¿Quién teme al lobo feroz?. Por Carmen Posadas

¿Quién teme al lobo feroz?

 

Carmen Posadas -2017

 “Abuela, ¿existen los malos?”. La pregunta me cogió completamente desprevenida. Mi nieta Carmen quería saber algo que ningún niño de otras generaciones hubiese preguntado jamás. Porque los niños de generaciones anteriores, la mía, la suya, la de mis hijas incluso, sabían que había malos y buenos. Ni siquiera hacía falta que se les asustara con detalles sangrientos como los que aparecen en los cuentos tradicionales para que estuvieran sobre aviso de los peligros que podían encontrar por ahí. Se dice siempre que los cuentos cumplen –o al menos cumplían– esa función, utilizar un mito para que los niños comprendieran   la  realidad. El problema es que, en sus versiones originales, estas narraciones son terribles. El lobo se come a la abuelita, Piel de Asno huye porque su padre quiere casarse con ella (sic) y Pulgarcito es abandonado en el bosque por sus padres, que tienen ya otros siete hijos y no pueden alimentar tantas bocas. Sí, los cuentos clásicos son crueles. Ni siquiera estaban pensados para el público infantil sino que recogían viejas narraciones y leyendas que iban pasando de padres a hijos. Sin embargo, cumplían una función. Según Bruno Bettelheim, célebre autor de Psicoanálisis de los cuentos de hadas, los cuentos ayudan a entender la vida. ¿Cómo? Según él, dándonos herramientas para resolver problemas y conflictos psicológicos en el plano simbólico. Otros expertos han observado que en los primeros diez años de la vida la mente aprende más y mejor a través de la narración de cuentos, puesto que los arquetipos y la naturaleza mágica de estos hace más fácil la comprensión de conflictos humanos que el niño no alcanza a entender de otro modo. Yo, por mi parte, pienso que estas viejas narraciones son una especie de vacuna. El niño, protegido en brazos de sus padres mientras leen juntos un libro, “vive” las dificultades, las penurias e incluso los terrores que experimentan los personajes aprendiendo así y de forma vicaria que en el mundo pasan cosas malas, que no todo es Disneylandia, como ahora hacen creer a los pequeños.  Está muy extendido  ese  afán de preservar a los niños de todo lo “feo” no sea que se  traumen. De ahí que se les diga que el dolor no existe, tampoco las injusticias ni la muerte; todo el mundo es bueno. Y eso de pintar la vida de rosa estaría muy bien si no fuera porque la realidad va por otro lado y ellos lo ven todos los días. En las noticias de la tele, por ejemplo, que hablan de niños desparecidos o muertos; también en el colegio donde conocen –o tal vez incluso sufren– casos de bullying o abusos. Después de que se supiera que Gabriel Cruz había encontrado la muerte a manos de la pareja de su padre, diversos especialistas explicaron en los medios de comunicación cómo había que hablar a los pequeños de lo sucedido. Casi todos recomendaban decir a los niños que la autora de la muerte era una persona “enferma”, que se trataba de un caso muy raro, que no se preocuparan, que  eso nunca les iba a pasar a ellos. Aconsejaban  además que los pequeños no vieran la televisión, misión no solo imposible sino que transmite un mensaje ambiguo a los niños. Por un lado se les dice que todo el mundo es bueno y por otro no se les prepara para el momento cuando, inevitablemente, descubran que no es así. Por eso yo, que no soy psicóloga ni experta en educación infantil, pienso que es más eficaz el método anterior, el del lobo feroz. Si educar es preparar a los niños para lo que ha de venir ¿por qué no usar los mitos y las leyendas para hablar de lo que es tan difícil abordar de otro modo? Decirles por tanto que sí existen los lobos y que, si ya no se zampan a las abuelitas como antes (tampoco hay que ponerse tan gore), desde luego no nos invitarán a ir al bosque a coger petunias. O a lo mejor resulta que sí nos lo proponen, pero no hay que creerles, porque los lobos son malos. Más aún, la mayoría viste piel de cordero, de modo que uno nunca sabe quién es  una cosa u otra. ¿Que el niño se trauma, se raya, se pone  triste al oír eso?  ¿Está usted muy triste / rayado / traumado por los cuentos que le contaron de niño? Yo tampoco.

Carmen Posadas

Página Web de la autora

2 comentarios:

  1. Bueno, yo trabajo con niños d e Educación Infantil y nunca he renunciado a contarles esos cuentos tradicionales que como bien dices cumplen con esa compleja función de ir preparándoles para un mundo en el que no todo, ni mucho menos, es de color rosa. Además a ellos les asusta un poco escuchar estas historias de lobos feroces y brujas embaucadoras pero ese miedo acaba siempre en excitación y risas y explosión final de júbilo. Desde luego les gusta más que esas historias anodinas que publican los métodos de las editoriales.

  2. Recuerdo los cuentos de la infancia primero escuchados por mi padre protegida mi mente por el calor de hogar; años después los leí feliz y no me traumaron, al contrario me dejaron el deseo de seguir avanzando en lecturas que cambiaban con la comprensión que los años me iban dando.
    Y así fui pasando de lectura en lectura, naturalmente, en lo personal me benefició.
    Hermoso artículo, lindo para trabajarlo en charlas de amigos.
    Desde Rosario-Argentina va un largo abrazo

Responder a Máximo Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *