Malditas las ganas que tenía ese día de ir al curso.
Aún en la cama y con los ojos cerrados, Puri volvió a repasar mentalmente la noche anterior. Recordó el ambiente cargado que se respiraba en su casa cuando llegó a la hora de la cena. Como era normal, su padrastro había vuelto a beber demasiado, y como también era normal, su madre le había disculpado con fuertes suspiros y forzadas sonrisas.
Puri se sentó a la mesa sin decir nada y así estuvo toda la cena, considerando en silencio cómo contárselo a su madre, después, a solas, cuando no estuviera delante el andrajo aquel que ocupaba el sitio de quien debería haber sido su padre.
A través de la sábana se tocó la barriga y después los pechos, le dolían. De repente le entraron unas terribles ganas de vomitar. Saltó de la cama y fue al baño, pero se lo encontró cerrado y al golpear la puerta oyó la voz airosa de su hermana.
-Ahora no puedo salir, joder.
Así es que no le quedó más remedio que echar la cena allí mismo, en el suelo del pasillo.
-¿Qué te pasa? -la cabeza de su madre asomó por la puerta del dormitorio.
Puri se limitó a contestar que nada y a buscar la fregona. Su madre volvió a la cama, y ella, sin hablar con nadie, se duchó, se vistió y salió de casa.
No se lo diría, por lo menos por ahora, aunque seguro que terminaría imaginándoselo. Su madre no era tonta.
Caminaba hacia el curso, pero sin ganas de ir ni de ver a las demás. De hecho había pensado no asistir esa mañana y en su lugar darse una vuelta por la ciudad, oler el ambiente de la Navidad que tristemente llegaba a su barrio a través de unas luces de colores que el Ayuntamiento había mandado colocar hacía una semana. Le apetecía mirar los regalos que no se compraría y recrearse en los turrones caros. Sí, su corazón le pedía que huyera por unas horas, pero en su cabeza revoloteaba la cantidad de euros que le descontarían de la miseria que de por sí cobraba si faltaba ese día.
Tendría que aguantarse, pasarse la mañana cosiendo sábanas y hablar del embarazo con sus compañeras. El día anterior Puri se había detenido a mirarlas. Las que hacían el curso con ella eran sobre todo mujeres gitanas. También había alguna extranjera. Tan sólo Puri y otra chavala recién llegada eran “payas”. Sin embargo, todas tenían en común vivir en el mismo barrio. Unas desde el mismo momento en el que nacieron, otras desde que abandonaron su país y llegaron a una ciudad que las relegó a las afueras, a una zona popularmente temida por su inseguridad y habitantes marginales, pero la única, a su vez, que ofrecía alquileres posibles para sus bolsillos.
Tener hijos le aseguraba la permanencia en el curso al menos durante unos años. No es que la idea le entusiasmase, pero Puri, como su madre, tampoco era tonta; pobre sí, algo inculta también (para qué engañarse), pero tonta no, y por ello era consciente, sabiéndose ya embarazada e intuyendo que a pesar de su juventud su vida no abarcaría mucho más que aquellas telas e hilos, de que muchas posibilidades no se cernían sobre su futuro.
Así que caminaba y pensaba…
Se lo diría a Manu el domingo. Quizá así se librase de “hacerlo”, a lo mejor él entendía que en su estado no era lo más conveniente.
Si la última vez ella hubiera sido más firme…
Si se hubiera negado…
Esos condenados “vis a vis”… En el fondo nunca le habían gustado. Manu esperándole entre esas cuatro paredes frías, feas, sentado en la cama, sonriente, no porque se alegrase de verla, sino por pura impaciencia. «Te voy a echar un polvo que vas a ver», gritaba todo él. Y así, casi sin darse cuenta, se sabía medio desnuda, con él ya dentro, vaciándole en unos segundos todo un mes de pajas y sueños calientes.
– Espera, espera… – le dijo ella en aquella ocasión.- Que hoy he traído un condón, se lo he pedido a la Juani.
Pero él no le oyó. Nunca le oía. Le mordía la oreja, le besaba en la boca, le arrancaba la camiseta y le bajaba los pantalones. Tan ocupado en lo suyo que no le oía.
– Por favor, Manu, póntelo, Manu…
…Si al menos hubiese insistido más.
– Que no Manu, que te pones el condón o no hacemos nada…
– Venga Puri, que tú no estás aquí dentro, que es que tengo mucha presión y voy a estallar… Venga Puri, bonita, venga, anda, que eres lo único que tengo.
Y ella siempre se dejaba hacer…
Acostado en la cama, con la cabeza apoyada en el vientre de Puri, Manu miraba el sobrecito aquel.
– Conque la Juani ¿eh? Y ella ¿de dónde los saca?
Puri no le contestó y él se guardó el condón en el bolsillo. No tenía ni idea de lo que haría luego Manu con él y, la verdad, prefería no enterarse.
– Oye, ¿y si me quedo embarazada? –le preguntó ella entonces.
Manu le miró de nuevo, sonriendo. Aquella idea le agradaba.
– Pues que ya va siendo hora, que estaría muy bien.
Le besó y no hablaron más del tema.
El frío aire la obligó a apartar aquellos pensamientos y concentrarse en sus pasos para llegar cuanto antes al local de las monjas, que estaba justo en el centro del barrio.
Tenía que sentirse afortunada. Todos los años, una vez que comenzaba el curso, se elaboraba una lista de espera demasiado abultada con las que no habían tenido la suerte de ser elegidas.
Tenía que sentirse afortunada…
———-o———-
Ese domingo volvió a la cárcel. Manu le esperaba sentado en la cama con la misma sonrisa de siempre. Cuando la puerta se cerró ella no corrió como solía hacerlo buscando sus brazos; se quedó de pie, quieta, mirándolo.
– Estoy embarazada.
Él comenzó a reír.
– Lo sabía, no sé por qué, pero lo sabía… Ven aquí joder. ¿Qué te pasa?, ¿es que no estás contenta?
Puri se sentó a su lado y Manu comenzó a besarle, primero despacio, después con la desesperación que ella conocía.
– Manu, hoy no… No tengo ganas.
Pero él había llegado ya a la cremallera de los pantalones.
– Por favor, no, es que no me siento bien.
– Vamos mujer, ¿de qué tienes miedo? Si ahora ya no te pueda pasar nada.
Y riéndose la penetró.
-Va a ser un niño Puri, me vas a dar un niño y se va a llamar como yo- Manu fumaba y sonreía.
El humo del cigarro se paseó por delante de la cara de Puri.
– Estoy intentando no fumar tanto, echa el humo para otro lado, coño.
Manu se sobresaltó. En los tres años que llevaban juntos ella jamás le había hablado así. Sin embargo, dando otra calada al cigarro recordó, incluso con agrado, que el embarazo cambia a las mujeres.
– ¿Qué te pasa, Puri? ¿Te preocupa algo?
Ella se levantó y caminó hacia la puerta.
– Pues ¿tú qué crees?, a ver, ¿qué coño crees?
– Puriii, no vuelvas a hablarme así.
Callaron los dos, ella sabía que había perdido los nervios y tenía que disculparse.
– Lo siento… Pero es que parece que no te das cuenta de nada. ¿Es qué no te das cuenta?
No pudo evitar ponerse a llorar. Entonces manu se levantó y la abrazó.
-Venga tonta, si todo va a salir bien, no tienes por qué preocuparte, lo tengo todo pensado: cuando des a luz te vas con mi madre, sabes que ella te va a cuidar muy bien.
– Sí, sí, pero tú aquí dentro, yo sin trabajo…
– Te he dicho que mi madre te cuidará, y total, dos años tampoco es tanto, además aquí están contentos conmigo, me estoy portando bien, he empezado con el tratamiento. En cuanto me enteré, Puri, dejé de meterme. Te lo prometo, lo voy a dejar para siempre, y si sigo así quizá hasta me rebajen la condena y antes de que quieras darte cuenta ya estoy en la calle.
Pero todas esas palabras, en vez de tranquilizarla, hicieron que Puri llorara con más fuerza, con más angustia, llorara de desesperación.
De vuelta a casa comenzaron de nuevo las náuseas. No le apetecía contárselo a su familia. Y menos aún que se enterase su padrastro. No le gustaba nada ese hombre, su falsa sonrisa, sus palabras babosas. Aún recordaba perfectamente, nunca lo podría olvidar, el día que estando los dos solos, su madre trabajando, sus hermanos por ahí, buscándoselas, y él con unas cuantas cervezas de más, le agarró el culo a traición. Ella preparaba la cena y no lo vio llegar, pero al sentir al mismo tiempo la mano en su trasero y el olor a alcohol en su cogote, se volvió instintivamente con el cuchillo con el que pelaba las patatas apuntándole al cuello.
– Vuelves a hacer algo así, desgraciado, y te la corto, te dejo que te desangres y hago morcillas con tu maldita sangre.
Al espantajo aquel le entraron de repente unas ganas absurdas de reír, pero la mirada de Puri clavada en sus ojos le hizo tragarse las carcajadas. Se lo pensó mejor, recogió su mano y decidió que una vuelta por el barrio antes de cenar no le vendría mal.
Por supuesto que no se lo contó a su madre. No se lo hubiera creído, o quizá sí, pero habría actuado como si no hubiese pasado. Esa era su madre, a prueba ya de cualquier golpe, envuelta en una hermética coraza que la hacía impenetrable, lejana.
Atravesaba, por tanto, el descampado intentando defenderse del frío gélido y repentino del atardecer, con la risa alegre de Manu todavía reciente, provocada por lo que a ella le producía un temor casi incontrolable. Pero tenía que asumirlo y llegar a ilusionarse. Un bebé era algo bonito, quizá lo más bonito que podría llegar a pasarle.
Con una tímida sonrisa que bregaba por crecer en sus labios, cruzó el enorme supermercado que habían construido hacía unos meses. Todavía permanecía reciente el conflicto que supuso la decisión de levantarlo precisamente a unos escasos metros del «peor» barrio de la ciudad. Ella tenía que pasar por allí si quería llegar a su casa, pero lo hacía siempre por la parte de atrás, para acortar. No era ese un camino habitual para casi nadie, al contrario. Seguramente eso pensó la Mari: que no podría encontrarse con alguien conocido. Pero Puri la vio de repente, rodeada de basura, una bolsa negra en sus manos y una mueca de satisfacción en su boca: entre tanto desperdicio parecía haber hallado algo rescatable, quizá unos pedazos de carne con los que hacerle una sopa a su hijo de dos años. Cuando sus ojos se encontraron, la cara de la Mari se ensombreció de repente, deseando convertirse en parte de la carroña antes de que la descubrieran en una situación tan vergonzosa. Puri volvió la cara, sabiendo con toda certeza que el mayor favor que podría hacerle a su vecina era ignorarla, comportarse como si nada hubiera visto. Por tanto, siguió su camino, arropándose todo lo que pudo, dejando atrás aquella visión que le revolvió de nuevo el estómago, ensombreciendo el ya malogrado intento de sonrisa.
“Yo jamás llegaré a esto”, se decía a sí misma, “jamás me encontraré tan mal”, quería creer. “Manu nunca me abandonará. No tendré que cuidar sola a mi hijo, como la Mari. La Mari no tiene a nadie, pero yo sí”.
Y aunque las ganas de vomitar insistían, se secó las lágrimas con la mano y volviendo sobre sus pasos decidió acompañar a su vecina al supermercado para comprarle, con los cinco euros que llevaba en los bolsillos, un litro de leche para su pequeño y algo más.
No está mal.
Pero creo que tu historia cuenta sin hacer saltar ningún resorte. Es decir que la historia está bien, está bien escrita, la narración es fluida, pero no hay nada en ella que te haga abrir mucho los ojos o te haga sonreír o te deje con un sabor agrio o dulce en la boca.
Había pensado no comentar nada, pero ya que he leído tu relato (voy leyendo al azar) prefiero darte mi opinión más sincera. Si te apetece, espero la tuya en mi relato DESNUDISMO.
Suerte.
Eowin:
Gracias por leer y comentar mi relato.
Coincido contigo en que no hay que valorar un cuento sólo porque tenga un final sorprendente. Son igual de buenos o más los finales sencillos y directos.
En mi caso, no baraje ningún otro final para mi cuento, simplemente surgió sin lógica. Pero poco a poco, se pueden ver las razones de esa conversión en mujer. Quizá el nudista pensaba que sin pene la cosa iba a ir mejor, pero no, los complejos no entienden de hombres o mujeres, de ahí la última frase del texto.
Saludos y buenos cuentos.
Eowin:
De algún modo, había saltado tu relato.
Lo acabo de leer y me parece muy intenso y realista.
Quizás (es sólo una opinión) el final es un poco abrupto, porque según iba leyendo tenía la impresión de que aún faltaban muchas cosas por suceder. En cualquier caso, lo intrincado de esta historia daría para escribir mucho más que las pócas páginas de este cuento, pues se quedan muchos hilos sueltos con los que podrías desarrollar incluso una novela.
Saludos.
Estas situaciones se dan con más frecuencia de la que imaginamos: padrastros ligeros de manos, novietes enjaulados, vecinos que esconden a duras penas sus miserias, mujeres atrapadas en la mitad de la nada… Mucha suerte.
Excelente y vívido relato, tal vez el final no sea el que muchos lectores esperamos, pero es el final que tu Eowin quisiste darle a tu cuento. Felicidades