Y por allí acostumbrarte a las posibles cuestiones del clavo, a la mentira de un clavo en el zapato, de canto contra la baldosa; acostumbrarte a esa mala postura que te arrugó los ojos, que te impostó la sonrisa, si hubieras podido sonreír aquella tarde. Y por allí estarte inquieta, en un hervor interior de arterias obstruidas o envenenadas, y a la vez como sin ganas de cambiar ninguna cosa; estarte sin la necesidad de modificar cuestiones del ánimo; aquella tarde te dedicaste a ver el mundo girar por la acción de pies domados, laboriosos, quizá resueltos a que en el mundo la cosa se desinfle por el pinchazo de otros clavos.
Yo estuve allí aquella tarde, al otro lado de la avenida, pretendiendo que la cruzaras de una vez; tratando, con una mueca, de meter una orden en tu cerebro, la decisión de cruzar.
Si hubiera estado Jerónimo, hubiera sabido cómo tenerte del codo. Pero Jerónimo está a mis espaldas, huyendo. Si ahora pudiera pensar en otra cosa, en que realmente tuvieras un clavo en el zapato, y sólo un clavo, sólo la costumbre de tenerlo allí; un pinchazo que te ayudara a decidir el cruce o a olvidarlo todo de una buena vez.
Después de veinte años ya debieras haberte acostumbrado a cruzar una vez por mes la avenida: Jerónimo no hubiera avalado la vida que llevás ahora ni hubiera querido saber quién sos desde aquella tarde; tampoco, que de veinte años a esta parte me hayas transformado en un espejo roto, en el que quizá lo veas venirse hombre. Debieras acostumbrarte a que Jerónimo no es un clavo en tu zapato, apurado por huir de nosotros, del desamor que cincelás en mí con aplomo, sin saliva ni cariño, sin mentiras, por costumbre, como a la expectativa de que a cada segundo todo empeore.
Yo me acostumbré a tu cuerpo torcido sobre el cordón de la vereda, una vez por cada uno de los doscientos cuarenta meses de los últimos veinte años; Jerónimo viniéndose hombre con la celeridad que un clavo atraviesa la suela de un zapato, los vidrios rotos de un espejo.
Me acostumbré a estarnos así, con la avenida en el medio, Jerónimo tan a mis espaldas como aquella tarde, esperando conmigo que te dignaras a cruzar, a olvidar el posible clavo; yo, esperando sin necesidad, sin necesitarte, acostumbrado; él, en paz no sé adónde, pero detrás de mí: la huída siempre es por detrás.
Me acostumbré a estar aquí parado, viéndome los zapatos sobre el verde olor del pasto recién cortado o recién regado. A que tan sólo se tratara de un instante en el que no te resolvías a cruzar la avenida y reunirte conmigo, torcida por un posible clavo en el zapato o por la huída de Jerónimo.
Me acostumbré a esa mala postura que te achica los ojos y te imposta la sonrisa, a que quisieras que te liberara el camino. Ahora no pasan autos, tenés el semáforo en verde, estás torcida desde hace veinte años, inquieta por dentro, sin cruzar la avenida, como si el posible clavo te agarrara al piso. Tal vez tenga que acostumbrarme a que me quieras de costado, sin saliva ni cariño, y como a la expectativa de que a cada segundo todo empeore. La huida es siempre por detrás y a vos todavía te tuerce. Me acostumbré al silencio horroroso, a la parcela que otra vez está detrás de mí, entre el olor a pasto, como todos los meses, de veinte años a esta parte; a que estemos acuclillados sin que vos puedas perdonarme, nunca, la falta de voluntad para cambiarte el zapato, para cambiarte la muerte de Jerónimo, por la mía.
Enhorabuena, Felipe. Un texto con calidad literaria, repito, entre tanta pobre redacción escolar.
Mira, esto que has hecho tú es lo que hace un escritor.
Suerte, es mucha la que, desgraciadamente, vas a necesitar.
Muy bueno, de lo mejor.
Espléndida redacción y magnífica la forma de transmitir emociones. Mis mejores deseos para que ningún clavo se clave en tu zapato en este Certamen.
Barthelme, en esta vida lo primero es ser humilde, y lo segundo, saber respetar, ambas cosas desconocidas por ti.
Se puede alabar un relato, sin ofender a los demás, ni menospreciar a los que escriben como saben.
Si este relato, es tan magnífico como tú manifiestas, no hay que temer nada, será seleccionado entre los 10 mejores y luego será elegido por el jurado como el ganador. ¿Por qué preocuparse ante tanta calidad en este relato y tanta vulgaridad en los demás? Sólo, una pega, que el jurado no sea de la misma opinión que tú. En ese caso, ¿También será un jurado escolar?
Pido disculpas por no poder llegar al final de este relato porque el autor confunde «debieras» con «deberías» varias veces y repite «hubiera» hasta el cansancio, y me harté.
Un buen relato que merece ser visto (o leído) en su justa dimensión. Felicidades Felipe