43- Un conjuro para Freddy. Por Ángel Rosillo

Esta mañana ha amanecido nevado. Ayer anunciaron en las noticias la llegada de una ola de frío polar que invadiría la región; pero como suele suceder, casi nadie hizo mucho caso. Luisa se levantó temprano y al mirar por la ventana se quedó perpleja ante el espectáculo; los tejados eran blancos como la espuma y las aceras parecían alfombras de algodón, aún sin ser holladas por las pisadas del los viandantes. Miró el termómetro exterior y se quedó pasmada: ¡Cinco grados bajo cero! Puso la radio y escuchó cómo la tormenta de nieve había cogido por sorpresa a pueblos y ciudades que se habían visto bloqueadas por el blanco elemento. Los camiones quitanieves no daban abasto y los operarios comenzaron a echar toneladas de sal por las calles para evitar accidentes y facilitar el acceso a los puestos de trabajo.

Salió de su casa bien abrigada y con calzado especial para el hielo, unas botas de montaña que usaba en sus excursiones al Pirineo y que nunca pensó necesitar en la ciudad. Como la nieve aún estaba blanda, no había peligro al pisarla; sus pies se hundían hasta el fondo cubriendo sus piernas casi hasta las rodillas. Disfrutó como una niña jugando con la nieve camino del trabajo y hasta se entretuvo haciendo algunas fotos.

Cuando llegó al trabajo, sus compañeras la recibieron con bolas de nieve, parecía que las colegialas eran ellas. Era tan inusual ver nevar en aquella zona que todas estaban exultantes con aquella novedad; más que un día laboral, resultó un día de fiesta.

—¡Qué gozada! Es una maravilla ver las calles, parques y jardines llenos de nieve. Hay quien asegura que se puede adivinar el futuro estudiando las huellas de las manos en la nieve. Por cierto ¿fuiste ayer a ver a la vidente?

—No, tengo cita para mañana. Ya os contaré.

Luisa es una chica tímida e ingenua, un poco atolondrada; cree a pies juntillas en todo lo relacionado con lo esotérico. De vez en cuando suele ir a una pitonisa para que le cuente algo sobre su futuro y aunque hasta el momento no ha adivinado gran cosa, ella sigue ilusionada con la idea de que algún día descubra un hecho maravilloso que vaya a sucederle y cambie su vida para siempre.

—Hay algo que vengo viendo últimamente en tu mano que no me gusta nada, no te lo había dicho hasta ahora por no preocuparte. Ahora lo veo claro: tienes una mala influencia cerca de ti que no te deja desarrollar todas tus posibilidades como tú quisieras.

 —¿Una mala influencia? —preguntó Luisa intrigada.

—Sí, no sé exactamente lo que es, aquí, entre la línea de la vida y del amor, hay una sombra que te está haciendo mucho daño.

—Pues si no quería preocuparme, lo ha conseguido. Y si no me puede decir lo que es, ¡¿cómo puedo hacer nada contra ello?!

—Vamos a ver, ten paciencia. Dime, ¿con quién vives en casa?

—Vivo con mis padres. Son encantadores, ellos no pueden ejercer ninguna mala influencia sobre mí.

—¡No!, ¡claro que no! Aunque nunca se sabe, a tu edad ya deberías haberte independizado y tener tu propia vida; aunque no, no va a ser eso. Es algo más serio, más profundo…

—¡Claro que me gustaría independizarme, pero aún no tengo suficiente dinero ahorrado para meterme en un piso! Dice usted que algo más profundo…

—Sí, vamos a ver ¿hay alguien más en tu casa?

—No —respondió Luisa, un poco harta de tanto interrogatorio.

—¿Animales? —inquirió con picardía la vieja.

—Bueno sí, tengo pájaros, muchos pájaros. Me encantan los pájaros.

—¿Y alguno más? —siguió preguntando la señora en el mismo tono.

—Bueno también tengo un gato, se llama Freddy —contestó Luisa con cierta desgana, viendo que aquello no conducía a ningún sitio.

—¿De qué color es tu gato? —Preguntó con sorna.

—Negro, Freddy es completamente negro —respondió Luisa con naturalidad.

—¡Ya está! ¡Eso va a ser! ¡Un gato negro! ¡Hija, cómo se te ocurre semejante disparate!, ¡meter un gato negro en tu casa! ¡Eso es de muy mal augurio!

—¿Y qué puedo hacer para evitar ese mal fario?

—No hay más remedio, ¡tienes que sacrificarlo!

—¡No!, ¡eso nunca! Freddy es mi mejor compañía.

—Vamos a ver. Tengo entendido que no te va muy bien en amores ¿no? —inquirió la bruja.

—Bueno sí, es cierto, ¿qué tendrá eso que ver con mi gato? —dijo extrañada la muchacha.

—¡Mucho!, ¡mucho! ¡Ya lo creo que mucho! Mira, los gatos negros son de la semilla del diablo, sólo traen infortunios y descalabros, debes deshacerte de él cuanto antes; no de cualquier manera, sino siguiendo un ritual que yo te indicaré.

—¿Un ritual? ¡Vamos, señora, que no estamos en la Edad Media!

La mujer, sin hacerle ningún caso, se puso muy ceremoniosa. Se colocó un mantón negro sobre hombros y cabeza a la vez que encendía cuatro velas.

—Cada una por cada uno de los puntos cardinales —le explicó.

A continuación se puso a pronunciar frases incomprensibles que provocaron en Luisa un escalofrío de pies a cabeza. Tan pronto hablaba en un susurro como alzaba la voz de golpe haciendo temblar hasta las copas de la alacena.

—Debes esperar a que haya luna llena. Entonces, si la noche esta despejada, coges al gato, lo metes en un saco y le atizas con una piedra.

—¡Qué no, señora! ¡Ya le he dicho que no quiero deshacerme de Freddy de ninguna forma, mucho menos de esa manera tan cruel que me está contando!

La bruja siguió hablando como si no fuera con ella la cosa.

—Después te pones ante la luna y haces un hoyo vertical frente a ella, entierras en él al gato y cubres la pequeña tumba con muérdago. Verás como te empiezan a ir mejor las cosas —y extendiendo la mano, añadió—: Son cincuenta euros.

—Ya le he dicho que no pienso matar a mi gato, lo quiero como a un hijo —le respondió Luisa muy enfadada mientras le pagaba.

—Piénsalo bien, no tienes otra salida —le insistió la anciana desde la puerta.

Al salir a la calle y sentir el aire frío de invierno en su rostro se encontró más aliviada. A pesar del disgusto, notó al atravesar la calle como si se hubiera quitado un peso de encima.

—No pienso volver a ver a esta vieja estafadora, no dice más que barbaridades. No me ayuda nada y encima me saca el poco dinero que tengo. ¡Cómo habré sido tan tonta al creer en estas patrañas!

 

Conoció a Juan en el autobús, camino del trabajo. Todos los días notaba su mirada clavada en la nuca, si miraba de reojo lo veía allí al final del autobús con sus brillantes ojos verdes fijos en ella. La situación era un poco tensa, pero Luisa se sentía halagada al verse deseada por un desconocido. Tardó mucho tiempo en hacerse el encontradizo, tanto que la chica casi había perdido la esperanza de que lo hiciera.

—Hola, ¿vas a trabajar? —le dijo algo titubeante.

—Sí —le contestó ella secamente como si no fuera con ella el asunto.

 “Después de tanto tiempo —pensó—, ¿no se te ocurre nada más original para entablar conversación?”. No le dijo nada, siguieron viéndose todos los días y poco a poco fueron descubriendo que sus gustos eran muy parecidos y les emocionaban las mismas cosas. Juan era un chico sensible y tímido, sin habilidad alguna en el trato con mujeres; por eso tan pronto se mostraba torpe como callado, sin saber que decir. Luisa llegó a interesarse mucho por él y soñaba que algún día se decidiera a invitarla a una cita.

Un día, al subir al autobús descubrió que no estaba. No se imaginaba qué podría haber ocurrido, aunque no se preocupó más: “Mañana me contará lo que ha pasado”, se dijo, pero el hecho fue que no apareció. Pasaron los días y no coincidieron en el autobús ni tampoco llegaron a cruzarse por la ciudad, era como si hubiera sido un sueño. Lo grave es que no era la primera vez que le ocurría; siempre que se interesó por un chico, éste desaparecía de su vida con la misma rapidez con la que llegó y jamás los volvió a ver. Esta vez era diferente, ahora ya era más madura y Juan le interesaba de verdad;  nadie supo decirle nada de él. Una noche, estando en casa ya en la cama recordó las palabras de la vieja: “Tengo entendido que no te va muy bien en amores”…. Bastante sabrá ella de mi vida, aunque ahí llevaba razón  —pensó.

—Mamá, ¿has visto a Freddy?, lo estoy buscando por todas partes y no lo veo.

—No hija ¿ha mirado en la terraza?

Cuando se dirigía hacia allí, oyó en la calle un frenazo estrepitoso y un golpe, se asomó por la ventana y vio a su gato tendido inmóvil en el suelo.

—¡¡¡Freddy!!! —gritó mientras bajaba las escaleras—. ¡Cómo se te ha ocurrido salir tú solo de casa!

Cogió al pobre animal e intentó reanimarlo. No había nada que hacer, quedó muerto en el acto. Se disponía a enterrarlo en el jardín cuando volvió a acordarse de las palabras de la vidente: “Entiérralo frente a la luna llena”; como aquella noche había precisamente luna llena, envolvió al gato en unos periódicos y lo dejó junto a un árbol del jardín. Ya de noche se dirigió de nuevo al lugar, cavó un hoyo en la tierra y en él puso el cadáver de su querido gato.

—Ahora ya da todo igual —dijo sollozando— pero por si llevara razón seguiré su consejo.

Los días se sucedieron con total normalidad, el trabajo, las amigas, los pájaros… Todo seguía como siempre aunque echaba mucho de menos la compañía de su inseparable Freddy.

Hoy al subir al autobús sintió de nuevo una mirada fija clavada en su nuca, se volvió con rapidez y al dirigir la vista a la zona trasera del vehículo no pudo fingir su alegría.

—¡Juan! ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde te habías metido?

—He estado muy enfermo, Luisa, y como no tenía tu teléfono no he podido ponerme en contacto contigo, pero ya me encuentro bien y puedo volver al trabajo.

—Me gustaría mucho, si no te importa, invitarte a un café esta tarde.

—Esta tarde no puedo —respondió Luisa intentando disimular su regocijo, pero estaré encantada en quedar cualquier otro día contigo.

Siguieron viéndose todos los días en el autobús y después empezaron a salir. Y, cosa curiosa, Juan había empezado a mejorar de su enfermedad justo el día que murió Freddy

3 comentarios

  1. Un historia interesante pero a mi juicio mal rematada, quizá cabía esperar un final menos obvio, como por ejemplo una mirada felina del hombre, o la aparición de unos misteriosos arañazos en su cuello, o que hubiera sido atropellado por un coche la misma noche en que atropellaron al gato, o algo de ese estilo.

  2. Espero que en el Certamen no se te cruce ningún gato negro en tu camino. Mucha suerte.

  3. efectivamente, el final debió haber dejado algo de misterio, como sugiere rafa.

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