38- Como cada día. Por Gález

Ayer, y como cada día, iba cabizbaja, arropada por su deshilachada bufanda negra y gris, que no llegaba a tapar una pequeña nariz que se tornaba roja de frío. Su melena era escondida también por la protectora bufanda, no fuera a coger frío o, peor aún, a volverse roja, percibida, llamativa. Se dirigía hacia el colegio, como cada día. Y, como cada día, se cruzó con su vecino de la casa 25, el cual se dirigía hacia la parada de autobús para esperar y, posteriormente, subir a aquel que le llevara a la puerta del edificio donde media hora después empezaría su jornada de trabajo. Se cruzó, como cada día, a la primera, alfabéticamente hablando, de su clase, acompañada de su joven y preocupada madre, la cual no dejaba pasar un día sin realizar el camino de ida hacia el colegio junto a su hija. Se cruzó a aquel señor de bigote denso, que vive con aquella señora que se divorció de aquel otro de bigote exiguo; y con el terrier marrón con el que su mano derecha está unida a través de una cuerda.

Hoy no era un día cualquiera. La noche anterior la había pasado llorando. Lágrimas sin cese. Continuo llanto sobre su almohada, su confidente. Llanto sin cese. Desgarrador llanto. Llanto de soledad, de tristeza, de desamparo y desesperanza. Lágrimas por incomprensión, por abandono. Llanto de dolor, y dolor del instrumento vocal. Cuerdas vocales dejaron de prestar el servicio para el que habían sido desarrolladas y seleccionadas naturalmente. No importaba, no las necesitaba. No le arropaban como su bufanda negra y gris, no las utilizaba en su camino hacia el colegio.

Pero hoy no era un día cualquiera. Hoy se ha cruzado a su vecino de la casa 25, el cual se dirigía hacia la parada de autobús para ir a trabajar después de saludarla. Hoy se ha cruzado a su compañera de clase y a la joven y preocupada madre, que hoy no lo parecía tanto cuando con una sonrisa la ha mirado, junto a la sonrisa de su hija. Hoy se ha cruzado a aquel señor de bigote denso. “Buenos días”, le ha dicho, cuando el terrier marrón hacía lo imposible para que la mano derecha de su dueño cambiara la dirección de la cuerda que los unía; hacia la dirección que le permitiera proteger a esa niña que caminaba protegida por su bufanda negra y gris.

Hoy no era un día cualquiera. Hoy iba cabizbaja, arropada por su deshilachada bufanda negra y gris, que no llegaba a tapar una pequeña nariz que se tornaba roja de frío. Su melena era escondida también por la protectora bufanda pero, no sabe porqué, su melena se ha vuelto llamativa, percibida. Lo ha hecho hoy, cuando camina cabizbaja, sin voz.

2 comentarios

  1. Me ha encantado. Sólo el perro se da cuenta de que algo ha cambiado; de que es un día como todos los demás, pero diferente. Enhorabuena y mucha suerte.

  2. narración valiosa por su brevedad y por la manera simple y hermosa en que está escrito. felicidades Gález

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