porque esa madre no se deja llevar por su instinto y sigue un rígido manual que le priva del cariño de Bruno, que lo separa de ella.
Y también me he quedado con las otras facetas de Salvatore, con su don de gentes, esa segunda piel que habita y se pierde bajo la primera mirada. Uno le mira y ve un viejo cascarrabias, uno escarba y encuentra un prolífico narrador de historias, un aguerrido partisano, un abuelo que descubre el amor de mano de un niño y un tierno amante que se conforma con la serenidad del lago al final de su vida.
Una cebolla con capas, el exterior duro pero llena de jugos cuando uno se aventura a levantar la primera costra. ¿Quieren ustedes rasgar las capas y aspirar el olor? Ya saben, es un libro abierto para darle el mordisco.

 

Maite Diloy (Brisne)
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Brisne Entre Libros
Blog de la autora

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